Coma: El resurgir de los ángeles. Frank Christman

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Coma: El resurgir de los ángeles - Frank Christman

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viajar y divertirnos. No estamos preparados para una vida de responsabilidad.

      —Entiendo.

      —¿Y tú? —ahora era Luisa la que quería saber cosas—. ¿Algún novio, pareja?

      —Nada serio. El trabajo me absorbe todo el tiempo. ¿Te quedas a cenar?

      —Mejor otro día. Diego me espera en casa. Hablaré con él y podemos quedar para el viernes. Si te parece.

      —Hecho. ¿Os espero el viernes?

      —Está bien, se lo diré.

      —¿A qué hora nos vemos mañana?

      —Sobre las nueve estará bien. Nos vemos allí, ¿vale?

      —Vale —Sara se levantó y se abrazó a Luisa—. Te estoy muy agradecida Luisa. Has estado ahí cuando nadie podía estar. Eres una gran amiga.

      —Serás tonta. ¿Para qué están las amigas? —se dirigió a la puerta y, antes de abrirla, se volvió—. Bienvenida, hasta mañana.

      —Hasta mañana —contestó Sara levantando una mano.

      A la mañana siguiente, Sara llegó con Lupe y esperó a Luisa en la entrada. No tardó en llegar. Se dieron sendos besos y Luisa saludó a Lupe con simpatía.

      —Tenemos que ir a la Unidad Asistencial de Pacientes Críticos —cogió a Sara del brazo—. Solo el nombre da miedo, ¿verdad?

      —En efecto —a Sara le cambió la cara.

      Cuando llegaron a la Unidad caminaron hasta el mostrador.

      —Hola, buenos días —saludó Luisa—. Hemos venido a ver a Mario Cruz. Ella es su hermana.

      —Ya era hora que viniera algún familiar —la enfermera lo dijo sin levantar la vista del ordenador.

      A Sara le invadió la cólera y no pudo contenerse.

      —Escúcheme, “señora”. Usted no está aquí para expresar su opinión. Y menos sin conocerme. Así que le agradecería que se guardara sus comentarios y me dijese dónde está mi hermano.

      La enfermera levantó entonces la visa del ordenador y miró a Sara. La enfermera iba a contestar cuando una voz se oyó desde una habitación que había detrás.

      —Discúlpese inmediatamente con la señorita —un hombre apareció por la puerta—. O tendré que tomar medidas contra usted.

      El hombre miró a Sara.

      —Hola, Sara.

      —Le pido disculpas —terció la enfermera sofocada.

      —Disculpada queda. Luis…, pero, ¿qué haces tú aquí? —miró a Luisa—. No me habían dicho nada.

      —No sabía nada. Te lo juro —observó Luisa con cara de sorpresa.

      Luis salió y dio dos besos a Sara. Se volvió a Luisa e hizo lo mismo.

      —Acompañadme, vamos a mi despacho.

      Caminaron tras él hasta llegar a una puerta con un cristal opaco.

      —Sentaos, por favor —Luis reparó entonces con Lupe.

      —Esta es Lupe —la presentó Sara al darse cuenta—. Ha venido conmigo desde California.

      Lupe le tendió la mano y Luis se la estrechó.

      —Así que estás en Silicon Valley —dijo Luis—. No me sorprende, en el instituto ya apuntabas maneras.

      —Pues anda que tú —Sara estaba sorprendida—. Debes ser muy importante aquí.

      —Solo soy un jefe de equipo —sonrió halagado—. El lumbreras, es el jefe de la Unidad. Escúchame Sara, tu hermano no ha estado desatendido en ningún momento, me he encargado personalmente. Su estado es muy complicado. Si fuera religioso diría que está en manos de Dios.

      —Y…, ¿si no lo fueras? —preguntó Luisa.

      —Si no lo fuera, que no lo soy, diría que no está aquí; no sé dónde estará, pero aquí no.

      El silencio se hizo el dueño del tiempo.

      —¿Podemos verlo?

      Luis miró el reloj.

      —Os acompaño a su habitación y os dejo a solas un momento con él. Yo tengo que pasar unas visitas. Cuando acabe vuelvo.

      Entraron a una sala previa a la habitación.

      —La habitación está bajo el protocolo de aislamiento —Luis señaló unas estanterías— Tendréis que colocaros esta protección encima de la ropa. La cabeza y los pies también. Y poneos las mascarillas. No le toquéis ¿de acuerdo?

      —De acuerdo —contestó Sara.

      Luis salió y las tres mujeres se pusieron las protecciones. Cuando estuvieron listas, Sara cogió el pomo de la puerta. Se volvió mirándolas buscando su aprobación.

      —¿Listas? Vamos allá.

      Sara abrió la puerta. La habitación estaba en penumbra. Cuando vio a su hermano se cubrió la cara con las manos. Estaba sobre la cama rodeado de vías y tubos, extremadamente delgado. No pudo evitar un gemido. Luisa que había entrado tras ella soltó un grito de sorpresa y se llevó las manos al pecho. Le faltaba el aire. Lupe entró y se quedó parada. Un escalofrío le atravesó el cuerpo. Se quedó mirando el rincón y se llevó la mano a la boca.

      —Dios mío —sollozó sin dejar de mirar el rincón.

      Las dos mujeres se volvieron mirándola.

      —¿Qué ocurre ama? —preguntó Sara—. ¿Qué ves?

      —Han estado aquí.

      —¿Quiénes? —conminó Sara—. Ama, mírame, ¿quién ha estado aquí?

      —Tu hermano —a Lupe apenas le salía la voz—. Pero no ha estado solo.

      —¿Qué quieres decir con que no ha estado solo? —Sara estaba confundida—. Explícate.

      —En esta habitación han ocurrido cosas. Tu hermano ha venido a visitarse, pero se ha encontrado con una presencia maligna que le ha retado.

      —Oh, Dios mío —a Luisa estaba a punto de darle un infarto.

      —¿Qué ha pasado después? —quiso saber Sara—. Dímelo ama, por favor.

      —El demonio se ha ido, por aquel rincón. Tu hermano le ha seguido. Pero no sé todavía cómo. Es como si alguien le estuviera prestando ayuda.

      —¿Quién?

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