La primera generación. Estudiantes que inauguraron la Facultad de Medicina de Bilbao en 1968. vvaa

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La primera generación. Estudiantes que inauguraron la Facultad de Medicina de Bilbao en 1968 - vvaa

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En ocasiones, incluso planificado, o solo asumido y, en otras, objetado. Cómo no, así somos.

      Nuestras historias personales celebran el microdetalle y no tanto la macrohistoria, la experiencia individual por encima de la situación externa, quizá más objetiva. Cada autor o autora aporta su propio enfoque y estilo narrativo, pero hemos tratado siempre de contestar a la misma pregunta: ¿qué fue de aquellos jóvenes, hombres y mujeres, que estrenaron la Facultad hace cincuenta años? Por estas páginas desfila parte del profesorado, colegas, pacientes, personal sanitario, algún que otro jefe (rara vez jefa), y nuestras familias. Hemos compartido recuerdos y reflexiones, críticas, agradecimientos, ironía y bastante humor.

      Lectores desprevenidos, cuidado, no encontraréis aquí uniformidad. Fuimos un colectivo hasta cierto punto heterogéneo, pero teníamos en común la juventud, con toda su carga de entusiasmo, idealismo y esperanzas, y un espíritu crítico nada desdeñable. Carecíamos de una tradición, faltaban las generaciones anteriores de estudiantes que nos habrían permitido ver a dónde se llegaba según de qué manera. Lo inventamos sobre la marcha. Todavía se perciben, en estas páginas, visiones distintas del pasado, lo mismo que diversidad de puntos de atención, anclajes emotivos y límites temporales al contar nuestras propias vidas.

      No hablamos, sin embargo, todas las personas de aquella generación. Echamos en falta a tantísimas que empezaron la carrera el mismo año, pero que tomaron luego otros caminos. Recordamos también a otras muchas cuyas vidas se truncaron antes de tiempo; su memoria ha aflorado, más si cabe, en nuestros corazones al revivir el pasado. Y, por último, enviamos desde aquí un abrazo a los compañeros y compañeras que por razones diversas no han participado en este proyecto; forman parte de nuestra memoria colectiva y esperamos que disfruten con la lectura que les ofrecemos.

      Ahora nos asomamos a una nueva era, los tiempos cambian, una vez más. La genómica, la medicina regenerativa, el trabajo en red, los macrodatos y la inteligencia artificial terminarán transformando la relación médico-paciente, el sistema sanitario, la economía y la política. Pero nuestra generación no participará en esa historia. Hemos efectuado el relevo, y con ello transferido también la pasión, la energía y la voluntad que volcamos durante medio siglo en procurar la salud para la población y la felicidad para nuestros seres queridos.

      Estos testimonios recapitulan nuestras vidas. Con ellas hemos tejido una trama que emplaza a futuros historiadores, cronistas sanitarios o académicos. Así hemos vivido. Protagonistas de nuestro quehacer, testigos de nuestra realidad. Dejamos constancia.

      La primera generación

      Me había examinado de la reválida de preu en Sarriko, en junio de 1968, y me matriculé en la nueva Facultad de Medicina de Bilbao, que iba a impartir sus clases en el edificio de la antigua Escuela de Náutica. El contenido del curso, Selectivo de Ciencias, tenía que ver más bien poco con lo que se suponía que era estudiar Medicina, resultaba un tanto inquietante. Esta sensación se mantuvo hasta que, en segundo, pasamos a Basurto.

      Distribuidos según apellidos, los primeros colegas que recuerdo son Enrique Zabalo, Luis Zaldumbide, Amaya Sojo, Gloria Saitua, Javier Santesteban, Javi Viu, Juanan Unzueta, Uriarte, Zuazo, Maite Urizar y tantos otros que vienen a la memoria más o menos vagamente.

      En conjunto, empleé siete años en terminar la carrera. Los primeros cursos tuvieron para mí una marcha bastante fluida. No tanto, los siguientes. A partir de 4.º ya hubo diversos trompicones, lo que hizo que tuviese bastante relación con los compañeros de la segunda promoción pues algunas materias se impartían en Basurto y otras en Lejona.

