Foucault y el liberalismo. Luis Diego Fernández

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Foucault y el liberalismo - Luis Diego Fernández

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que actúa en la justicia. El mercado hará que el buen gobierno ya no se limite a ser un gobierno justo. Ahora, por el mercado, el gobierno, para poder ser un buen gobierno, deberá actuar en la verdad. (Foucault, 2008: 49-50).

      De este modo, la nueva razón gubernamental liberal parte de la centralidad del mercado como agente de veridicción; es precisamente por el mercado que el gobierno puede predicar justicia de sus acciones, es decir, actuar con la verdad. El eje de la constitución de los regímenes de verdad en la filosofía foucaultiana es un pilar teórico, por ello ampliaremos este punto para comprender la aproximación que tiene nuestro filósofo sobre el liberalismo.

      El problema de la verdad en Foucault debe ser comprendido en tanto “política de la verdad”, vale decir, la verdad no es entendida desde la génesis o un origen puro sino desde una “historia exterior de la verdad”, es decir, como una sucesión de racionalidades históricas a partir de la conformación de una discursividad reglada que se muestra a través de diferentes disciplinas de saber, objetos de conocimiento y subjetividades. En el caso del liberalismo, será la economía política como disciplina, el mercado como instancia de legitimidad y el homo oeconomicus como metodología de racionalización de la subjetividad.

      Foucault en su aproximación a la historia de la verdad revela una pátina nietzscheana en el sentido que la verdad será algo a diagnosticar y no una verdad intemporal o una adecuación entre condiciones y objeto de la experiencia. Esto es, la verdad y en consecuencia el conocimiento será una interpretación impuesta producto de una “batalla” ganada. Subsiguientemente, toda sociedad determinada históricamente posee su propia política de la verdad. Esta economía política de la verdad tiene, según Foucault, las siguientes características: está centrada en el discurso científico e institucional, es una incitación continua política y económica, es producida y distribuida bajo el control de aparatos políticos, es objeto de consumo y difusión, por último, es puesta en juego en el debate político y las luchas sociales. Ergo, la verdad es constituida por las relaciones de poder.

      Esta relación poder-verdad a su vez también dispone ciertos atributos que son necesarios desglosar para tener una lectura más acabada: en primer lugar, la verdad es un conjunto de procedimientos reglados por la producción, la ley, la distribución y el funcionamiento de los enunciados; en segundo lugar, la verdad está ligada a los sistemas de poder que la producen; luego, el régimen de verdad es condición de formación de todo dispositivo político y económico, por lo tanto, la función de los intelectuales no implica criticar la ideología imperante sino saber si es posible una nueva política de la verdad. En consecuencia, no se trata de “liberar” la verdad de todo sistema de poder (algo naive e imposible para la lógica foucaultiana) sino de dar cuenta que toda verdad en sí misma es poder, es decir, que este forma parte de su constitución. En todo caso, la posibilidad de las prácticas de libertad implicará el separar el poder de la verdad de las formas hegemónicas, dejar al descubierto esa relación.

      La noción de “régimen de veridicción” es algo ya visible en el pensamiento de Foucault desde Historia de la locura en la época clásica (1961), esto es, en qué condiciones y bajo cuáles efectos se ejerce una política de la verdad. Estas figuras del decir verdadero que encarnan la veridicción son analizadas por Foucault y descritas en cuatro variantes: el profeta, el sabio, el técnico y el parresiasta (aquel que habla con franqueza poniendo en riesgo su vida). Cada una de ellas responderá a una especificidad discursiva pero todas comparten la búsqueda común del decir veraz. Por tanto, así como las instituciones de encierro “producen” la locura, las instituciones penales “producen” el criminal”, el mercado “producirá” la gubernamentalidad liberal.

      El rasgo distintivo del poder es que ciertos hombres pueden determinar más o menos enteramente la conducta de otros hombres, pero nunca de manera de exhaustiva o coercitiva. Un hombre encadenado y apaleado está sometido a la fuerza que sobre él se ejerce. No al poder. Pero si se lo induce a hablar, cuando su último recurso hubiese sido cerrar la boca prefiriendo la muerte, entonces se lo ha empujado a comportarse de una cierta manera. Su libertad ha quedado sujeta al poder. El mismo ha quedado sometido al gobierno. Si un individuo puede permanecer libre, por limitada que sea su libertad, el poder puede sujetarlo al gobierno. No hay poder sin rechazo o rebelión en potencia (…) El gobierno de los hombres –ya sea que formen grupos modestos e importantes, que se trate del poder de los hombres sobre las mujeres, de los adultos sobre los niños, de una clase sobre otra o de una burocracia sobre una población- supone una cierta forma de racionalidad, y no una violencia instrumental. (…) La cuestión es esta: ¿de qué modo son racionalizadas las relaciones de poder? (Foucault, 2014a: 181).

      Por ende, la pregunta foucaultiana focalizará en la racionalidad del poder (desde el autogobierno al gobierno de la población). En ese sentido, es importante comprender al liberalismo y neoliberalismo ceñidos a racionaliades inscriptas en un régimen de verdad que permite esas condiciones del decir veraz.

      La apuesta de Foucault será leer al liberalismo como el marco general de la biopolítica, como una nueva razón gubernamental y en tanto régimen de veridicción que se instauró en el siglo XVIII. Esa limitación de la razón de Estado por parte del mercado no estará sino dejando en evidencia precisamente la cuestión de la instancia de veridicción del liberalismo. Ese límite constituido en torno a la “frugalidad del gobierno” también tiene el problema de las libertades individuales como vector que puede articularse en torno a dos concepciones heterogéneas de la libertad, la revolucionaria y la radical, esto es: “una concebida a partir de los derechos del hombre y otra percibida sobre la base de la independencia de los gobernados”. (Foucault, 2008: 61).

      Estas dos concepciones de la libertad son la nota que caracteriza al liberalismo europeo del siglo XIX e incluso al neoliberalismo del siglo XX. La conflictividad del concepto de libertad liberal vendrá precisamente de esta tensión originaria entre, por un lado, una libertad entendida en términos de derechos del hombre (procedente de la Revolución Francesa) y, por otro, una libertad comprendida en el sentido de independencia de los gobernados para “hacer” en determinado marco económico sin obstrucciones por parte del gobierno. Por lo tanto, una libertad jurídica y una libertad económica, la primera regida por la teoría de los derechos naturales y la segunda comandada por la persecución de los intereses personales. De acuerdo a Foucault la noción de “propiedad” se mantendrá solo en la línea radical (empirista y utilitaria), es decir, la segunda, que persigue la utilidad individual y social, mientras que la libertad en términos revolucionarios posteriormente pasará a cuestionar el propietarismo a partir del marxismo.

      Subsiguientemente, en este marco de nueva razón gubernamental emplazada sobre la veridicción del mercado, aparece la lógica del interés (individual y colectivo) y la ganancia económica. Por lo tanto, serán los intereses los elementos a observar. El liberalismo fue la nueva gubernamentalidad que planteó la pregunta de “¿cuál es el valor de utilidad del gobierno y de todas sus acciones en una sociedad donde lo que determina el verdadero valor de las cosas es el intercambio?”. (Foucault, 2008: 67). Del mismo modo, si el gobierno se ejercerá sobre la dinámica de los interés individuales, en el mismo sentido, se modificará a partir del siglo XVIII la penalidad, algo que Foucault remarca a partir del pensamiento de Beccaria, quien expresa que el propósito del castigo será la prevención de daños al interior de la comunidad y no el dolor en el cuerpo individual; por ello la moderación de las penas y el principio de suavidad donde se tiende a castigar el juego de intereses para

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