La primera generación. Estudiantes que inauguraron la Facultad de Medicina de Bilbao en 1968. vvaa

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La primera generación. Estudiantes que inauguraron la Facultad de Medicina de Bilbao en 1968 - vvaa

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a sus hijos y muy duro para mí ejercitar esa función discriminativa. Mi compromiso con los chavales fue máximo y vivir la ilusión con la que acudían a las aulas me enriqueció muchísimo, tanto personal como profesionalmente. Fueron cuatro años inolvidables.

      También hacia el año 80, y por si me parecía poco, inicié una consulta privada de Pediatría, a partir de las 5:30 de la tarde, en la calle Rodríguez Arias, conjuntamente con los Dres. Apodaca, ginecólogo, y Cenicacelaya, otorrino.

      La consulta privada no era un dios menor como se ha podido pensar. Un buen día, a media tarde, me llamó una amatxu de Balmaseda diciéndome que su bebé hacía extraños gestos con los brazos, echándolos hacia adelante de una forma rítmica. Al cabo de una hora estaba en mi consulta, y pude apreciar los espasmos salutatorios del bebé, por lo que sospeché un Síndrome de West, una encefalopatía severa de mal pronóstico. Una hora más tarde, un electroencefalograma realizado en otra consulta privada confirmaba su hipsarritmia, y otra hora después estaba en Cruces en manos de una neuropediatra compañera de promoción, la doctora Rúa, quien le administró ACTH y dipropilacetato de sodio, “a chorro”, un avance terapéutico propio de la unidad de Neuropediatría de Cruces en esos días, del que se benefició la pequeña. Con lo que el bebé, que tenía un pésimo pronóstico de deterioro cerebral brutal e inmediato, además de epilepsia incontrolable, a día de hoy y gracias a una rápida actuación de todos los involucrados, se ha convertido en una excelente periodista de nuestro medio. Y todo porque su ama me dijo por teléfono hace treinta y cinco años “Qué graciosa la niña, mira como saluda.”

      Desgraciadamente para mí, en aquellos tiempos no existían las incompatibilidades que habrían impedido complicarme tanto mi vida laboral, ni tampoco era egoísmo lo que me inducía a acaparar tanta tarea. Sinceramente, pienso que los trabajos no estaban bien pagados, y de ahí el acúmulo laboral, mío y de muchos de mis colegas que nos ganábamos la vida “en la calle”.

      El 30 de junio de 1982 se publicó la Ley de Salud Escolar del Gobierno Vasco, que permitía al Ayuntamiento de Bilbao ejercer determinadas tareas sanitarias en los cincuenta colegios públicos e institutos de Enseñanza Secundaria de la Villa, como exámenes de salud, vacunaciones y sobre todo actividades de educación sanitaria con programas específicos en nutrición, pubertad, sexualidad, higiene personal, reanimación cardio-pulmonar, controles de niños de riesgo, escuelas de salud para madres, padres y maestros. En ese tiempo las actividades de promoción de la salud versus actividades clínicas tenían las de perder, por motivos claramente presupuestarios, por lo que tengo que agradecer al jefe de los Servicios Médicos del Ayuntamiento, el Dr. Juan Gondra, su decidida apuesta por la Educación para la Salud de la Inspección Médica Escolar (IME).

      Me ofrecieron la posibilidad de ser el responsable del programa. Acepté, y años más tarde obtuve la plaza por oposición.

      Formar parte de la Sección de Salud Escolar del Ayuntamiento de Bilbao, antigua IME cuyos primeros pasos se remontan a 1919, fue todo un honor para mí y, sin duda, para el grupo de profesionales, médicos, diplomados en enfermería, psico-pedagogos y administrativos, que tuve la suerte de dirigir.

      Mis predecesores se las tenían que ver con enfermedades muy severas de la época como desnutrición, raquitismo, tuberculosis, fiebre tifoidea, entre otras. A destacar, el empuje y la determinación del Doctor José F. Hermosa con la IME. Sus memorias anuales de la actividad médico-escolar de 1920 a 1937 con sus precisos detalles en su lenguaje cervantino no tienen desperdicio.

      Eso sí, hacia el año 84 dejé ASPACE y en el 90 abandoné la plaza de Pediatría del Ambulatorio de Osakidetza, con lo que me centré en mi trabajo Municipal de Salud Escolar.