      Visto cincuenta años más tarde, pienso que en la carrera había un grado de exigencia exagerado para asignaturas como las dos Anatomías, que se impartían con una minuciosidad en los detalles casi ridícula, al tiempo que materias tan esenciales como Fisiología o Patología General recibían una atención mucho más floja, o al menos me lo parecía a mí.

      De lo que estudié en la carrera, pienso que lo que me ha resultado más útil luego ha sido lo que aprendí en el Guyton, en el Farreras y en el Harrison, aunque en general los exámenes se preparaban a base de apuntes.

      Creo que hubiese estado muy bien haber estudiado algo que se podría designar como “Evolución biológica y Medicina” o “Selección natural en relación a la salud y la enfermedad”, o algo parecido. Pienso que esa ausencia es un déficit importante en la formación del médico general y que la comprensión de la patología humana mejoraría mucho aplicando este punto de vista al ejercicio médico.

      En septiembre de 1975, conseguí aprobar, por fin, las dos últimas asignaturas que me quedaban, creo que eran “Higiene” e “Historia de la Medicina”.

      Llegar a Bilbao en 1968 supuso para mí estrenar una vida con mucha más libertad de la que hasta entonces había conocido. Al margen de la carrera, me trajo nuevas amistades, nuevas aficiones, nuevas experiencias y menos controles, por mucho franquismo en vigor que siguiera habiendo.

      Uno de los problemas que, quienes veníamos de fuera de Bilbao teníamos que solucionar, era el de buscarnos un sitio para vivir. Creo que probé de todo; pensión, completa y parcial, Colegio Mayor, múltiples pisos compartidos, etc. Calculo que cambié diez o doce veces de domicilio durante los años de la carrera.

      Hay una serie de flashes memorísticos, poco o nada relacionados con la carrera en sí, que se me hacen presentes casi automáticamente cuando rememoro aquellos años: las Olimpiadas de México que veíamos en la televisión (Bob Beamon, Lee Evans, Tommie Smith, John Carlos, Fosbury); Ronnie Allen y el Athletic de la época: Iribar, Argoitia, Arieta, Uriarte, Igartua…; los libros de Castilla del Pino, Piaget, Marcuse, Erich Fromm, Wilhelm Reich…; las sesiones dobles del cine Deusto: un espagueti Western más una de Alberto Sordi o Ugo Tognazzi; la cantidad de Ducados o Celtas, según disponibilidad económica, que fumábamos; las Centraminas que permitían superar algunos exámenes casi memorísticos; las duchas públicas de Atxuri; el juicio de Burgos; los partidos de pala del Deportivo (Iturri, Beitia, Alsua, Ipiña, Begoñés VII), a las que iba casi siempre con Santesteban; las películas en el cine Urrutia (con Vito Postigo) que tenían títulos más o menos extravagantes y que con cierta grandilocuencia se llamaban de Arte y Ensayo; el atentado contra Carrero Blanco; la revolución portuguesa, la ejecución de Puig Antich y Heinz Chez, algunos ligues que no estuvieron mal y otros más bien chapuceros.

      Mis dos mejores amigos durante esos años fueron Javier Santesteban y Vito Postigo. Dos personalidades muy diferentes con varios rasgos idénticos. Ambos consideraban la libertad individual el valor máximo y disponían de un radar sensitivo exquisito para detectar intromisiones autoritarias en su vida. Aceptaban argumentos que les contradijeran, pero no órdenes sin justificación convincente.

      Tanto el uno como el otro disfrutaban de la ironía, de los dobles sentidos, por supuesto sin autoexcluirse del toma y daca. Creo que estarían de acuerdo si digo que la interacción humana deseable requiere un cierto desarme personal, y una aceptación de la frivolidad amigable porque si no, lo único que queda es una fría burocracia, no una relación humana digna de ese nombre.

      Santesteban apreciaba particularmente los maravillosos inventos verbales de Tip y Coll: ningüino, Waternón, cientrífico, almañil, hidrocanguro, abdominable.

      De la gente que he llegado a conocer, Santesteban, “Barrymore” como le llamábamos, era, por decirlo austeramente, casi perfecto, casi no tenía defectos. Por supuesto, era despistado, manirroto, desordenado, a veces tozudo y otras cascarrabias, pero en lo que cuenta de verdad, en lo que puntúa como ser humano, simplemente no tenía rival.

      Se

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