Loca pasión. Mary Lyons

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Loca pasión - Mary Lyons Bianca

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style="font-size:15px;">      –¡Eso es lo que me ha gustado siempre de ti! –exclamó él, agarrándole de la mano–. Me alegro de ver que no has cambiado, de que no te gusta jugar y que prefieres discutir las cosas abiertamente –añadió, llevándose la mano de ella a los labios.

      –Oh, Matt… –murmuró ella sin poder hacer nada, con las mejillas muy sonrojadas.

      –¡Relájate, cariño! –musitó él, sin soltarle los dedos–. Puedo, desde luego, invitarte a tomar una taza de café. Sin embargo, preferiría abandonarme apasionada y locamente a hacer el amor contigo. Si me permites que te lo diga, este hecho ha sido mi prioridad desde las dos de esta tarde. ¿Te parece que he hablado lo suficientemente claro?

      –No está mal –respondió ella, con una sonrisa, sintiendo que el deseo sexual se iba apoderando de ella.

      –Así que, como todos los expertos financieros, yo diría que ya va siendo hora de que empecemos a discutir la fusión de nuestras compañías –dijo Matt, poniéndose de pie–. Por no mencionar la necesidad de examinar las cifras muy cuidadosamente. ¿Qué te parece? –añadió, mientras le ayudaba a ella a levantarse de la silla.

      Pasaron algunos segundos antes de que Samantha, que se había quedado prácticamente sin habla por la pasión y el deseo que sentía, consiguiera reaccionar.

      –No creo tener ningún problema con ese punto en particular de la agenda de… de esta noche –murmuró en voz muy baja mientras Matt la tomaba por el brazo y salían del restaurante.

      Capítulo 2

      MIENTRAS salían del restaurante, el corazón de Samantha latía a toda velocidad. Parecía caminar en un estado de sueños, inconsciente de todo lo que la rodeaba menos del alto y atractivo hombre que la ayudó a introducirse en la limusina. Durante el trayecto a través de las iluminadas calles de la ciudad, Samantha se dio cuenta de que no sabía dónde iban, pero tampoco le importaba. Mientras Matt siguiera abrazándola…

      De repente se pararon delante enorme edificio de piedra marrón y a Samantha le pareció que un portero uniformado saludaba a Matt antes de que entraran en el edificio. Los tacones de las sandalias de Samantha resonaban en el mármol que cubría la entrada. Luego se dirigieron al ascensor y antes de que ella pudiera darse cuenta Matt estaba abriendo la puerta de su apartamento.

      –Bienvenida a mi humilde morada –le dijo él en tono de burla, mientas le ayudaba a quitarse el abrigo.

      Entonces la condujo a un enorme salón, decorado con metros y metros de gruesas alfombras de color crema. El resto de la decoración era muy lujoso, pero algo ostentoso y recargado.

      –Acomódate al lado del fuego –le sugirió Matt, tomando un pequeño control remoto y señalando a varios puntos de la habitación para luego dirigirse al bar, decorado en caoba, que había al otro lado de la habitación.

      Samantha se estaba preguntando cómo podría Matt vivir en una casa tan horrenda cuando se sorprendió al ver que las cortinas se corrían, como movidas por manos invisibles, y la luz de las arañas se hacía más difusa hasta verse reemplazada por otras lámparas más pequeñas, distribuidas por la habitación.

      –¿Funciona todo en esta humilde morada por control remoto? –preguntó ella, mientras se dirigía a la chimenea.

      –No, todo no. Quedan todavía un par de cosas que todavía hago yo personalmente –le dijo Matt con una sonrisa mientras descorchaba una botella de champán.

      –Todo esto es muy… muy espectacular –murmuró ella, mirando las sillas y los sofás, tapizados de telas muy caras, pero con apariencia incómoda.

      –Es horrible, ¿no? –afirmó él con una sonrisa, llenando dos copas de champán.

      –Bueno…

      –Después de que me nombraran presidente, estuve trabajando prácticamente las veinticuatro horas del día. Cuando compré este apartamento, estaba en un estado terrible y necesitaba una remodelación completa. Yo cometí el error de confiársela a mi antigua novia, quien se suponía que era una decoradora de primera linea. El resto del apartamento está bien, por lo que no acabo de entender por qué cargó tanto las tintas en esta habitación. Desgraciadamente –añadió, mientras sonaba el teléfono móvil–, no he tenido tiempo de volver a decorarlo de nuevo.

      Mientras Matt hablaba rápidamente por teléfono, tratando de algún asunto de la máxima importancia, Samantha se dio cuenta de que la niebla que le había estado bloqueando el entendimiento estaba desapareciendo. Y comprendió que había cometido un grave error al acompañar a Matt a su apartamento.

      En primer lugar, no era bueno intentar revivir el pasado. Ella no acababa de entender por qué se había dejado embaucar por aquella marea de deseo y pasión, que no podría traerle otra cosa que un vergonzoso encuentro.

      Además, aquella habitación resultaba tan horrible, que parecía muy poco probable que una decoradora de primer orden fuera capaz de concebir un esquema decorativo tan poco acertado. A menos que la dama en cuestión lo hubiera ideado como una sutil y amarga venganza contra el hombre que la había abandonado.

      Resultaba evidente que Matt, a parte de ser un hombre de negocios con mucho éxito, era un playboy. Además, había admitido en el restaurante que no le iban los compromisos, lo que significaba que sería muy poco acertado verse envuelta en una aventura con un hombre que había provocado una reacción tan violenta en una antigua novia.

      Había pasado tanto tiempo desde que Sam bebía los vientos por él que aquello sólo podía significar que los dos ya no eran los de antes. Por lo tanto, cualquier esperanza de que las cosas no hubieran cambiado entre ellos y de que pudieran retomar su relación donde la habían dejado era una quimera.

      –Perdona –dijo Matt cuando acabó la llamada–. He apagado ese maldito teléfono para que no vuelvan a interrumpirnos –añadió, dirigiéndose hacia ella.

      –Esta habitación tiene buenas proporciones –comentó ella, muy nerviosa mientras cogía la copa que él le entregaba–. Es decir… debe haber muchos otros… diseñadores de interiores en Nueva York. Así que… no debería de ser muy difícil convertirla en una… casa acogedora.

      Abrumada por la manera entrecortada en la que había hablado, tomó un trago del refrescante líquido dorado, intentando desesperadamente controlar la manera en la que su cuerpo respondía a la cercanía del de Matt.

      Si fuera con otra persona, no le hubiera importado… Pero era el pasado de su historia con Matt lo que le hacía sentirse de aquella manera. Se dio cuenta de que lo más acertado sería salir de aquella situación… lo más rápido posible.

      –¡Dios mío! ¡Vaya horas!–exclamó Samantha, mirando las agujas de un recargado reloj francés–. No me había dado cuenta de que era tan tarde. Creo que debería…

      –Lo que deberías hacer es tranquilizarte –ronroneó Matt, dejando la copa en la chimenea.

      –¡Tonterías! Estoy perfectamente tranquila –le espetó ella.

      La risotada de Matt fue la única respuesta que él le dio, mientras le rodeaba la cintura con una mano y le quitaba la copa de champán con la otra, para luego ponerla también al lado de la otra.

      –¡Relájate, cielo! –le

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