2000 años liderando equipos. Javier Fernández Aguado

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу 2000 años liderando equipos - Javier Fernández Aguado страница 26

2000 años liderando equipos - Javier Fernández Aguado Directivos y líderes

Скачать книгу

Aristóteles. Pero me enseñaron a vivir. Y, creedme, no es esto una ciencia despreciable». Sobre la Trinidad avisaba: «Querer penetrar (este misterio) es una temeridad; creerlo, es piedad». Concluía: «Mi filosofía es conocer a Cristo, y a Cristo crucificado». Para Bernardo, los misterios de la fe trascienden el conocimiento humano y solo son poseídos a través de la contemplación mística. Consideraba descerebradas las predicaciones de Abelardo.

      Pedro el Venerable, mustio por la depresión padecida por Abelardo tras aquellas colisiones, le acogió. Quizá influyó en el recibimiento del enemigo del de Claraval la dialéctica pendencia que durante tiempo mantuvieran san Bernardo y el propio Pedro sobre cuál de las dos órdenes, Cluny o Císter, era más excelsa. Abelardo, en fin, acabó rectificando. Pudo haber sido un Lutero, pero cultivó humildad para no resbalar hacia invectivas abrasivas como aquel haría. He aquí su rectificación: «No quiero ser filósofo si esto me pone en conflicto con Pablo, ni quiero ser Aristóteles si esto me separa de Cristo». Añadió en carta a la enclaustrada Eloísa: «Esta es la fe en que persevero, la fe que me ofrece esperanza firme y seguridad». En otro momento: «Quizás me equivoqué al tratar algunas materias; pero a Dios pongo por testigo que nada dije por malicia ni por perversidad voluntaria. Mucho hablé en distintas escuelas públicas, pero nunca lo hice con intención torcida».

      Pedro el Venerable lo recluyó en el aislado priorato de San Marcelo y allí falleció el 21 de abril de 1142. Se esculpió sobre su sepulcro: «Yo, Pedro, abad de Cluny, que recibí a Pedro Abelardo en la vida monástica, le absuelvo de sus pecados por la autoridad de Dios Omnipotente y de todos los santos». La correspondencia, en fin, que mantuvieron Eloísa y Pedro Abelardo conforma un clásico de la literatura occidental.

      En cierto momento, Inocencio II (1130-1143) se empeñó en restaurar el monasterio de San Pablo de las Tres Fuentes, conocido también como de San Vicente y San Atanasio, para incorporarlo a la reforma. Allí encaminó a Bernardo, quien durante un lustro lo gobernaría con acierto. Muchos siglos después, Jim McNerney, directivo de empresas como General Electric, 3M o Boeing, conceptualizaría ideas aplicadas por el de Claraval; muy en concreto, la necesidad para nada vaporosa de ganar la batalla intelectual en las organizaciones para incoar culturas innovadoras. El gran riesgo de quienes catapultan al éxito a un grupo humano es desplomarse en una actitud complaciente que impide mirar con objetividad. San Bernardo impulsó una sana confrontación racional.

      Se convirtió en lugar común apurar que san Bernardo creaba papas y mandaba a los reyes repartiendo consejos. A pesar de su preparación y fama internacional no fue siempre respetado. En un debate acerca de la predicación de Hilario de Poitiers sobre el misterio de la Trinidad, Gilberto Porreta, el antagonista, le espetó: «Si el abad de Claraval desea realmente entender a Hilario, lo primero que ha de hacer es familiarizarse con los estudios liberales y con las disciplinas relativas a la discusión». Le acusaba frontalmente de tontolaba.

      Cuando uno de sus discípulos, Bernardo Paganelli di Montemagno, fue elegido papa con el nombre de Eugenio III, Bernardo de Claraval sintió el deber moral de remitirle un texto sobre management, De consideratione. Estos son los antecedentes: el 24 de septiembre de 1143 había fallecido Inocencio II y el cardenal de San Marcos fue elegido para sustituirlo como Celestino II. Pero murió en seis meses. Entonces fue nombrado el cardenal de la Santa Cruz de Jerusalén, con el nombre de Lucio II, quien perdió la vida durante los altercados de 1145 promovidos por Arnaldo de Brescia. Fue el momento para el abad de San Atanasio, que se había formado durante cinco años, tras su ingreso en 1134, directamente con san Bernardo. Los revoltosos no lo aceptaron pacíficamente, pero refugiado en el monasterio de Farfa, en la Sabina, fue consagrado el 18 de febrero de 1145. San Bernardo le felicitó y le animó a ser fuerte con los enemigos de la Iglesia a la vez que humilde: «Recordad siempre y en todas las ocasiones que no sois más que hombre (…). En breve espacio de tiempo ¡cuántas muertes de papas no habéis visto! Del mismo modo que pasaron vuestros ilustres predecesores pasaréis vos; la efímera duración del pontificado de ellos no hace más que anunciar la brevedad de los días del vuestro. En medio de la gloria que ahora os regala con sus favores, no ceséis de meditar en los novísimos o postrimerías, pues estad bien seguro de que como sucedisteis a los otros papas en el solio, de igual manera los seguiréis al sepulcro».

