Coma: El resurgir de los ángeles. Frank Christman

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Coma: El resurgir de los ángeles - Frank Christman

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Cada vez que abandone un universo, ya no podrá regresar. Tú lo perseguirás y los ángeles que estén contigo te acompañarán y cruzarán el portal. En cada universo que entréis, los ángeles se irán sumando en cada salto, preparándose para la batalla final. En esa batalla, yo estaré contigo también. Tú, yo y los siete ángeles del principado estaremos en esa batalla donde la finalidad, si vencemos al demonio, será recuperar tu cuerpo mortal. Y una cosa más, estará alguien muy especial.

      —No sé si podré —dijo Mario—. Estoy asustado.

      —Podrás, claro que podrás. Eres un ser poderoso. ¡No sabes cuánto! Una cosa más, no esperes encontrar un universo diferente cada vez que cruces el portal. El mundo donde hagas el salto es el mismo en otro universo, solo cambia el escenario.

      —No entiendo.

      —Será el mismo escenario, el mismo mundo paralelo, pero diferente época y universo.

      —Me estás diciendo que voy a cruzar a un escenario del pasado, o del futuro, sin poder controlarlo.

      —Eso es exactamente lo que quiero decir.

      Mario se le quedó mirando.

      —Bien. ¿Dónde comenzará todo?

      —Ve a la habitación del hospital donde está tu cuerpo, Amon estará allí, escondido entre las sombras. Intentará provocarte, pero no podrá, ya no posees emociones humanas. Cuando se dé cuenta, saltará a otro universo.

      —¿Cómo sabré dónde va?

      —Lo sabrás por el punto del salto, abre el portal en el mismo punto que lo haya hecho él y te llevará a donde haya ido. No te puedo decir cuál será. Recuerda, Amon necesita vencerte para absorber tu energía y poseer tu cuerpo. No puedes, no debes permitirlo. Es de suma importancia que no lo consiga. El universo no puede permitirse perder a una de sus almas.

      Mario estaba callado escuchando a Haniel. No lograba comprender como iba a hacer todo lo que le pedía. Éste leyó sus pensamientos.

      —No estás solo —le dijo poniendo una mano sobre su hombro—. El Infinito está contigo. Venceremos. Después de decir aquello, Haniel desapareció.

      Mario cerró los ojos y al momento se vio en la habitación donde su cuerpo descansaba. Se miró a sí mismo. Estaba en una cama rodeado de aparatos. Un tubo se le introducía por la laringe. En ambos brazos, sendas vías introducían en su cuerpo todo lo necesario para mantenerle con vida. No sentía ninguna emoción al verse tan desvalido e indefenso.

      —Hola, mortal —sonó una voz de ultratumba—. Volvemos a vernos.

      Mario miró al lugar de donde procedía la voz. De un rincón oscuro vio aparecer una sombra que se difuminaba para más tarde adquirir consistencia. Mario lo miró.

      —Así es, Amon, volvemos a encontrarnos. ¿O debo llamarte nieto de Enlil?

      —¡Oh!... Veo que has conocido a Haniel. Sin embargo, estás aquí, solo. ¿Qué ha pasado? ¡No me lo digas! Te ha abandonado. Si es que estos angelitos son todos iguales, unos cobardes.

      Ahora podía ver mejor al ser. Tras la sombra difuminada, en constante movimiento, se podía apreciar una cara de lagarto, cuando se movía arrastraba una cola, repugnante. Se puso junto al cuerpo de Mario y lo miró.

      —Mírate, tan desvalido; si quisiera, ahora mismo podría poseerte. Pero no es a él a quien quiero, te quiero a ti —Amon puso una especie de mano sobre la cabeza del cuerpo de Mario—. ¿Qué crees que pasaría si le arrebatara la vida?

      —Eso no entra en tus planes —le contestó Mario con seguridad—. Además, puedes hacer lo que quieras con este mortal. No me importa.

