2000 años liderando equipos. Javier Fernández Aguado
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«Bien amados hermanos (…), yo, Urbano, que llevo con el permiso de Dios la tiara pontifical, pontífice de toda la Tierra, he venido aquí hacia vosotros, servidores de Dios, en calidad de mensajero para desvelaros la orden divina (…). Es urgente llevar con premura a vuestros hermanos de Oriente la ayuda tantas veces prometida y la necesidad apremiante. Los turcos y los árabes los han atacado y se han adelantado en el territorio de la Romania hasta esta parte del Mediterráneo que llamamos Brazo de San Jorge (El Bósforo) y, penetrando siempre más hacia delante en el país de esos cristianos, les han vencido siete veces en batalla, han matado y hecho cautivos a gran número, han destruido las iglesias y devastado el reino. Si los dejáis ahora sin resistir, extenderán su oleada más ampliamente sobre fieles servidores de Dios.
»Por ello os ruego y exhorto –y no yo, sino que el Señor os ruega y exhorta como heraldos de Cristo–, a los pobres como a los ricos, que os deis prisa en arrojar a esta vil ralea de las regiones habitadas por nuestros hermanos y llevar una ayuda oportuna a los adoradores de Cristo. Hablo a quienes están presentes y lo proclamaré a los ausentes, pero es Cristo quien ordena.
»Que quienes estaban habituados antes a combatir perversamente en guerra privada contra los fieles se batan contra los infieles y conduzcan a un fin victorioso a la guerra que habría debido comenzar desde hace ya mucho tiempo; que quienes han sido bandoleros hasta ahora se conviertan en soldados; que quienes fueron en otro tiempo mercenarios por sueldos sórdidos, ganen ahora las recompensas eternas; que quienes se agotaron en detrimento a la vez de su cuerpo y de su alma, se esfuercen ahora por una doble recompensa. ¿Qué agregaré? A un lado estarán los miserables, en el otro los verdaderos ricos; aquí los enemigos de Dios, allá sus amigos. Alístense sin tardanza, que los guerreros arreglen sus asuntos y reúnan lo necesario para cubrir necesidades; y que, cuando termine el invierno y venga la primavera, se pongan en movimiento alegremente para emprender la ruta guiados por el Señor».
A Urbano II no le faltarían contradicciones, incluida la presencia del anti papa Clemente III (1080-1100). Para enfrentarse a él, que ocupaba la mayor parte de Roma, se estableció algún tiempo en Santa María a Cappella, en el actual Trastévere, desde donde accedía al mar a través del Tíber. En el siglo XXI se encontrarían en ese lugar algunas reliquias de san Pedro y otros papas, trasladadas allí por Urbano II.
El eco a su convocatoria de lucha contra el infiel fue inmediato y entusiasta. Entre otros, el obispo Ademaro de Puy, Godofredo de Bouillon, sus dos hermanos Balduino y Eustaquio, Roberto de Flandes, Roberto de Normandía, Raimundo de Tolosa o Tancredo se convirtieron en ardientes propagandistas de la nueva iniciativa.
Al llegar a Constantinopla los primeros guerreros occidentales encontraron la desatención, cuando no la traición bizantina, justificada por Anna Comneno en el exceso de tropas como un intento de arrebatarle el poder. Partieron pronto hacia Antioquía, ciudad en la que derrotaron al Ejército turco. Mientras Balduino fundaba el principado de Edessa, el resto de efectivos alcanzaron Jerusalén en Pentecostés de 1099. El 15 de julio, agotada la resistencia de los pobladores, entraron en la ciudad. Godofredo de Bouillon fue nombrado rey; tras su prematura desaparición fue sucedido por Balduino. Para las Navidades de ese año se convocó un concilio con el objetivo de organizar el nuevo reino. Además de Jerusalén fueron creados los estados cristianos de Edessa, Antioquía y Trípoli.
Edessa caería ante las cuadrillas del mosul Noradino en 1144. San Bernardo fue estimulado por Eugenio III para abanderar una nueva Cruzada dirigida por Luis VII de Francia y Conrado III de Alemania. Comenzó en 1147, pero la falta de apoyo de los bizantinos y la felonía de los griegos la condenaron a irse al garete. Si bien llegaron a Jerusalén en 1148, poco más pudieron hacer, ni siquiera recuperar Damasco. Los supervivientes regresaron a Europa en 1159.
