Foucault y el liberalismo. Luis Diego Fernández

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Foucault y el liberalismo - Luis Diego Fernández

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normalizadoras, aplicada sobre el cuerpo singular de los individuos, de allí la dinámica de la “ortopedia social” y el enderezamiento de las almas; y la biopolítica, constituida desde instituciones reguladoras, aplicada sobre el cuerpo-especie de la población con la finalidad de su administración y gestión. En la segunda técnica es que el liberalismo en tanto “marco” será un elemento no menor, como señala Foucault: “ese bio-poder fue, a no dudarlo, un elemento indispensable en el desarrollo del capitalismo”. (Foucault, 1995: 170).

      El problema del liberalismo en Foucault reposará entonces en dos ejes: regulación y veridicción. Vale decir: ¿qué política de la verdad se produce a través del mercado? Este liberalismo, comprendido como “marco” de la biopolítica, no será estrictamente disciplinario (la anatomopolítica sí lo es al interior de las instituciones que Foucault analiza: la prisión, como ejemplo), sino regulador, vale decir, la biopolítica como tecnología de poder (y el liberalismo como su marco general) no pertenece a una dinámica disciplinaria –aunque de todos modos la incluye-, como señala el filósofo en este pasaje de la clase del 17 de marzo de 1976 de Defender la sociedad:

      Ahora bien, me parece que durante la segunda mitad del siglo XVIII vemos aparecer algo nuevo, que es otra tecnología de poder, esta vez no disciplinaria. Una tecnología de poder que no excluye la primera, que no excluye la técnica disciplinaria sino que la engloba, la integra, la modifica parcialmente y, sobre todo, que la utilizará implantándose en cierto modo en ella, incrustándose, efectivamente, gracias a esta técnica disciplinaria, simplemente porque es de otro nivel, de otra escala, tiene otra superficie de sustentación y se vale de instrumentos complemente distintos.

      A diferencia de la disciplina, que se dirige al cuerpo, esta nueva técnica de poder no disciplinario se aplica a la vida de los hombres, e incluso, se destina, por así decirlo, no al hombre/cuerpo sino al hombre vivo, al hombre ser viviente; en el límite, si lo prefieren, al hombre/especie. (Foucault, 2000: 219-220).

      Más adelante Foucault amplía la definición en relación a sus mecanismos de funcionamiento no disciplinarios:

      A partir de ahí –tercer aspecto que me parece importante–, esta tecnología de poder, esta biopolítica, va introducir mecanismos que tienen una serie de funciones muy diferentes de las correspondientes a los mecanismos disciplinarios. En los mecanismos introducidos por la política, el interés estará en principio, desde luego, en las previsiones, las estimaciones estadísticas, las mediciones globales; se tratará igualmente, no de modificar tal o cual fenómeno en particular, no a tal o cual individuo en tanto que lo es, sino, en esencia, de intervenir en el nivel de las determinaciones de esos fenómenos generales, esos fenómenos en lo que tienen de global. (Foucault, 2000: 222-223).

      Por lo tanto, el carácter no disciplinario de la biopolítica, tal como lo señala Foucault, no implicará una modificación de los individuos en particular (una “ortopedia” generalizada) sino tratará de dar cuenta de la gestión ambiental de las condiciones de vida; en ese sentido, el liberalismo es un “marco” no disciplinario. A pesar de ello, la cuestión no es tan sencilla ya que el coste o la contraprestación a la fabricación de las libertades del liberalismo será la seguridad. El liberalismo, según la óptica foucaultiana no será tanto disciplinario como securitario. El problema a pensar, de este modo, será la administración del riesgo en las condiciones de vida de la población. Pensar la libertad del liberalismo necesariamente nos conducirá a problematizar el riesgo (su socialización) y las técnicas de seguridad.

      No nos ocuparemos aquí de la biopolítica como emergente de la nueva razón gubernamental del siglo XVIII. La cuestión será examinar, como dice el propio Foucault: “¿De qué se trata todo este problema de la libertad, del liberalismo?”. (Foucault, 2008: 41). Foucault alude al carácter contemporáneo de este problema, como mencionamos antes, en relación a los principios económicos de Helmut Schmidt, Canciller alemán (1974-1982) por el Partido Socialdemócrata que suscribió políticas ordoliberales en su programa de gobierno.

      Del análisis del liberalismo clásico Foucault avanza hacia el liberalismo del siglo XX que también llama “neoliberalismo”. Comprendemos entonces que la problematización del liberalismo no es algo cuyo interés sea meramente histórico sino un lazo con la actualidad inmediata del propio filósofo que no se debe perder de vista, esto es, de Europa en particular y de Occidente en general.

      Foucault continua su análisis respecto del nuevo arte de gobernar que comenzó a surgir hacia mediados del siglo XVIII calificando a esta gubernamentalidad como motorizada por la lógica de un “gobierno frugal”. En ese sentido “la cuestión de la frugalidad del gobierno es la cuestión del liberalismo”. (Foucault, 2008: 45). De la lógica de la reducción del gobierno, o mejor, de su autolimitación, es que recalamos en la economía política (a diferencia del derecho que limita externamente) como validación de un régimen de verdad que veremos en detalle:

      Y es ese lugar mismo, y no la teoría económica, el que, a partir del siglo XVIII, llegaría a ser un ámbito y un mecanismo de formación de verdad. Y, en vez de seguir saturando ese lugar de formación de verdad de una gubernamentalidad reglamentaria indefinida, va a reconocerse –y es aquí donde suceden las cosas– la necesidad de dejarlo actuar con la menor cantidad posible de intervenciones para que, justamente, pueda formular su verdad y proponerla como regla y norma a la práctica gubernamental. Ese lugar de verdad no es, claro está, la cabeza de los economistas, sino el mercado. (Foucault, 2008: 46).

      Por lo tanto, el mercado será el régimen de veridicción de esta nueva razón gubernamental que surge en el siglo XVIII y a la cual Foucault llama “liberalismo”. La menor intervención posible, el “dejar hacer”, va de suyo con la permisividad precisamente en la legitimidad que tiene el mercado como centralidad, como “limite” del gobierno y determine su frugalidad. Ahora bien, esa funcionalidad del mercado “tenía entonces por meta, por un lado, la distribución más justa posible de mercancías, y además la ausencia de robos, la ausencia de delitos”. (Foucault, 2008: 47). La reglamentación, el precio justo, la sanción de los fraudes, hacía del mercado el lugar de justicia, aquel que aparecía para garantizar la calidad de los productos. El mercado ocupa de esta manera el espacio de la jurisdicción:

      En otras palabras, el mecanismo natural del mercado y la formación de un precio natural van a permitir –cuando, a partir de ellos, se observa lo que hace el gobierno, las medidas que toma, las reglas que impone– falsear y verificar la práctica gubernamental. El mercado, en la medida en que a través del intercambio permite vincular la producción, la necesidad, la oferta, la demanda, el valor, el precio, etc., constituye

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