Coma: El resurgir de los ángeles. Frank Christman

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Coma: El resurgir de los ángeles - Frank Christman

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ángel —Lupe lo dijo con esperanza—. Ahora, todo está en manos de Dios.

      Sara miró a Luisa y ésta le devolvió la mirada. Ambas volvieron a mirar a Lupe.

      —Está en buenas manos —las tranquilizó—. Aunque el peligro continúa.

      El rostro de Sara pareció relajarse, aunque persistía en él la preocupación.

      —Y ahora…, ¿qué hacemos? —preguntó Sara con la mirada perdida.

      —Lo que tengamos que hacer —Lupe hablaba sin apartar los ojos del rincón—, no podemos hacerlo aquí. Te lo explico cuando lleguemos a casa.

      Sara se acercó a la cama y miró a su hermano. Estuvo tentada a darle un beso, pero recordó que Luis le había advertido que no lo tocara. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas y se llevó la mano a la boca, cubierta por la mascarilla.

      —Si me oyes —Sara le hablaba al oído—, si estás en algún lugar luchando por tu vida, sé fuerte, no decaigas. Te quiero, todos te queremos. No dejes que nada ni nadie te doblegue.

      —Vámonos —Sara se incorporó y caminó a la salida y las dos mujeres la siguieron.

      Entraron en la sala de contención y se quitaron las protecciones. Cuando abrieron la puerta de salida, Luis las esperaba.

      —¿Cómo ha ido? Bueno, perdonadme, es una pregunta retórica que hago continuamente. Lo siento.

      —Me hago cargo —lo disculpó Sara—. En realidad, ha sido frustrante. No me esperaba encontrarlo tan…, apagado.

      —Mientras esté recibiendo cuidados, a nivel biológico y físico, puede estar años. El problema es que…, bueno, no sé cómo decirlo.

      —Habla claro Luis —le conminó Sara.

      —No es muy ortodoxo lo que voy a decir y si me oyeran decirlo me tacharían de loco. Creo que Mario necesita ayuda… —se quedó en silencio unos segundos—, espiritual…

      —No —intervino Luisa—, realmente no es muy ortodoxo viniendo de un médico.

      Luis sonrió. Casi enseguida quedó serio.

      —Durante estos últimos años he visto cosas… inexplicables —continuó Luis—, cosas que están por encima del entendimiento y la naturaleza humana. Por eso estoy abierto a explorar otras experiencias.

      —Luis, ¿por qué no te vienes a mi casa a cenar el viernes? —propuso Sara—. Luisa estará también. No sé si tu novia, mujer o pareja, estará en sintonía con esto que acabas de decir, pero si lo está, puede acompañarnos. Piénsalo. Sin compromiso. Gracias por haber atendido tan bien a mi hermano. Te espero el viernes, si puedes.

      —Tengo mujer y dos hijos. Ella es mucho más abierta que yo a estos temas y le encantaría asistir. No sé, el problema son los niños. Pero hablaremos con mis suegros para ver si se los quedan esa noche. No te aseguro nada. Hablaré con mi mujer y lo que ella decida.

      —Perfecto —Sara se despidió de Luis con dos besos en la mejilla. Abrió el bolso y sacó una tarjeta—. Este es mi número; cuando sepas algo me llamas y gracias de nuevo. Sabiendo que estás aquí me voy más esperanzada.

      —Quédate tranquila —dijo Luis. Se volvió hacía Luisa y le dio dos besos. Lo mismo hizo con Lupe—. Bueno, tengo que seguir con las visitas. Adiós.

      Adiós —dijo Sara. Se quedó mirando cómo se perdía por el pasillo. Miró a Luisa y a Lupe—. ¿Nos vamos?

      El Poder del Ormus

      El viaje de Mario a través del portal discurrió por distintas etapas. Primero, un canal de gusano, por el que viajó entre destellos de distinta complejidad; después, un largo agujero negro y, finalmente, ante él, apareció el portal. Se detuvo a pocos centímetros de la rueda. ¿Qué le esperaría al otro lado? Alargó la mano y la introdujo en una especie de membrana traslucida. Inmediatamente, algo tiró de él y le obligó a cruzar el portal. Mientras cruzaba se vio a sí mismo cómo su aspecto iba cambiando. De un ser de luz pasó a convertirse en un humano con unas extrañas vestimentas.

      Cuando pasó al otro lado se miró. Una especie de túnica con mangas hasta el antebrazo que le llegaba hasta las pantorrillas y, sobre ésta, una túnica más holgada con algunos adornos. Calzaba unas sandalias de cuero con cordones que se sujetaban a los tobillos. Miró a su alrededor, no tenía ni idea de dónde se encontraba. Apenas había vegetación. Formaciones de roca erosionada le habían estado resguardando. Caminó unos pasos, pero no vio nada, así que decidió encaramarse en lo alto de las rocas. Se trataba de un terreno arcilloso y muy inestable. Se agarró a una roca para impulsarse cuando una voz que casi le hace perder el equilibrio.

      —Ha pasado mucho tiempo Mehiel.

      —¿Hablas conmigo? —Mario recuperó el equilibrio—. ¿Quién eres?

      —¡Oh! Perdona. Por un momento lo olvidé. Quise decir Mario.

      —¿Me conoces?

      —Mi nombre es Vehuel. He sido enviado por Haniel para protegerte en este universo.

      Mario lo miró. Era casi un anciano. Sus vestimentas eran muy parecidas a las suyas.

      —¿Cuántos años tienes? —preguntó.

      Vehuel pareció enojarse. Golpeó su báculo contra el suelo y un rayo salió golpeando en la roca.

      —Veo que todavía sigues encadenado a parte de tu primitiva mente. ¿Qué importa los años que tenga?

      Mario supo que había metido la pata. Por un momento había olvidado que estaba ante un poderoso ser.

      —Perdóname. Como bien dices. No he conseguido apartar de mí la parte mortal.

      —Debes ser más cuidadoso con tus apreciaciones y tomártelo más en serio. Nuestro enemigo es poderoso y verá tus debilidades. Pongámonos en camino.

      Vehuel empezó a caminar y Mario le siguió.

      —¿Dónde vamos? —Mario se puso a su lado—. ¿Qué universo es este?

      —Este es el origen de los males de los mortales —subieron una pequeña colina y miraron a lo lejos—. Este es el gran proyecto de Enlil y por eso su nieto Amon ha elegido este universo.

      —¿Te refieres a.…? —Mario vio la gran edificación que se estaba construyendo a lo lejos.

      —Los mortales la conocen como la Torre de Babel —Vehuel vio en Mario la sorpresa dibujada en su cara—. La biblia se equivoca definiendo a esta construcción. Nunca sobrepasará más de sesenta metros. Acerquémonos.

      Siguieron caminando hasta que estuvieron a una distancia en la que podrían ver a las miles de personas que estaban construyendo esta obra.

      —Déjame contarte algo —propuso Vehuel—. Enlil, uno de los entes Anunnaki, llamó a diez Elohim. Unos personajes que se conocen como los Vigilantes. Su misión fue recorrer la tierra en busca de las mentes más lógicas, las instruyeron y compartieron sus conocimientos.

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