Ese chico. Kim Jones

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Ese chico - Kim Jones страница 4

Автор:
Серия:
Издательство:
Ese chico - Kim Jones

Скачать книгу

style="font-size:15px;">      Sorbe por la nariz varias veces y oigo un ruido que podría ser el de un portátil que se cierra.

      —Luke acaba de colgar un foto en la que sale con su nueva putilla en Facebook.

      —¿Sí? Bueno, pues es fea.

      —No, no lo es.

      —¿Quieres que le pegue un puñetazo? ¿Que la vuelva fea?

      Emily suspira y se suena los mocos.

      —No. Están en una cita. Parece que nuestra broma no va a funcionar. Seguramente estarán fuera toda la noche. —Se le rompe la voz en la última palabra.

      —Puedo hacerlo mañana también. —Mi tono esperanzador no ayuda a calmarla. Quiere que lo deje estar. Que vuelva a casa para que podamos beber vino y comer chocolate. Pero no me puedo ir. Mi curiosidad me exige que descubra qué hay al otro lado de la puerta. La investigación me lo pide. Dios Nuestro Señor me lo pide.

      Clavo los ojos en el pomo dorado de la puerta. Refulge como la aureola de un ángel.

      Este tipo de cosas no ocurren sin un poco de intervención divina. Quizá este es su plan para mí. Quizá el perro estaba en ese parque por una razón. Quizá el amo era un ángel que me ha perseguido hasta llegar al lugar donde yo debía estar. ¿Ese coche? No estaba esperando a la señorita Sims. Me estaba esperando a mí. ¿Alfred? También podría ser un ángel. ¿Y si el señor Swagger es ese chico?

      De pronto lo entiendo todo.

      He recibido un regalo del cielo.

      Se lo explicaría a Emily, pero no lo entendería. Me diría que no puedo seguir dejándome llevar por la imaginación. «¿Por qué la he llamado siquiera?». Está demasiado susceptible como para ser de ayuda.

      He tomado una decisión.

      —Tengo que colgar, Em. Estoy en mi habitación.

      —¿Tienes una habitación? ¿Desde cuándo? ¿Por qué? ¿Cómo?

      Pongo los ojos en blanco al oír estas preguntas.

      A Emily le gusta ceñirse al plan. Es una de esas personas que usa el calendario. Nunca se desvía de lo que tiene apuntado. Si Jesús se le aparece el mismo jueves que tiene cita en el dentista, no tengo la menor duda de que le dirá que deberá esperarse: «Lo siento, Jesús. No estás apuntado en el calendario».

      Yo no tengo calendario. Mis planes cambian en función de las circunstancias. Se supone que tengo que esperar a mi vuelo en un aeropuerto lleno de gente. Pero la Fortuna ha decidido que me quede en un apartamento de lujo. Las circunstancias han cambiado a mi favor y me niego a ignorarlas y negarme esta oportunidad.

      —Penelope…

      —¿Qué?

      —No puedes permitirte una habitación.

      —Claro que sí.

      —¿Cómo?

      —He hecho una llamada y he aumentado el límite de la tarjeta. —Qué mentirosa. Pero la verdad conllevaría preguntas que no quiero responder. Y eso, a su vez, comportaría más mentiras.

      —Pero… ¿cómo?

      —No cuestiones lo inexplicable, Em. Acéptalo, ¿vale? Tengo que hacer el check-in. Te llamo mañana. Que den por culo a Luke Duchanan.

      Se produce una pausa y luego suspira.

      —Que den por culo a Luke Duchanan.

      Cuelgo.

      Coloco la mano en la puerta.

      Elevo al cielo una plegaria de agradecimiento, una disculpa por todo lo malo que he hecho y la promesa de no soltar tantas palabrotas en el futuro como muestra de agradecimiento por lo que estoy a punto de recibir.

      Entonces, giro el pomo y entro.

      —Me cago en la puta.

      Capítulo 2

      Me gustaría confesar que he mentido.

      Pero, de verdad… ¿qué se esperaba Dios?

      Acabo de entrar en la mente de millones de lectores. Este sitio es el ático de lujo por antonomasia de todo protagonista rico de cualquier novela romántica. Un espacio diáfano. Ventanales que van del suelo hasta el techo con vistas al centro de Chicago. Suelos de madera noble. Una escalera de espiral con pasamanos de cristal. Una chorrada artística cuelga del techo y estoy bastante segura de que se trata de una manguera antiincendios que alguien ha rociado con pintura dorada.

      Tiro la chaqueta al suelo y me saco de una patada las botas y los pantalones. Vestida con nada más que el jersey, me adentro en la estancia. Acaricio la parte posterior del sofá de cuero blanco y recorro con los dedos la mesa de caoba que hay al lado. Poso la mano sobre el cristal curvo que se extiende a lo largo y ancho de la pared. Está templado. Y no frío, como había imaginado.

      Las vistas.

      Madre mía, qué vistas.

      Las luces parpadean y resplandecen sobre el telón de fondo de un cielo negro y despejado. Los edificios de distintas alturas iluminados con toda una gama de colores descollan sobre las calles, punteadas con las luces de los coches que circulan. Es casi abrumador. La idea de levantarse con estas vistas por la mañana y ver cómo el sol despunta por detrás de los edificios es…

      «Vale tanto la pena ir a la cárcel por esto».

      Si el resto de la casa es tan maravilloso como las vistas, quizá me tendré que quedar hasta que el señor Swagger vuelva. Entonces, haré que se enamore de mí. No debería llevar mucho tiempo. Soy un partidazo.

      Tiro la bolsita de caca en la barra y abro la enorme nevera de acero inoxidable. Está llena de productos que solo se pueden comprar en una tienda de esas de alimentos orgánicos e integrales.

      Con las dos puertas abiertas de par en par, tomo una fotografía. Las cierro y saco más fotos de la cocina y del arte que la decora en todo su esplendor. Luego, le hago una foto a las vistas. Al salón. A la larga mesa de comedor de cristal.

      —Así me gusta. —Me dejo caer sobre una rodilla para tomarla desde otro ángulo—. Así, perfecto. Sonríele al pajarito.

      A la derecha de la cocina hay un cuartito de baño que podría estar un poco más elaborado, la verdad, pero no está nada mal. Otra puerta del salón conduce a un despacho. Reconozco el olor de las especias y el toque de eucalipto. El señor Swagger fuma cigarros.

      Me imagino a ese chico sentado ante el escritorio, desnudo, con un cigarro en la mano y una sonrisa y el deseo me invade. Me entran ganas de follarme su silla y restregar la vagina por las paredes para marcar el territorio.

      «Tranquilízate, pervertida».

      Dejo que mis ojos se paseen por los altos estantes repletos de libros que hay a ambos lados de la puerta. El escritorio de

Скачать книгу