La primera generación. Estudiantes que inauguraron la Facultad de Medicina de Bilbao en 1968. vvaa
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Los jefes de las entonces ya denominadas Gerencias de Sanidad e Insalud, eran una mezcla de políticos según partido, y adictos a protocolos y despacho. Ahora recuerdo que me quedé de una pieza cuando uno de ellos, me dijo:
–Tú eres coordinadora del centro, no su representante sindical.
De esa frase, se puede deducir que no lo tuve fácil. A pesar de todo, en los veinte años siguientes, no me quedó más remedio que hacerme cargo de la coordinación, en tres ocasiones más. Entonces, mi forma de trabajo era menos individualista.
Siempre tendré que agradecer la buena relación, y el trabajo coordinado entre Medicina y Enfermería del que disfruté. Tengo buenos amigos de esa época.
Durante esos años, mis hijas se formaron y estudiaron para ser unas buenas profesionales. Pasado ese tiempo, por alguna gotera de salud que empezó a salir, decidí pedir el traslado a otro centro de salud cercano, pero más pequeño porque la demanda que tenía entonces ya era fuerte a pesar de estar en zona rural. Hacíamos guardias como continuación de la jornada de mañana y seguíamos con la consulta normal del día siguiente.
Llegó un momento, quizás por cansancio, en el que no me quedaba tranquila cuando el paciente salía de la consulta; tenía la sensación de que me había dejado algo en el tintero, de preguntar, explorar, o recetar. Así que me fui al centro de salud del Valle de Tobalina. Hubo quien no entendió que, a pocos años ya para jubilarme, “perdiera categoría” yendo a un centro menos “importante”, pero mi familia y yo lo teníamos claro: no solo iba a tener una menor carga asistencial, sino que la nómina a fin de mes, era la misma. A esto se añadió que pronto comenzábamos a librar tiempo al día siguiente de una guardia, lo que acumulaba el trabajo para el resto de los compañeros.
Fueron cinco años muy agradables, aunque no estuvieron libres de incidencias laborales.
Y de ahí, a la jubilación, el 1 de enero de 2014. Puedo deciros, que no echo de menos el trabajo y que creo que he gestionado muy bien ese paso, que dicen que es difícil de dar. Siempre he tratado de ser consecuente con mis decisiones e ideas y también de dar lo que a mí me hubiera gustado que me dieran en ese momento dentro de mis posibilidades.
Hoy tengo un niño y dos niñas que me llaman Abu y de los que no puedo estar más colgada. Quizás un día, ¡quién sabe!, uno de ellos quiera seguir el camino de Abu y tendré entonces que decirle que, siempre, se ponga al nivel de su paciente, que deduzca, que hable con él, que toque, que en definitiva sea también un poco “médico antiguo”.
Sigo viviendo en Medina, pero como buenos riojanos, alternamos las estancias en la casa de Briones, nuestro bonito pueblo, paisaje y tranquilidad. Creo que he dado suficiente a la Medicina, en todo este recorrido de mi vida y que la Medicina me ha correspondido de la misma forma. Estoy en paz con los pasos que he dado y también con los fracasos que he tenido por darlos.
Todo puedo resumirlo en que la decisión de matricularme para empezar en la antigua Escuela de Náutica fue acertada. Estoy satisfecha.
TODA UNA VIDA
Begoña Pérez Huerta
EL ORIGEN DE MI VOCACIÓN
Desde niña quise estudiar Medicina. Mi hermana pequeña sufrió una parálisis cerebral muy severa. Yo tenía seis años cuando ella nació y todos los días rezaba para que, al levantarnos por la mañana, fuera una niña normal con la que pudiéramos jugar mi otra hermana y yo. Cuando comprendí que esto no iba a ocurrir, de alguna forma decidí que tenía que aprender cómo ayudarle, y siempre he pensado que ese había sido el origen de mi vocación.
