Loca pasión. Mary Lyons

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Loca pasión - Mary Lyons Bianca

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a rechazar –exclamó ella, sintiéndose de repente increíblemente feliz.

      Unos instantes después, después de que Matt le sirviera tostadas con mermelada y café Samantha dijo:

      –Estaba todo muy bueno. Sin embargo, no me puedo quedar aquí todo el día. Creo que ya va siendo hora de que vuelva al hotel.

      –Ven, hay algo que quiero enseñarte antes de que te vayas –comentó Matt, levantándose de la mesa de la cocina. Samantha se sintió algo desilusionada de que no le hubiera pedido que pasaran juntos todo el día, aunque probablemente él tenía compromisos anteriores a ella–. Quiero que veas por qué me decidí a comprar este apartamento –añadió, tomándola por el brazo para llevarla al salón. Allí, con el mando a distancia, abrió las cortinas para mostrarle la terraza.

      –¡Matt! ¡Qué maravillosa vista! –exclamó ella al ver el parque, con un gran lago, con un enorme monumento sobre columnas de piedra, más allá del cual se veía un río, probablemente el Hudson–. ¿Tardaste mucho en encontrar este apartamento?

      –Bueno, bastante y…

      Fuera lo que fuera lo que iba a decir, se vio interrumpido por el sonido del timbre de la puerta principal.

      –Vuelvo enseguida –murmuró él, desapareciendo en dirección al vestíbulo.

      Disfrutando de aire fresco y del sol, no prestó mucha atención al murmullo de la conversación que venía de la puerta. Matt volvió enseguida y le ofreció otra taza de café.

      –Gracias, pero creo que debería volver al hotel.

      –¿Tienes algún plan para el resto del día?

      –Bueno, no, pero me gustaría ver todo lo que pueda de la ciudad. Por eso tengo que volver y…

      –Esperaba que no tuvieras ningún compromiso –le dijo Matt con una sonrisa–. Por eso, he estado preparando un programa para el resto del fin de semana. Y dado que te vas a quedar conmigo aquí, creo que es mejor que te vistas y que nos vayamos tan pronto como sea posible.

      –¿A qué te refieres con eso de que me voy a quedar aquí? No puedes pretender que me vaya a visitar la ciudad con este albornoz o con el vestido que llevaba anoche. Si es así, ¡debes de haber perdido un tornillo!

      –¡No seas ridícula, cariño! –exclamó él–. No se me ocurriría pedirte que hicieras nada por el estilo. Por eso telefoneé a tu hotel esta mañana, mientras tú estabas experimentando con la máquina de hacer hielo, y les pedí que prepararan tu equipaje y que lo trajeran aquí, a mi apartamento.

      –¿Qué? ¡No me lo puedo creer! ¿Me estás diciendo que has tenido la cara de llamar a mi hotel y…? ¡Dios, les has debido pedir que me hagan la maleta también!

      –Claro –respondió él con una sonrisa–. ¿Por qué ibas a querer desaprovechar un tiempo precioso en hacer algo tan mundano?

      –Pero… pero no puedes hacer esas cosas –le espetó ella muy enojada, tremendamente enojada al pensar que una doncella se habría visto obligada a recoger sus cosas. ¡Menos mal que había dejado la habitación bastante recogida! Además, ¿qué habrían pensado los del hotel?

      –Es inútil que me digas que no puedo hacer algo cuando ya lo he hecho.

      –Pero no he pagado la cuenta ni…

      –Ya me he encargado yo de eso.

      –Bueno, ¡gracias Matt! Con mi reputación hecha añicos no creo que pueda volver a alojarme en el Mark, ¿no crees?

      –Tienes razón –asintió él, estrechándola entre sus brazos–. ¿Por qué ibas a alojarte en un hotel cuando puedes estar aquí conmigo?

      Entonces él bajó la cabeza para besarla. Los movimientos seductores de los labios y la lengua junto con el contacto con el cuerpo de Matt resultaron ser, de nuevo, irresistibles.

      Después de todo, no era muy interesante discutir por una maleta. Todo lo que le importaba en aquellos momentos era que sus besos hacían que la sangre le circulara más deprisa y que su cuerpo temblaba con el toque erótico y sensual de los dedos mientras le abría el albornoz y le acariciaba el cuerpo desnudo.

      Atrapada en una densa niebla de deseo y placer, sólo pudo emitir un pequeño gemido cuando él apartó los labios de los suyos.

      –No hay necesidad de que te enfades conmigo, cariño –murmuró él con suavidad–. Sólo he puesto en práctica el acuerdo al que llegamos en la cocina. Lo que significa que cuando estés en Nueva York, te alojarás conmigo. ¿De acuerdo?

      –Me imagino que no estoy acostumbrada a que alguien me diga lo que debo o no debo hacer. Pero intentaré acostumbrarme.

      –De acuerdo –respondió Matt, con una sonrisa–. Ahora me gustaría señalar que al hacer que te traigan las maletas aquí, te he ahorrado un par de horas de tu valioso tiempo, lo que significa que –añadió, con un gesto sensual–, que podemos volver a la cama.

      –¡Estás de broma!

      –No –respondió él, mientras tiraba de ella hacia la habitación–. Estoy seguro de que te habrás dado cuenta de que Nueva York es una ciudad agotadora.

      –Y necesitamos descansar, justo ahora, para reservar las energías para lo que nos espera, ¿no? –afirmó ella, irónicamente, intentando mantenerse seria.

      –¡Exactamente! Entonces, ¿te parece bien mi nuevo horario?

      Samantha levantó la vista para mirar al hombre que había vuelto a reaparecer en su vida tan inesperadamente.

      –Bueno, poniendo lo bueno y lo malo en una balanza… –dijo ella, antes de soltar una carcajada con la cara escondida en el albornoz–… Sí, querido Matt, ¡creo que me parece bien!

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