Abordajes literarios. vvaa

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Abordajes literarios - vvaa

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en Yorkshire...

      Y un agudo canturreo de antiguas gargantas entonó el viejo estribillo:

      –Conmigo, sí, sí, recorran este camino.

      Nehemiah siguió:

      –Tenía mujer vieja y la quería en el infierno.

      –Danos tiempo de completar este camino –intervino, temulento, el coro de viejas voces.

      –El diablo lo visitó un día, cuando estaba arando –continuó Nehemiah, y contestó el grupo de patriarcas:

      –Conmigo, sí, sí, por este camino.

      –Vengo por tu vieja mula –cantó Nehemiah.

      Y de nuevo el estribillo elevó su estridor:

      –Danos tiempo, danos tiempo, y completaremos el camino.

      Y siguieron así hasta el par de estrofas finales. Y hasta rodearlos por completo mientras canturreaban, se extendió aquella niebla extraordinaria, aquella niebla teñida de rosa que en lo alto se fundía con llamas, como si más allá de los mástiles, el cielo fuera un inmenso océano de callado fuego.

      –Había tres diablitos encadenados al muro –cantó Nehemiah en tono hiriente.

      –Conmigo, sí, sí, por este camino –respondió el coro gimiendo.

      –Ella se quitó el sueco y los vapuleó a todos –canturreó el viejo Nehemiah, y una vez más, entre cansados resoplos, se alzó el antiguo estribillo.

      Y tremoló Nehemiah, mientras levantaba la mirada para ver si la verga alcanzaba el tope del mástil:

      –Estos tres diablitos ladraron por clemencia.

      Y el coro dijo:

      –Conmigo, sí, sí, por este camino.

      –Controlen a esa bruja, o ella...

      –Asegúrenla –clamó Josh, atravesando con su orden la inmemorial canción marinera.

      El canturreo se había interrumpido con la primera nota de la voz del oficial. Un par de minutos después, cada cabo estaba amarrado en su sitio, cada cabo estaba adujado en prolijos rollos y los viejos camaradas habían retornado a sus ocupaciones.

      Las ocho campanadas habían pasado, había que cambiar la guardia y en efecto cambió quien empuñaba la rueda de cabillas, pero poco más cambió, para aquellos ancianos ya a prueba de sueño poca diferencia había entre estar de guardia o descanso. Así, el único cambio notable entre los hombres que permanecían en cubierta fue que los que antes sólo fumaban ahora fumaban y trabajaban, y los que hasta entonces habían trabajado y fumado ahora sólo fumaban.

      Todo transcurría en completa amistad, mientras el viejo Shamraken avanzaba, como una sombra de tintes rosados, en medio de la niebla luminosa, y solamente las extensas aguas calladas y mansas que llegaban a él desde la envolvente nube rosa, parecían saber que se trataba de algo más que una sombra.

      Zeph le gritó a Nuzzie: que les trajera el té de la cocina. Y así, en un guiñar de ojo, el turno de descanso estaba haciendo su comida vespertina. La comían sentados sobre la escotilla o la banda según les tocara en suerte, y mientras comían hablaban, con los compañeros de turno en cubierta, acerca de la niebla luminosa en la que se habían zambullido. El extraordinario fenómeno los había impresionado mucho y cuanta superstición latía en ellos había despertado por completo.

      Zeph no dudó en declarar su creencia: estaban cerca de algo sobrenatural. Tenía la sensación de que María andaba por allí, en algún sitio cercano a él.

      –¿Quieres decir que estamos bastante cerca del cielo? –dijo Nehemiah, ocupado en plegar un pallete para convertirlo en una defensa contra el roce.

      –No sé –contestó Zeph– pero... –hizo un gesto hacia el cielo más allá de la niebla–. Ustedes ven... Es maravilloso. Y sí, supongo que sí, que esto es el cielo, y si es así es porque algunos de nosotros nos hemos cansado bastante de la tierra. Supongo que estoy sintiendo ganas de echarle un vistazo a María.

      Nehemiah, lentamente, sacudió la cabeza, y un cabeceo de asentimiento recorrió el círculo entero de patriarcas canosos.

      –Calculo que por aquí andará también la niña de mi hija –se pronunció, tras meditar un instante, Nehemiah–. Raro sería, y sorprendente, que no hubieran llegado a conocerse con María.

      –Era buena para las amistades, María –remarcó, pensativo, Zeph–, y especialmente los niños se hallaban a gusto con ella. Tenía un don.

      –Nunca tuve esposa –dijo Job sin que viniera al caso. Era algo que le producía orgullo y de lo cual se jactaba frecuentemente.

      –Dudo que eso vaya a servirte de mucho, compañero –exclamó uno de los de barba blanca, hasta entonces silencioso–. Encontrarás menos gente en el cielo que te salude.

      –Eso es bastante cierto –asintió Nehemiah clavando una mirada áspera en Job, quien volvió al silencio.

      Pronto, cuando sonaron tres campanadas, Josh se acercó y les dijo que dejaran por ese día, basta ya de trabajo. Llegó la segunda guardia y Nehemiah y el resto de su grupo tomaron el té sobre la escotilla principal. Cuando lo terminaron, como de común acuerdo, todos fueron a sentarse junto a la guarnición de cabillas bajo las amuradas del juanete mayor; allí, apoyados sobre sus codos, se enfrentaron el mar y contemplaron el colorido misterio que los rodeaba en todo su esplendor. De tanto en tanto, alguna pipa era retirada de alguna boca y algún pensamiento lentamente alambicado se expresaba.

      Las ocho campanadas fueron y vinieron, pero salvo por el relevo a la rueda del timón, nadie se movía de su sitio. Las nueve, y la noche cayó sobre el mar, y los que estaban adentro de la niebla sólo vieron cómo el rosa iba haciéndose más profundo, hasta ser un rojo intenso. Por encima de ellos, el vasto cielo resplandeciente parecía una llama silenciosa y sangrienta.

      –Pilar de nubes de día y pilar de fuego por la noche –murmuró Zeph dirigiéndose a Nehemiah, en cuclillas junto a él.

      –Supongo que son palabras de la Biblia –dijo Nehemiah.

      –No sé –contestó Zeph–, son las palabras exactas que le oí decir a Passn Myles cuando nos cruzamos con aquel madero ardiente. Era sobre todo humo a la luz del día, pero un fuego maldito y eterno cuando llegaba la noche.

      Al sonar las cuatro campanadas, relevaron al del timón y al vigía, y poco más tarde Josh y el patrón Abe bajaron a la cubierta principal.

      –Terriblemente raro –dijo el patrón Abe tratando de simular indiferencia.

      –Así es –dijo Nehemiah.

      Y luego ambos viejos fueron a sentarse junto a los demás, a observar lo mismo que los demás. Y al sonar las cinco campanadas, a las diez y media, hubo un murmullo de los que estaban más cerca de la proa, y luego hubo un grito del vigía. La atención de todos se dirigió a un punto ubicado casi en línea recta hacia adelante. La niebla parecía estar fluyendo con un raro brillo rojo, un brillo que no era de esta tierra, y un minuto después, el brillo explotó ante sus ojos y se formó una vasta bóveda de refulgentes nubes rojas.

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