      Tras aquella sombra aparecieron dos ojos llenos de fuego. Amon se acercó a Mario y lo miró con aquellos terroríficos ojos. Ahora podía distinguir mejor sus facciones. Daba miedo.

      —Vaya —dijo Amon alejándose hacía el rincón—, después de todo, tu ángel te ha ilustrado, ha roto tu vínculo con el cuerpo mortal. ¿Quieres jugar? ¡Juguemos!

      Amon desapareció dejando tras de sí un círculo de fuego. Mario miró a su cuerpo. No sintió nada. Avanzó hacia el lugar donde Amon había desaparecido, extendió la mano y se abrió el portal. En aquel momento se abrió la puerta y entró una enfermera. Se acercó a la cama y comprobó que todo estaba bien. Se llevó las manos a la nariz, el olor era nausebundo.

      Era un lugar mágico. Sobre el cielo, siete soles, cada uno de ellos situado de manera que nunca hubiera oscuridad, compartían el espacio con siete lunas que mantenían la estabilidad de un mar siempre en calma. Altas montañas de las que fluían ríos que recorrían frondosos valles. Haniel apareció junto a un sendero que conducía a una enorme casa construida con grandes bloques de piedra. Caminó por aquel sendero, su cuerpo había cambiado, ya no vestía aquel traje, era pura energía.

      Llegó junto a la puerta. A la derecha del umbral, un bloque sobresalía de los demás. Puso la mano y lo empujó suavemente. El bloque se desplazó hacía dentro dejando a la vista un sello. Lo giró en el sentido de las agujas del reloj y la puerta se abrió. Entró, la puerta se cerró tras él, a ambos lados había unas antorchas, cogió una y la prendió. Se acercó a una especie de pedestal sobre el cual, la figura de un ángel, con la mano extendida, le invitaba a adentrarse.

      Haniel llegó a una artesa, introdujo la antorcha e inmediatamente el fuego se propagó por diversos canales que fueron alumbrado la estancia. Dejó la antorcha y cogió una vara de unos dos metros, cilíndrica, estaba labrada con relieves, excepto los cuarenta centímetros de uno de los extremos. En el centro, un gran círculo sobre el cual había siete tronos. Estaban situados sobre un grabado que representaba los siete universos. De cada uno de ellos, una línea iniciaba el trazado que convergía en un orbe situado en el centro. Los siete universos estaban unidos entre sí mediante otro trazado; era exactamente igual que la rueda.

      Sentados en los tronos, siete figuras, con las manos apoyadas en los brazos del trono, con el tronco erguido y los ojos cerrados, permanecían inmóviles. Haniel caminó al centro del círculo, miró al suelo, un orificio del mismo diámetro que la vara se hundía a sus pies. Puso la vara al borde del orificio y miró a las figuras, después miró hacia arriba y dijo:

      —Por el poder que me ha conferido el Infinito —Haniel bajo la mirada al agujero, encaró el extremo liso de la vara y, al mismo tiempo que la introducía con fuerza, gritó—, yo os ordeno que despertéis.

      Sus palabras fueron acompañadas por un gran trueno que hizo estremecer los cimientos. Cuando todo se calmó, las figuras parecieron tomar un aspecto luminoso, cada una de un color, pero todas dentro de una escala de colores puros. Del suelo brotaron siete báculos que los ángeles cogieron. Se levantaron, eran tan altos como Haniel.

      —¿Por qué motivo nos despiertas? —dijo uno de ellos.

      —Os necesito. Uno de los nuestros, Mehiel, que alimenta el cuerpo de un mortal llamado Mario, está amenazado por uno de los demonios más poderosos. Un nieto de Enlil llamado Amon. Mario está atrapado en los siete universos y ha sido retado por el demonio. Cada uno de vosotros deberá ir a un universo y ayudarle. Amon es muy cauteloso y no se dejará sorprender. Si se ve perdido,

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