Foucault y el liberalismo. Luis Diego Fernández

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Foucault y el liberalismo - Luis Diego Fernández

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es la incitación al “vivir peligrosamente”, es decir, riesgosamente, la seguridad como contraprestación tendrá que liberar al hombre del miedo a ese vivir riesgoso estableciendo ciertos contrapesos.

      Ahora bien, la diferencia entre lo disciplinario (que no deja hacer y fija un modelo a seguir) y lo securitario (que deja hacer con la condición de la observación) quizá sea el atributo diferencial al que apela Foucault en relación a su lectura del liberalismo. Si bien el panoptismo emerge como figura en el siglo XVIII, este lo era en el marco de lo disciplinario (individualizante y productor de conductas en el marco de la ortopedia que adiestra), inserto en la lógica particular de una institución (la prisión). En el caso de la producción de las libertades del liberalismo estas van de la mano con la introducción de los dispositivos de seguridad que guardan una diferencia con la noción de disciplina. Dice Foucault: “Un dispositivo de seguridad sólo puede funcionar bien con la condición de que se dé algo que es justamente la libertad, en el sentido moderno que esta palabra adopta en el siglo XVIII”. (Foucault, 2006b: 71).

      En ese sentido, las tres primeras lecciones del curso Seguridad, territorio, población son dedicadas integralmente a realizar un análisis exhaustivo por parte de Foucault de lo que llama los “dispositivos de seguridad”. Específicamente, en la clase del 18 de enero de 1978, Foucault plantea las diferencias conceptuales entre disciplina y seguridad, a saber: la disciplina es centrípeta, vale decir, concentra, encierra y segmenta; la seguridad es centrífuga, integra, permite circuitos y abre; la disciplina es reglamentadora, esto es, ninguna de las variables quedan libradas al azar y se controla todo el detalle; la seguridad “deja hacer”, es permisiva (por ejemplo: deja subir los precios y no penaliza ciertas prácticas morales); la disciplina codifica todo, se inscribe en una dinámica de la legalidad (lo permitido y prohibido); la seguridad no codifica, capta la realidad tal como es, vale decir, no es contrafáctica como la disciplina; la disciplina es un complemento de la realidad, por ende, por su codificación y reglamentarismo, es normalizadora; la seguridad funciona si y solo si se acepta la realidad tal como es, es decir, regula a partir de mecanismos que aceptan la realidad en su complejidad fáctica.

      El liberalismo, según Foucault, da cuenta de la noción de libertad como correlato necesario de los dispositivos de seguridad a partir del siglo XVIII: dejar hacer a los individuos en lo económico e individual mientras la seguridad ejerce una vigilancia ambiental pero no normalizadora. Esto no quiere decir, como mencionamos previamente, que la disciplina desaparezca sino queda restringida a arquitecturas puntuales de instituciones determinadas (como la prisión) que no cesan de proliferar. En este aspecto, la racionalidad de gobierno neoliberal del siglo XX será claramente diferenciada por Foucault del arte liberal clásico de gobernar, del laissez-faire del siglo XVIII, cuya producción de libertad tendrá necesariamente como coste la expansión de procedimientos de coacción, en palabras del filósofo francés podemos decir que “liberalismo en el sentido que acabo de decir y técnicas disciplinarias; también aquí las dos cosas están perfectamente ligadas”. (Foucault, 2008: 88). En este sentido, la única observación crítica que uno puede encontrar por parte de Foucault en Nacimiento de la biopolítica será al liberalismo clásico precisamente por este alto coste que implica la producción de libertad a través el despliegue del panoptismo. Por el contrario, el neoliberalismo del siglo XX, como veremos más adelante, lo seducirá y se solapará con sus intereses filosóficos por su metodología anti-disciplinaria y anti-psicologista.

      Ahora bien, los dispositivos de seguridad de los cuáles Foucault da cuenta serán la diplomacia y la policía. Tal como señala: “La disciplina trabaja en un espacio vacío, artificial, que va a construirse por entero. La seguridad, por su parte, se apoyará en una serie de datos materiales”. (Foucault, 2006b: 38-39). Más adelante amplía: “Hay un trabajo sobre el elemento mismo de esa realidad (…) y al intervenir en ella pero sin tratar de impedirla por anticipado, se introducirá un dispositivo de seguridad y ya no un sistema jurídico disciplinario”. (Foucault, 2006b: 57).