      Para entrar en Roma, el nuevo papa tuvo que unir a sus fieles, apoyados por los condes de Campania y los habitantes de Tivoli. Llegó a la Urbe a finales de 1145. A comienzos de 1146, Arnaldo de Brescia lo expulsó. Insistía aquel clérigo febril en denominarse tribuno del pueblo. Cierto es que encendía con la narración de las antiguas grandezas de la Urbe. En 1155 fue ajusticiado.

      Eugenio III siguió acomodándose a la normativa cisterciense, vistiendo cogulla y hábitos bajo el ropaje de papa y durmiendo sobre un catre de paja. San Bernardo le animaba en De consideratione a aconsejar como una madre, no como un director de escuela, empleando más el afecto que escuetas interpelaciones. «Los cargos son cargas», aseveraba. Por eso se solidarizaba con el peso que caía sobre los hombros del romano pontífice. «Comparto tu sufrimiento», empatizaba con Eugenio III. Le instó a tener presente que demasiada gestión contribuye a descaminarse de las ineludibles reflexión y contemplación, y en consecuencia de la paz. Aconsejaba darle tiempo al tiempo, porque lo que al principio parece fatigoso más adelante se torna llevadero; lo que parece insoportable, al habituarse parece liviano; lo que al principio se juzga de gran envergadura, luego se empequeñece e incluso se siente gusto al evocarlo.

      Quien tiene corazón duro será mal gobernante, se lee en De consideratione. El ánimo de los demás se endurece cuando se les exige con desproporción. Quien juzga con crueldad nunca liderará. Quien solo apila del pasado los errores se vuelve tieso. Tanto la impaciencia como la indolencia son negativas, porque cada complejidad ha de contar con tiempo oportuno para madurar. El objetivo de un asesor no es imponer, sino identificar retos valiosos y alcanzables. Espoleaba a mejorar la formación, porque la sabiduría introduce orden al desorden, proporciona las trabazones correctas, desentraña misterios, busca la verdad, valora las alternativas. Particular cuidado había que tener con la avaricia –enfatizaba–, porque bloquea para las cosas del espíritu.

      Como en cualquier época, creía que las cosas habían cambiado mucho en la suya. San Bernardo puso en boca de Eugenio III la gran preocupación por las transformaciones frente al pasado que hacían más difícil gobernar a mediados del siglo XII que en tiempos anteriores. Escribió que se habían multiplicado los farsantes, los violentos, los opresores de los pobres. Bernardo satiriza en ese capítulo X con la intervención de los buscapleitos, que considera que con sus batallas lingüísticas más subvierten que clarean la verdad. «Nada es peor –sella– que la narración alambicada de lo sucedido». Tropezamos en pleno siglo XII con la condena de la tergiversación calificada en el siglo XXI como «post verdad».

      Aconsejaba a Eugenio III, y por ende a directivos de cualquier época, delegar lo accidental en otros para centrarse en lo esencial. Medio imprescindible, reiteraba, era la modestia. Para disfrutarla debía pensar, siendo sumo pontífice, que era ceniza; no solo que lo fue, sino que lo seguía siendo. «No somos –reincide– más que barro en manos del alfarero». Insiste en la necesidad de mirarse al espejo para analizar si se ha de ser más austero, más generoso, más generador de confianza. En el fondo, un feedback 360. Señala con fina sabiduría que es más fácil encontrar personas con sentido común cuando han sufrido contradicciones. La fortuna, el éxito, el aplauso lleva a correr el riesgo de creerse crucial. Es bueno cuidar la salud, aseguraba, pero sin excesos que ablanden el carácter.

      Cuando no se cumplen las normas, clamaba, es imperativo reprender. La impunidad facilita que la gente no se corrija, al igual que acaece con los niños. La desatención, dar todo de mano, se encuentra en el origen de los vicios. Le previno sobre lo tremendamente interesados que son muchos y le sugirió buscar asesores justos dispuestos a obedecer, pacientes en el sufrimiento, fieles a sus compromisos, amantes de la paz, coherentes en el mantenimiento de la unidad, prudentes en el consejo, discretos en el gobierno, detallistas en la planificación, esforzados en la acción, modestos en sus conversaciones, flemáticos en adversidad

Скачать книгу