La primera generación. Estudiantes que inauguraron la Facultad de Medicina de Bilbao en 1968. vvaa
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Si en algún ámbito es imprescindible el trabajo de equipo es en Intensivos. Y no me refiero solo al trabajo conjunto de médicos y enfermeras del Servicio para mantener el nivel asistencial durante las 24 horas. Sin nuestros compañeros radiólogos, entre los que ha habido una nutrida representación de los “pioneros” de la Facultad, habríamos caminado en tinieblas o sencillamente a ciegas. Los espectaculares avances en la obtención de imágenes con la ecografía, TAC, RMN, etc., se han acompañado de lo que parecía más propio de la ciencia ficción: navegar por la vasculatura insertando stents, embolizando lesiones, resolviendo coágulos...
Los cirujanos, en especial los cardiacos o los cirujanos plásticos de Grandes Quemados, nos han confiado el postoperatorio de sus pacientes, y con ellos hemos departido a diario. Las especialidades médicas nos han enseñado a plantearnos y replantearnos el camino a seguir, contribuyendo además a establecer criterios para administrar unos recursos limitados. Para ingresar o dar de alta a los pacientes en el momento apropiado. Los hematólogos, bioquímicos, microbiólogos, el Servicio de Rehabilitación..., con pocas especialidades no hemos tenido relación y en todas hemos encontrado la cooperación que cada caso requería.
Los ingenieros, de las muchas veces denostadas empresas multinacionales, son los que han fabricado los prodigiosos aparatos que resultan decisivos en el soporte vital del paciente crítico. En el cien por cien de los pacientes se ha utilizado monitorización avanzada, aproximadamente un sesenta por cien ha precisado ventilación mecánica, cerca de un ocho o diez por cien diálisis continua con hemofiltro, porcentajes menores de enfermos han requerido asistencia mecánica circulatoria o ECMO.
Así mismo debemos a la industria farmacéutica la investigación y fabricación de medicamentos cada vez más potentes y eficaces.
En la siempre bien dotada biblioteca de Cruces (infatigable Mª Asun García) hemos podido consultar las revistas más prestigiosas, desde los tiempos del papel y de aquellos libracos del Index Medicus en donde buscar referencias, hasta la comodidad de poderlo hacer on-line en cualquier momento. Mucho debemos a la informática con la que empezamos a trabajar ya a mediados de los 80. El primer PC que tuvimos en la UCI era un XT con cuarenta megas de disco duro. Y aunque parezca mentira podíamos hacer los informes con un procesador de textos (WordStar, WordPerfect), tener una base de datos bastante completa (Dbase III), gráficos con Harvard Graphics, Lotus 123 (no confundir este 123 con el programa de Ibáñez Serrador). Luego vino el AT, el 286, el 386, el Pentium, ya con Windows. Y las aplicaciones que, con mayor o menor fortuna, han ayudado (o dificultado) nuestro trabajo.
Han sido los años en que se ha desarrollado el método científico en Medicina con grandes estudios a doble ciego, randomizados, multicéntricos, metaanálisis, etc., que nos han permitido basar nuestra actividad profesional en guidelines derivadas de lo que se ha llamado Medicina Basada en la Evidencia o MBE (que, contrariamente a lo que su nombre pudiera indicar, no es en absoluto evidente). En inglés, evidences (diccionario Collins-Noguer) hace referencia a pruebas, indicios, hechos, datos. Según la RAE, evidencia es “la certeza clara, manifiesta y tan perceptible que nadie puede racionalmente dudar de ella”. Algunos insignes profesionales (de la política, del periodismo, o de la medicina) confundieron una cosa con otra, y tomaron a la MBE como una especie de verdad revelada. No. Lo que se concluye en Medicina a través de la aplicación rigurosa del método científico es válido hasta que otros estudios de rango similar o superior cuestionen sus hallazgos. El método científico nos enseña que nunca está dicha la última palabra. Es lo bueno que tiene.