      De este modo, Foucault está señalando que la gubernamentalidad liberal no posee una dinámica de gobierno del orden de la disciplina. Si la disciplina normaliza y por ende hace a la taxonomización de individuos como “normales” y “anormales”, la seguridad vigila y deja hacer. En el marco del liberalismo, entonces, la cuestión será: ¿hasta dónde podemos hacer? ¿Cuál es el límite de ese dejar hacer por parte del gobierno a la población? De otro modo: el único que puede poner un freno al deseo de los individuos es el poder soberano, es el único que puede decir “no” y por lo tanto “sí” al deseo como motor de las acciones. El liberalismo tendrá que resolver ese problema sobre el límite del “dejar hacer” a los individuos.

      Esta relación entre deseo y libertad liberal ya había sido tocada por Foucault en Historia de la locura en la época clásica (1961). Liberalismo, libertinaje y locura están entrelazados:

      La libertad comercial aparece así como un elemento dentro del cual la opinión no puede llegar jamás a la verdad, donde lo inmediato necesariamente está sujeto a la contradicción, donde el tiempo escapa del dominio y la certidumbre de las estaciones, donde el hombre es despojado de sus deseos por las leyes del interés. En resumen, la libertad, lejos de poner al hombre en posesión de sí mismo, lo aparta aún más de su esencia y de su mundo; lo enajena por la exterioridad absoluta de los otros y del dinero, en la irreversible interioridad de la pasión y el deseo insatisfecho. Entre el hombre y la felicidad de un mundo donde él se reconocería, entre el hombre y una naturaleza donde encontraría su verdad, la libertad del “estado mercantil” es “medio”, y es en esta misma medida, como se constituye como elemento determinante de la locura. En el momento en que Spurzheim escribe –en plena época de la Santa Alianza, en el preciso momento de la restauración de las monarquías hereditarias –se achacan fácilmente al liberalismo todos los pecados de la locura del mundo. (Foucault, 2006a, tomo II: 44-45).

      La cuestión será como fijar ese límite a la libertad, a partir de qué criterios y quién tendrá la potestad de obturarla. Foucault amplía este problema:

      No por ello deja de ser verdad que, según los primeros teóricos de la población del siglo XVIII, hay al menos un invariante por el cual, tomada en su conjunto, ella tiene y sólo puede tener un único motor de acción. Ese motor de acción es el deseo. El deseo –vieja noción que había hecho su entrada y se utilizaba en la dirección de la conciencia (eventualmente podríamos volver al tema)- reaparece ahora en las técnicas de poder y gobierno. El deseo es el elemento que va a impulsar la acción de todos los individuos. Y contra él no se puede hacer nada. Como dice Quesnay: no se puede impedir que la gente viva donde a su juicio puede obtener mayores ganancias y donde desea vivir, justamente porque ambiciona esa ganancia. No traten de cambiarla, la cosa no cambiará. (Foucault, 2006b: 96).

      Por lo tanto, el liberalismo como máquina gubernamental se asentará sobre la base de una mecánica tripartita: el deseo en cuanto motor en la búsqueda del interés personal, la libertad como “dejar hacer” y “producto” fabricado a partir de la persecución de ese interés en el marco del mercado como instancia de veridicción, por último, la seguridad en tanto coste de la fabricación de esas libertades motorizadas por el deseo. Los mecanismos de seguridad no serán del orden de la disciplina y la normalización sino de la vigilancia ambiental y el límite. Por lo tanto, la gubernamentalidad liberal a los ojos foucaultianos no será disciplinaria ni normalizadora, aunque implique, paradójicamente, el despliegue de instituciones disciplinarias como correlato; la cuestión residirá en gestionar grados de normalidades (y por ende anormalidades) y en la administración de ilegalismos, algo que veremos más adelante en relación con el mercado del crimen y las drogas.

      Posteriormente, en el siglo XX asistimos, señala Foucault, a una reconversión de la gubernamentalidad liberal que tiene en ciertas administraciones a sus epígonos; en especial, las políticas de Roosevelt en Estados Unidos que propiciaban mayor intervencionismo del Estado (New Deal) con el fin de mantener las libertades políticas. El comunismo y el nacionalsocialismo se instituyen como amenazas y es por ello que

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