      En aquella época, nueve años después de mi segundo hijo, nació el tercero. Desde luego debí de llevar una mala vida porque ninguno de ellos quiso ejercer la profesión de Medicina; éste (el tercero, Daniel) hoy en día nos echa en cara que no lo empujáramos en esa dirección. En cambio, con mis nietos, he cambiado de actitud y les voy inculcando la afición jugando con el fonendo en mi despacho.

      Aunque tan mala vida, la mía, no sería, porque, aun con todo, tuve tiempo para darle a la bolita de golf y llegar a hándicap 7.5, que no está nada mal, modestia aparte.

      A los sesenta años me prejubilé de mi puesto en la Dirección de Salud Escolar Municipal y continué con mi consulta pediátrica privada unos cinco años más, a pleno rendimiento, y en los últimos tres años sigo con ella al trantran, lo que me sirve de entretenimiento y de puesta el día en mi actividad pediátrica.

      La vida nos ha ido poniendo obstáculos que, afortunadamente, hemos podido solventar. Mi mujer a los cincuenta años superó un carcinoma mamario in situ con la inestimable ayuda de la Dra. Pilar Utrilla y de la Dra. Carmen Camarero en el diagnóstico y del Dr. Juan Ron en lo quirúrgico, y yo no me libré de un carcinoma rectal diagnosticado por el Dr. Barturen, que se solventó con microcirugía endoscópica transanal (T.E.M.) gracias al Dr. Ayestaran, en el Instituto Oncológico de Donosti, hace unos quince años.

      En el momento de redactar estas líneas tenemos a la abuela materna de noventa y cuatro años ingresada con una isquemia periférica. Algo hemos debido de hacer bien, en cuanto a valores inculcados a nuestros hijos, porque sorprende ver cómo se “amontonan” para cuidarla y poder estar con ella.

      Por lo demás la vida sigue, afortunadamente.

      1

      Cuando me propusieron escribir algo sobre mi época de estudiante, lo primero que me vino a la mente fue echar mano del diario que por entonces escribía y aún conservo; leyéndolo recordé la excursión que hicimos al Gorbea en el otoño de 1970.

      Todo empezó cuando el Dr. Juan Domingo Toledo y Ugarte, a la sazón profesor encargado de la asignatura de Histología, que además de anatomo-patólogo en el hospital de Basurto era asesor médico de la ENAM (Escuela Nacional de Alta Montaña), nos propuso hacer un cursillo de iniciación al montañismo. Nos dio una charla sobre orientación en montaña, alimentación, equipo, etcétera y, posteriormente, organizó dos excursiones: una al Gorbea y otra a Urkiola; recuerdo que en ambas nos hizo muy mal tiempo. En la fecha citada, los otrora “cursillistas”, ya sin la tutela del Dr. Toledo y capitaneados por Luisfer Cámara Landeta y sus amigos de Basauri, entre los que creo recordar se encontraba Juanan Unzueta, nos lanzamos un 24 de octubre a las tres de la tarde a la estación de Atxuri. A Zeanuri llegamos con el autobús de Arratia, y desde allí, en una tarde soleada y clara, subimos al refugio del Club Baskonia.

      La noche nos pareció espléndida: a la puerta del refugio, lejos del alcance del abundante humo que reinaba en la cocina, disfrutamos viendo la Osa Mayor, la Polar, y veloces estrellas fugaces cruzando el negro cielo. Cenamos abriendo brecha con una reconfortante sopa caliente. A los postres, chistes, juegos y canciones; éstas continuaron en el bosque contiguo, pero el intenso frio nocturno nos metió de nuevo en el refugio. Nos acostamos tarde.

      Amanecimos a eso de las diez, y una hora más tarde, junto con algunos compañeros de 2.º de carrera que se nos unieron, iniciamos la ascensión a la cruz. Estaba nevada, y al llegar a ella nos retratamos, como resulta preceptivo. Gracias a ello puedo recordar a gran parte de los asistentes: además de Luisfer y Juanan, Koldo Apodaca, Verónica Nebreda, Begoña Agara, Celia Elu, Florentino Gómez, Isabel Izarzugaza, Garbiñe (no recuerdo su apellido, pero creo que era de la cuadrilla de Roberto Lertxundi), Tina (pareja de Juanan) y yo. El fotógrafo tal vez fue Juan Busturia. La vista desde la cumbre era magnífica.

      Bajamos patinando tumbados en los anoraks mientras otros nos arrojaban bolas de nieve. Luego, al llegar a la campa de Arimegorta nos tumbamos exhaustos en el césped.

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