En medio de esta marabunta surgieron los templarios. En esa organización casi cada uno de los veintitrés maestres acumula enseñanzas, y solo unos pocos descréditos. En el caso de Roberto de Craon (1136-1149), cabe señalar que su habilidad para imbuir flexibilidad quedó ensombrecida por su empeño en una glorificación comunal que condujo a una dañina hinchazón corporativa. Dejando atrás Angulema y Aquitania, había viajado a Tierra Santa. Contra todo pronóstico, se incorporó al Temple en 1126. Elegido senescal y más tarde gran maestre, estrechó lazos con las dinastías reales de Oriente y promovió la condescendencia entre las tres religiones monoteístas. Se ocupó en la regulación de la orden, sin olvidar que por importantes que sean las actividades propias es imprescindible un soporte jurídico estable. Si, además, hubiera evitado sentirse en la cresta de la ola, hubiese sido prototipo de directivo.
En la Segunda Cruzada actuó de forma inapropiada otro gran maestre, Odón de San Amando, que había cargado sin haber coordinado con el resto de la tropa contra el Ejército de Saladino, invasor de Galilea en el 1179. Tuvo la hombría de negarse a que se abonase por él el rescate que Saladino solicitaba. Lo explicó así: «Un templario no puede ofrecer como rescate más que su cinturón y su cuchillo de armas».
Murió el 9 de octubre de 1180 y fue reemplazado por Arnoldo de la Torroge, antiguo maestre del Temple en España.
La Tercera Cruzada comenzó en buena medida por el errado comportamiento del gran maestre Gerardo de Ridefort. Este aventurero había solicitado al conde de Trípoli casarse con la heredera de Boutron tras el fallecimiento de su padre, Guillermo de Orel. Fue entregada, por el contrario, al acaudalado Plivain, que pagó literalmente el peso de la muchacha en oro. Despechado, Gerardo solicitó la admisión en el Temple y dos décadas después era el gran maestre. En ese momento Raimundo de Trípoli fungía de regente en Tierra Santa. El anterior berrinche culminó en la inapropiada actuación de Ridefort en la batalla de los Cuernos de Hattin, que acabó en hecatombe con él huyendo. El motivo último fue la tregua firmada por Raimundo de Trípoli y Saladino que Ridefort quebró atacando una caravana de civiles musulmanes. Ese conflicto concluyó, a pesar de los consejos de Roger des Moulins de guarecerse en una fortaleza, en la catástrofe del 4 de julio en Hattin, en la que doscientos treinta templarios pagaron con su vida la temeridad de su indigno dirigente. Solo Ridefort y otros dos caballeros se salvaron en Hattin. Este, muy envanecido, había asegurado que atacaría. Cuando le habían recomendado que no lo hiciera, acusó al mariscal del Temple Jaime de Mailly de pelagatos: «Vos amáis demasiado vuestra rubia cabeza para querer perderla».
Impugnó el vejado: «Moriré en la batalla como un valiente. Sois vos quien huirá como un traidor». Así acaeció.
Batalla de los Cuernos de Hattin, Gustave Doré. Fuente: Wikimedia Commons.
Ridefort falleció el 1 de octubre de 1189 ante San Juan de Acre, luchando contra los de Saladino tras haber jurado que nunca lo haría, motivo por el cual el jefe musulmán había respetado previamente su cabeza.
La Tercera Cruzada se encuadra entre 1189 y 1192. Saladino había invadido Jerusalén el 3 de octubre de 1187. En 1189, los ejércitos de Federico I Barbarroja (Alemania), Felipe II Augusto (Francia) y Ricardo Corazón de León (Inglaterra) se pusieron en marcha. Federico falleció al atravesar el río Calicadno en Cilicia. Su hijo, Federico de Suabia, feneció por la peste en Ptolemaida. El mal más grave se alojaba dentro de las filas cruzadas: franceses e ingleses no dejaban de guerrear entre ellos. El galo retornó enseguida y Ricardo siguió sus pasos en 1192 cuando pactó con Saladino que los peregrinos europeos pudieran alcanzar Jerusalén.
Inocencio III suscitó la Cuarta Cruzada (1202-1204). Intervinieron