Coma: El resurgir de los ángeles. Frank Christman

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Coma: El resurgir de los ángeles - Frank Christman

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destruyéndola si es preciso.

      —Una cosa más —añadió Nebo—, el grueso de los hombres se concentra en el oasis y están preparados para incorporarse a la pelea.

      Vehuel miró a Mario.

      —Tú destruirás la cueva. Usa tu báculo, puedes hacerlo, pero antes provocarás que la niebla proteja a nuestros hombres para que puedan sorprender al ejército de Marduk.

      —¿Y cómo voy a hacer eso?

      —Usa tu báculo para bajar la temperatura en el entorno del oasis y…

      —El agua que se evapora se condensará provocando la niebla —adivinó Mario.

      —Exacto —contestó Vehuel sonriendo.

      —¿Puedo hacer eso?

      —Puedes hacer lo que te propongas —contestó Vehuel mirándolo fijamente.

      Vehuel caminó unos pasos y se volvió mirando a todos. Sus caras reflejaban preocupación.

      —Bueno —dijo Vehuel mirándolos—, ese es el plan. A ver si sale como queremos. Nebo reúne a los hombres y ponlos al corriente de todo. Partimos esta noche.

      Las luces del alba despuntaban cuando llegaron a una distancia prudencial del lugar. A los lejos, entre las palmeras que dibujaban el oasis, se podían apreciar las hogueras. Desde su posición elevada, Vehuel observaba todos los detalles gracias al poder de su visión.

      —Hay algo que no encaja —dijo pensativo.

      —¿Qué te preocupa? —quiso saber Mario.

      —Fíjate en la cueva, debería estar iluminada por las antorchas, sin embargo, no se observa actividad.

      Mario miró con detenimiento la cueva.

      —Puede que estén más adentro. Mira —Mario señaló la entrada de la cueva—, parecen cofres apilados.

      —Hemos de darnos prisa —Vehuel miró a Mario—. Recuerda, tienes que destruir a Amon. Espera mi señal.

      Mario asintió. Vehuel hizo una señal a Nebo e inicio el ascenso hasta que se perdieron en la oscuridad. Se volvió y miró a los hombres que le acompañaban.

      —Vosotros conmigo —dijo a los que tenía más cerca—, el resto ya sabéis lo que tenéis que hacer. Tomad posiciones y ceñiros al plan.

      Mario descendió de la colina por el lado norte y el resto se dirigieron hacia el oeste para tomar posiciones. Uno de los hombres que acompañaba a Mario le agarró del hombro y lo empujó tras una roca. Mario le miró preguntándole con la mirada. Mardoqueo, que así se llamaba, se llevó un dedo a los labios y señaló hacía arriba. Mario sacó la cabeza con cuidado y observó que había un vigilante. Mardoqueo desenfundó su cuchillo e hizo señas para que no se moviera. Con sigilo rodeo al guardia por detrás, se irguió, le atrapó la cabeza y le cortó el cuello con el cuchillo, después se agachó y limpió el cuchillo con las ropas del muerto, hizo una señal a Mario para que le siguiera. Cuando Mario pasó junto al muerto no pudo evitar mirarlo. Mardoqueo se dio cuenta y le dijo:

      —Vamos señor, no pierdas el tiempo, pronto amanecerá.

      Mario se hizo invisible y salió al descubierto. Utilizó el báculo y bajó la temperatura. Vio como los hombres de Marduk se abrigaban como podían. Después regresó junto a Mardoqueo y se hizo visible. Cuando llegaron a las inmediaciones de la cueva se protegieron detrás de unos arbustos. La claridad se abría paso. De repente, un fuerte estruendo sacudió la tierra, la montaña tembló y comenzaron a caer rocas desde la cima. Alguien dio la voz de alarma. Mario se levantó diciendo:

      —Nos toca a nosotros. ¡Vamos!