Recuerdo el cambio que la enfermedad de mi hermana supuso en nuestra familia. Se acabaron todas las actividades que habían formado parte de nuestra vida, como ir a la playa, al cine o pasear por el parque. Pero lo peor fue la tristeza de mis padres, la dedicación a ella con todo su amor. Nosotras crecimos rápido y yo ayudaba como podía en las frecuentes crisis epilépticas y los otros problemas que surgían de forma habitual. Para mi familia y para mí fue una buenísima noticia saber que la carrera se podría estudiar al lado de casa. Vivía en Deusto y el edificio de Náutica estaba muy cerca.
LOS AÑOS DE ESTUDIANTE. FACULTAD DE MEDICINA
Durante los cursos preuniversitarios había participado en movimientos católicos estudiantiles JEC (Juventudes Estudiantes Católicos), y me había integrado en un grupo cultural y de montaña, donde comencé a estudiar euskera y a conocer la cultura vasca.
El mayo del 68 marcaba un cambio de valores en la sociedad en general y nuestro entorno no era ajeno a todo ello. Vivíamos épocas convulsas con un grado de violencia importante y un deseo de cambio y de libertad que chocaba frontalmente con Estados de Excepción y realidades como el llamado juicio de Burgos (3-12-1970).
El primer curso –Selectivo–, por un lado, me resultó sencillo ya que significaba la continuidad de los estudios preuniversitarios, pero teníamos ganas de meternos en temas propios de Medicina, así que el día que el Dr. Moya nos explicó la estructura del ADN, nos contagió su entusiasmo. Era tan joven que en aquel momento me sentí casi médico, investigadora.
Recuerdo los paseos matutinos a casa de Roberto Lertxundi con María Asun Markiegi. Los tres estudiábamos unas horas antes del comienzo de las clases. Aprobé en junio, y el verano lo dediqué a estudiar euskera en un internado.
Detuvieron a varios amigos de Deusto y me vi abocada a marcharme de casa de mis padres durante una temporada, por temor a ser detenida. Perdí unos meses de asistencia a clase. Recuerdo que al volver a la Facultad le conté mi situación y mi temor al decano de Medicina, el doctor Gandarias; él me facilitó la reincorporación y yo trabajé duro para conseguir recuperar el tiempo perdido.
En marzo del segundo curso, me casé. Tenía diecinueve años, entonces a nosotros nos pareció razonable. Estoy segura de que nuestras familias no lo consideraron así. Ellos pensaban que dejaría de estudiar y que me convertiría solo en ama de casa, algo que nunca fue mi intención, ni la de Iñaki. Nos adaptamos bien a nuestra nueva vida.
Recuerdo las largas horas de estudio, en casa, en la biblioteca, con mi amiga Lola Ingelmo. La vida en el hospital de Basurto, deseando participar en cualquier actividad relacionada con pacientes reales.
Compramos a plazos una televisión pequeñita, pues mi marido tenía que esperarme muchas horas mientras yo preparaba exámenes.
El 21 de julio del 1973 nació mi hija Ainhoa, yo estaba en quinto curso. Recuerdo que, en el examen final de Patología Médica, el doctor Bustamante me vio tratando de girar la pala abatible para escribir, en la silla de clase, ya que el hueco era incompatible con mi avanzada gestación. Estábamos en el búnker, hacía mucho calor. Me dijo que utilizara su mesa y que, sin duda, mi hija nacería con amplios conocimientos de Medicina. Me sentí bien.
Durante el sexto curso compatibilicé las tareas de madre novata con los estudios y las prácticas en el hospital. Solía estudiar con mi hija colocada en una hamaca sobre la mesa, entre los apuntes. Mi sensación era la de que podíamos con todo, como así fue, y terminé en septiembre con la primera promoción.
Por supuesto, me perdí el viaje de estudios de fin de carrera; sin duda, renuncié a todo ello, pero nunca lo viví como una pérdida. El apoyo incondicional y el reparto de tareas con Iñaki, fueron claves y, en esa época, sin él nada de lo que narro habría sido posible.
Mantuve