Coma: El resurgir de los ángeles. Frank Christman

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Coma: El resurgir de los ángeles - Frank Christman

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le caía por debajo de los hombros. Sus ojos eran indescriptibles; se podía adivinar el iris y la pupila. La esclerótica, la parte blanca del ojo, era como fuego. Por lo demás, era bastante parecido a un ser humano.

      —Puedes llamarme Haniel y soy tu acompañante.

      —¿Mi acompañante? —respingó Mario—. Si eres mi acompañante…, ¿por qué no estás en ese helicóptero?

      —Ese no eres tú —contestó enigmático Haniel.

      —¿Qué quieres decir?

      —Ese es tu cuerpo mortal. Ahora estás fuera de él, en otro plano. Sigues estando vivo, pero sin energía. Estás atrapado en una dimensión intermedia, ni muerto ni vivo. Y lo que es peor, estamos aquí porque un espíritu malvado te ha llevado a esta situación.

      —Pero… ¿por qué?

      —Hace tiempo invocaste a un espíritu malvado y, desde entonces, estás bajo su influencia.

      —Pero… —Mario recordó la Güija—, después fuimos a la Iglesia y comulgamos.

      —De verdad crees que la iglesia tiene el poder de limpiar el alma —Haniel esperaba una respuesta y al ver que no la obtenía continuó—. La iglesia es la vergüenza del universo. Un simple hombre, investido de un falso poder, es incapaz de entender los poderes del cosmos, ni de los que viven del engaño. Esto, a la iglesia, le viene muy grande.

      Mario escuchaba incrédulo. No entendía nada.

      —Entonces… ¿Qué hacemos?

      —Ven conmigo —le cogió de la mano—. Cierra los ojos. Te dolerá menos.

      Mario cerró los ojos. De pronto se precipitó. No pudo evitar abrir los ojos. Por qué había dicho que dolería menos. No dolía nada.

      Mientras tanto, en el Hospital donde estaban operando a Mario, su cuerpo comenzó a tener convulsiones.

      —Pero…, ¿qué está pasando? —dijo uno de los cirujanos que lo estaban interviniendo—. ¡Sujetadlo!

      Tras unos segundos, las convulsiones cesaron.

      —Pero, ¿qué demonios ha ocurrido? —volvió a preguntar el mismo cirujano— Dame una lectura de las constantes.

      —Todo está en orden —dijo una de las enfermeras que se ocupaba de los monitores.

      —Bueno —dijo el cirujano jefe sorprendido—, continuemos.

      Casi al mismo tiempo que cesaban las convulsiones, Mario y Haniel entraron en una especie de espiral que tenía un centro, lo cruzaron y entraron en una estancia dominada por el color blanco. No había rincones, ni líneas de transición, nada. Mario notó que Haniel le tocaba el cuello y se sumergió en la más absoluta oscuridad.

      Cuando volvió a tener percepción de lo que ocurría a su alrededor, se vio sobre una rueda, estaba bocabajo, a un metro de lo que parecía el suelo. Junto a él, había varias personas que le estaban manipulando toda la zona de la columna vertebral. Tenía los brazos extendidos y las piernas separadas. Era como el hombre de Vitruvio.

      Mario se fijó en el suelo, era como un gran espejo, le devolvía su imagen. La rueda tenía siete radios de un color platino brillante. Mario descansaba sobre ella, pero había una particularidad, su “cuerpo” estaba integrado entre los radios, solo las zonas donde no descansaba, se podían percibir los radios. Lo que más le llamaba la atención era que nada sujetaba la rueda. Estaba como suspendida en el aire. Y otra cosa, no distinguía su sexo. Sus atributos habían desaparecido. Eso le preocupó.

      Las personas o los seres que lo habían estado manipulando desparecieron como absorbidos por una pared invisible. De pronto la rueda comenzó a girar con una peonza trazando una ondulación que, finalmente, quedó quieta en posición vertical. Dio ciento ochenta grados y quedó enfrentado a Haniel.

      —¿Que me habéis hecho? —se enfrentó Mario a Haniel—. Dónde están mis…, mis genitales.

      —En esta dimensión no los necesitas. Solo tu cuerpo mortal necesita reproducirse.

      —¿Y la espalda?

      —Verás, te hemos arreglado un poco.

      Mario dio un respingo.

      —Tranquilo —continuó Haniel—. Te hemos desconectado el cordón de plata, solo mientras estés atrapado en esta dimensión, el vínculo con tu cuerpo mortal ha sido cortado. Si no lo hubiéramos hecho, todas tus nuevas experiencias repercutirían sobre tu cuerpo y sufriría. Ahora, tu cuerpo mortal ha entrado en un profundo coma y eso nos da libertad para vencer a Amon.

      —¿Amon? —se extrañó Mario—. ¿Quién es?

      —El demonio que invocasteis cuando hicisteis la Güija.

      —Era Satán —corrigió Mario.

      —Satán es un nombre inventado por la iglesia —aclaró Haniel—. Amon es hijo de una hija de Enlil, ese a quien llaman Yahveh. Le gusta sembrar la duda y la ira entre los mortales. Puede manipular la mente humana y llevar a los humanos a cometer asesinatos. Amon fue el que manipuló al soldado romano que clavó la lanza en el costado de Jesús. Después, la lanza pasó de mano en mano hasta que unos arqueólogos alemanes la descubrieron y se la entregaron a Adolf Hitler.

      Haniel alargó la mano y la rueda fue bajando hasta posarse sobre el suelo.

      —Ya puedes dejar el anillo. Da un paso al frente.

      Mario dio un paso al frente. Fue como separarse de una tela de araña. Cuando se liberó, la rueda desapareció.

      —Escúchame atentamente —Haniel caminó hacía Mario y se detuvo frente a él—, esto tienes que hacerlo solo. Al desafiarle en aquel juego, abriste un pasillo por el que te obliga a seguirle por los siete universos. En algunos de ellos, Amon tiene un gran poder. No puede hacerte daño, ahora no, ya no tienes vínculo con tu yo mortal y, es ese cuerpo, el que él necesita para poder acceder a ti. Ahora eres energía, puedes moverte por los universos a través de tu portal. Amon te perseguirá allá donde vayas e intentará vencerte para ocupar tu cuerpo. Pero con una particularidad, es una persecución hacia delante. A pesar de ser tú el perseguido, te convertirás en perseguidor. Él marca las reglas, sabe que te ayudaremos.

      —¿Y cómo puedo encontrar esos pasillos?

      Haniel extendió la mano y apareció la rueda.

      —Este será tu portal para acceder a esos mundos. Para abrirlo, extiende la mano y ordena que se abra con la mente. Lo mismo para cerrarlo. Amon no puede cruzarlo, pero si te alcanza antes de hacerlo, quedarás atrapado en ese universo. La clave estará en obligarle a ser el primero en abrir el portal.

      —¿Voy a estar siempre solo? —preguntó desalentado.

      —Viajaré hasta la Casa del Principado y despertaré a los ángeles. Son siete seres muy poderosos que ocuparán, cada uno, un universo. Ellos estarán

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