Ese chico. Kim Jones

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Ese chico - Kim Jones

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Alinea? Ofrecen el mejor salmón y terrina de todo Chicago.

      «¿Qué cojones es una terrina?».

      —Eh… Bueno, es que ya lo he comido en el almuerzo. ¿Conoces algún sitio donde ofrezcan buena pizza?

      —Por supuesto, señorita Sims. —Oigo cómo sonríe—. Dígame qué tipo de pizza prefiere y le diré cuál es la mejor.

      —Vale, es que me encanta la de pepperoni con mucho mucho queso. Y mucho mucho pepperoni. Ah, y Dr. Pepper.

      —Perfecto, señorita. Enseguida lo encargo y la llamo antes de subírselo.

      Cuelgo el teléfono, me doy una vuelta en la silla, voy a trompicones hasta el salón y me acurruco en el sofá con la enorme manta suave y esponjosa que está tendida sobre el otomano. Ahora lo mejor sería ver una película de terror. Pero soy incapaz de descubrir cómo demonios se enciende el televisor. Todavía estoy peleándome con el dichoso aparato cuando Alfred llega con mi pizza.

      Él enciende el televisor, me enseña cómo atenuar las luces e incluso se ofrece a traerme un vaso de la cocina para que me tome la bebida. Después, se marcha con la frase habitual de que lo llame si necesito cualquier cosa.

      «Joder, con Alfred… Qué majo es».

      Si algún día me decido a escribir una de esas novelas de juegos de rol con el típico hombre atractivo y mayor que hace de «papi» de la chavala de veinte años, lo usaré como inspiración.

      Tan solo tardo una hora en comprender que no es buena idea mirar una película de terror en un ático que tiene ventanales que ocupan toda la pared sin persianas ni cortinas.

      Cada pocos minutos, vuelvo la vista atrás y me da un miniataque al imaginar que la zorra espeluznante de la película me devuelve la mirada. Entonces, me doy cuenta de que solo se trata de mi reflejo, no de un esperpento a quien le vendría bien una ducha y una buena mascarilla para el pelo.

      Me repantigo en el sofá, que parece salido de la nave estelar Enterprise de Star Trek, pero que en realidad es cómodo. Dejo la pierna colgando por un lado y me subo la manta hasta la barbilla: estoy preparada para taparme los ojos a la próxima que algo o alguien aparezca de golpe en un pasillo oscuro de la película.

      Estoy totalmente preparada para que me haga cagarme en las bragas. Pero no estoy nada preparada para oír la voz que oigo al otro lado de la puerta ni el suave ruidito seco de la cerradura cuando esta se abre.

      ¿Sabes ese momento en que eres presa del pánico? ¿Cuando se te hace un nudo en el estómago y se te para el corazón y oyes un leve silbido en el oído porque te estás matando para descubrir qué es el ruido que te ha aterrorizado?

      Pues así estoy.

      «Pero ¿qué…?».

      No puedo tener más miedo del que tengo ahora mismo. Quizá por eso, mi cerebro activa el modo supervivencia y se centra en otra cosa que no sea mi miedo: la grave voz de tenor que retumba a mi alrededor. Entonces, se enciende una luz que me deja ciega unos segundos y después de pestañear del susto, mi cerebro empieza a comprender a quién pertenece la voz.

      Y joder, madre de Dios.

      Es él.

      Es ese chico.

      Capítulo 3

      Te podría decir que solo de verlo se me han puesto los pezones duros.

      Se me han contraído los muslos.

      El corazón se me ha partido.

      Y ahí abajo estoy empapada.

      Sin embargo, no hay ninguna necesidad.

      Porque en cuanto ves a este hombre, te pasa lo mismo seguro.

      «Ahora es cuando suena una música de retirada». Quizá algo de The Weekend. O la banda sonora de Tiburón.

      Y aquí, con un metro ochenta y ocho centímetros, ciento cuatro kilos, vestido con traje de Armani y una mirada que me mataría si fuera letal, tenemos a…

      «Mierda».

      —¿Eres el señor Swagger?

      Se pone las manos en las caderas.

      —Sí. Soy Jake Swagger. ¿Quién cojones eres tú? ¿Y qué demonios haces en mi casa?

      —Un momentito. —Levanto el dedo y me dejo caer de nuevo en el sofá, sin aliento.

      «Jake, Jake Swagger».

      Más sexy ya no puede ser.

      —¿Perdona? —«La madre, si es que es incluso más sexy cuando está confundido».

      —Solo… Solo necesito un momentito para la cabeza. Es algo que hacemos los escritores. No lo entenderías.

      Hago caso omiso de su incredulidad. Paso por alto su enfado. Ignoro toda lógica. ¿Cómo no lo iba a hacer en un momento así?

      Ante mí se alza un hombre con el pelo despeinado y del color del carbón. Ya sabes, de ese tipo de pelo por el que se pasa la mano. El tipo de pelo que agarras con fuerza cuando él te chupa ahí abajo.

      Sus mandíbulas tienen todas esas características para las que los escritores usan expresiones como marcadas, fuertes, cuadradas, salpicadas de pelos como si llevara una barba de tres días, para describirlas.

      Tiene los mismos labios que Tom Hardy.

      Tiene una nariz indescriptible porque ¿cómo diantres se describe una nariz sexy?

      ¿Y esos ojos? Azules como el océano, tal vez. No los veo bien. Y los tiene entrecerrados debido a… ¿La curiosidad? ¿El deseo? Seguramente sea la ira…

      Bajo los ojos. Me fijo en el hoyuelo que tiene en la barbilla. Sigo por la nuez, que sobresale levemente cuando traga. Sigo por el poco pecho que queda al descubierto en la abertura del cuello de la camisa blanca.

      El traje oscuro le abraza los largos brazos. Resigo con los ojos sus hombros hasta las muñecas. «Qué cabrón, lleva gemelos». Y un cinturón. Por encima, se adivina una barriga plana y musculosa. Por debajo, se adivina un buen paquete.

      Tiene las piernas largas.

      Los muslos definidos.

      Las zapatos brillantes.

      Te lo puedes imaginar. Pero, por si acaso, te diré que Jake Swagger está buenísimo de cojones.

      Y cabreado de lo lindo.

      —¿Quién coño eres?

      Me saco la tontería de encima y me pongo de pie enseguida. La caja de pizza a medias me resbala del regazo y cae al suelo boca arriba, junto a las servilletas sucias y la botella de dos litros de Dr. Pepper.

      Estoy

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