En Salvar al soldado Ryan la misión era rescatarlo con vida. En Intensivos hay que conseguir además que el paciente salga en las mejores condiciones posibles. Evitar las complicaciones, derivadas de la propia enfermedad o de las potentes drogas y procedimientos invasivos que utilizamos, puede ser tan importante o más que tratar con éxito la enfermedad que motivó el ingreso. El objetivo es restituir en lo posible la situación funcional. Mantener una nutrición adecuada, evitar la desorientación o el delirio que a menudo conlleva la estancia en UCI, rehabilitar. Ser capaz de transmitir al paciente y/o sus familiares que no solo está siendo atendido por un determinado médico, sino que todo el Servicio, y aún más, todo el hospital considera prioritario darle la mejor asistencia posible, y sobre todo conseguir que eso sea realmente así.
Denegar el ingreso o decidir limitar la escalada terapéutica, para evitar tanto la futilidad como el ensañamiento terapéutico, plantea problemas éticos de hondo calado. No siempre se puede tomar una decisión pausada y compartida que sea inequívocamente certera. Quizá sea lo más difícil de nuestra especialidad. Y después, analizar lo que se podía haber hecho mejor, interesarse por la evolución tras el alta de la Unidad, escuchar, estudiar, aprender.
Ahí fuera siguieron pasando cosas. Entrábamos en la UE y cambiábamos la peseta, un montón de pesetas, por el euro. La sociedad era cada vez más laica, aunque quizá simplemente se sustituía una religión por otra: la de lo políticamente correcto. Personas de otros países intentaban establecerse en nuestro país. Surgía lo que ningún escritor de ciencia ficción consiguió prever, ¡Internet! Cada uno con su móvil, con tecnología informática superior a la que puso al hombre en la Luna. Caía el muro de Berlín. Se desintegraba la URSS; los Castro, no. Se cuestionaba lo que parecía incuestionable, desde los Premios Nobel hasta la ONU, e incluso la misma democracia que –por no hablar de los de casa– nos daba a tipos como Trump o Putin, dejándonos a la intemperie frente a la manipulación informativa, los estudios de mercadotecnia, o la suplantación de lo que se creía que era el gobierno del pueblo por la sola posibilidad de elegir menús precocinados, si quieres lo comes o no, pero no hay otra cosa.
EPÍLOGO
La Medicina, tal como la hemos conocido, está cambiando y va a cambiar mucho más. Cada día está más orientada no solo a tratar a los enfermos sino a mejorar y prolongar la vida de los sanos. La esperanza de vida era de poco más de sesenta años cuando nacimos, ahora está alrededor de ochenta y cinco. Hemos visto cómo llevaban esposada a Jane Fonda, Barbarella, con más de ochenta años, tras manifestarse por el cambio climático. Jubilados caminan cientos de kilómetros para reclamar mejores pensiones. Ser realistas, pedir lo imposible.
Tecnológicamente hacemos lo que antiguamente estaba reservado a los dioses. Hacer que los ciegos vean, que los sordos oigan, que los cojos corran. Expulsar demonios. Echar una partida a la muerte y ganársela. Podemos volar más alto y correr más rápido que cualquier criatura. Hacer retroceder o avanzar los mares. Separar las aguas y construir carreteras y ferrocarriles en su interior. Bendecir las cosechas para que den mucho fruto. Crear animales y plantas nuevos. Contemplar en tiempo real lo que sucede en todas partes. Ver el interior del cuerpo a través de la piel. Entender y comunicarnos en todas las lenguas.
También podemos crear demonios. La ira de los viejos dioses resulta una rabieta insignificante. Se puede condenar a muerte a millones de personas porque así lo ha decidido una fuerza oscura. Arrasar con fuego ciudades y países enteros, sin que los que los habitan sepan que pecado han cometido.
Es seguro que los médicos de dentro de cincuenta años no serán como nosotros, pero quizá tampoco los humanos sean como ahora. Es muy posible que, como apunta Yuval Noah Harari, dentro de unos años, de unas décadas, muchas de las decisiones trascendentales sobre los aspectos médicos las tomen algoritmos informáticos. Quizá el Homo Sapiens, siguiendo al mismo autor, dé paso al Homo Deus.
La medicina regenerativa, la inteligencia artificial, la ingeniería genética, la infotecnología 5G, las células madre, la biotecnología, ya están aquí, y su potencialidad desborda lo imaginable. Algunos lo definen como transhumanismo: “fabricar” un cuerpo que haya superado la enfermedad, con un rendimiento