      Corrieron hacia la entrada de la cueva; varios hombres salían de ella cargados con cofres. Mario levantó su báculo y dijo las palabras que Vehuel le había enseñado, apuntó con el hacia el techo de la cueva y un rayo salió del báculo provocando un gran estruendo cuando impactó contra la cúpula de la cueva. Grandes rocas cayeron sobre los que huían, aunque algunos pudieron escapar. Mardoqueo y su compañero se enfrentaron a ellos y, con gran destreza, los mataron con sus rudimentarias armas. La cueva se había venido abajo, pero no del todo, había quedado un espacio entre las rocas caídas. Mario apuntó de nuevo hacia la parte superior de la cueva, justo encima del espacio que había quedado, pero en ese momento una fuerte luz, venida del interior, hizo saltar las rocas y proyectarlas justo donde se encontraban. Una de las rocas iba a caerle al compañero de Mardoqueo. Mario se tiró sobre él y lo tiró al suelo al tiempo que con su báculo dibujaba un círculo que materializó un escudo que protegía a ambos. Cuando dejaron de caer rocas sobre ellos, miraron hacia la cueva. Marduk avanzaba entre el polvo y portaba una vara negra brillante. Se detuvo a unos pasos de Mario.

      —¿De veras creías que te ibas a salir con la tuya? —observó Marduk presuntuoso.

      Mario no respondió. Con su báculo golpeó la tierra con todas sus fuerzas, el suelo pareció abrirse bajo sus pies. Marduk perdió el equilibrio y soltó su báculo. Mario apuntó con el suyo a la cabeza de Marduk y dijo:

      —Vuelve al infierno.

      Un rayo salió del báculo e impactó sobre Marduk. Su piel se fue oscureciendo y secando hasta convertirse en polvo negro que fue empujado por el viento. Vehuel llegó en aquel momento. Mario tenía el rostro desencajado. Vehuel le pasó la mano por la nuca y le obligó a mirarle.

      —Bien —le dijo—, pero esto no ha acabado. Mira.

      Mario se dio la vuelta y observó que se abría un portal sobre el oasis, de su interior la abominable figura de Amon apareció, parecía sentado sobre su gran cola, miraba furioso, pero inmediatamente miró hacia abajo y se posó sobre el suelo. Su ejército había formado dos círculos concéntricos con el intento de evitar que Amon pudiera ser obstaculizado.

      Amon se posó sobre el suelo mientras Vehuel y Mario corrían hacia él. Amon se acercó a una especie de altar formado por los troncos de dos palmeras cortadas y sobre ellos, el tronco de otra palmera cortada longitudinalmente. Era un improvisado altar que Amon pensaba utilizar para hacer su conjuro. Dos hombres depositaron sobre él un cofre del que sacaron unas vasijas, cuando acabaron pusieron otro que contenía el polvo de oro. Amon cogió el polvo de oro y lo introdujo en las vasijas, añadió agua y sacó unas piedras negras, introdujo las piedras en la solución de las vasijas y empezó a salir una especie de humo azulado. Mientras, Vehuel y Mario, junto a sus hombres, pugnaban por abrirse paso.

      Fue una lucha encarnizada. No querían usar sus báculos por temor a provocar una reacción negativa, ya que Amon estaba realizando un conjuro alquímico, y desconocían su impacto. Cuando consiguieron abrirse paso, Amon los miraba sonriente con la vasija en la mano, vacía. Una luz de un azul oscuro parecía salir del cuerpo de Amon. Aquella luz se concentró sobre la cabeza de Amon y empezó balancearse de derecha a izquierda. Amon se irguió entonces y su figura alcanzó varios metros. La luz fue bajando entonces envolviendo toda su imponente figura y, conforme iba bajando, su aspecto iba cambiando. Envuelto entre una nube oscura, pareció desatarse una tormenta en el interior que obligó a todos a dar varios pasos atrás. La nube comenzó a disiparse y ante ellos apareció una figura humana.

      Vehuel miró a Mario y dijo:

      —Hemos

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