E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan Mallery

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E-Pack HQN Susan Mallery 2 - Susan Mallery Pack

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se sumaba a la sensación de traición. Debería haber imaginado que Rafe era demasiado bueno como para ser verdad, se regañó Heidi. Aquel hombre...

      –¡Ya lo tengo! –Annabelle golpeó la mesa con las dos manos–. Ya sé lo que podemos hacer.

      Heidi se la quedó mirando fijamente.

      –¿Qué?

      Annabelle sonrió. Los ojos le brillaban de emoción.

      –¿Os acordáis del último derrumbe que hubo en los terrenos de construcción del casino? Se derrumbó parte de la montaña y quedó al descubierto todo ese tesoro Máa-zib? Vino la prensa y tuvieron que dejar de construir en esa zona para que los expertos del museo vinieran a investigar el hallazgo.

      –No creo que haya ningún tesoro en el rancho –replicó Heidi–. No hay ninguna montaña.

      –Pero hay cuevas.

      Heidi dudaba.

      –Ha habido gente explorando aquellas cuevas durante años. Si hubiera algún tesoro, lo habrían encontrado.

      –Quizá sí o quizá no. Y a lo mejor se puede encontrar algo más que oro.

      –No sé de qué estás hablando –le dijo Heidi.

      Annabelle se inclinó hacia delante y bajó la voz.

      –De pinturas rupestres. ¿Y si en la cueva hubiera pinturas rupestres de un valor incalculable?

      Jo les llevó en aquel momento las hamburguesas.

      –¿Algo más? –preguntó.

      –No, gracias –contestó Charlie, y esperó a que se alejara para continuar–. Rafe todavía está en la fase de los planos. Aunque encontraran oro o unas pinturas rupestres en las cuevas, no podrían obligarle a renunciar a algo que ni siquiera ha empezado.

      –Completamente de acuerdo –Annabelle tomó una patata frita–. Pero eso le permitirá ganar tiempo a Heidi –se volvió hacia ella–. Has dicho que tenías contactos para empezar a vender jabón y queso en Asia. Si pudieras contar con tres o cuatro meses para consolidar el negocio, ¿podrías reunir una cantidad de dinero importante para pagar a May?

      –A lo mejor –respondió May lentamente, sin confiar demasiado en sus propias cuentas–. Por lo menos el suficiente como para demostrarle a la jueza que voy en serio. No sé cómo van a ir las ventas, pero con que funcionen la mitad de bien de lo que espero, creo que sí.

      –Ese descubrimiento nos ayudará a ganar tiempo –Charlie asintió–. Con el rancho lleno de expertos investigando, la jueza no querrá dictar sentencia –sonrió–. Sí, ¡esto podría funcionar!

      Heidi contuvo la respiración.

      –Suena bien, pero no sé si soy capaz de hacerlo. Es mentir. O algo peor. Es un fraude. ¿Qué ocurrirá si la jueza lo averigua? Primero, Glen le roba doscientos cincuenta mil dólares a May y ahora yo me dedico a falsificar pinturas. Va a pensar que somos una familia de delincuentes.

      –Lo único que necesitas es tiempo para conseguir el dinero que tienes que devolverle a May –le recordó Annabelle–. No le vas a quitar nada a nadie. Solo pretendes conservar lo que es tuyo. Además, de esa forma vendrán turistas a la ciudad. Será bueno para todos.

      Heidi no estaba segura. No terminaba de gustarle la idea, pero no se le ocurría ninguna alternativa. Por lo que ella intuía, a la jueza le gustaría tanto el proyecto de Rafe que la dejaría sin sus tierras. Al fin y al cabo, desde el punto de vista local, una urbanización sería más beneficiosa que sus cabras.

      –No quiero perder mi casa –susurró. El cuerpo entero le dolía–. No puedo. Este rancho es lo que he querido durante toda mi vida.

      –No lo vas a perder –respondió Charlie–. Nosotras te ayudaremos.

      –Yo puedo ponerme a investigar –se ofreció Annabelle– Puedo conseguir ejemplos de otras pinturas Máa-zib. Así estaremos preparadas en el caso de que quieras seguir adelante con esto.

      Heidi suspiró.

      –Muchas gracias. A las dos. Tengo que pensar en ello. No estoy muy segura. Quiero salvar mi casa, no me queda otra opción. Pero no estoy segura de que esta sea la mejor forma de hacerlo.

      –No quiero ser mala ni nada parecido, pero no te quedan otras muchas opciones –señaló Charlie.

      –Lo sé. Dadme un par de días para pensar en ello.

      Buscaría otra alternativa. Y si no podía encontrarla, utilizaría aquel plan.

      –Tú piensa –respondió Annabelle–. Yo me pondré a ello y a lo mejor empiezo incluso a preparar algunos bocetos para las pinturas. Las mujeres de esa tribu eran muy sofisticadas para su tiempo, así que estamos hablando de algo más que de unas pinturas esquemáticas. ¿Qué tal van tus capacidades artísticas?

      –Digamos que tengo las básicas. Antes solía dibujar, pero la verdad es que hace años que no lo hago.

      Heidi tenía la sensación de que había estado viviendo de esperanzas durante demasiado tiempo. Esperar, desear y soñar. Cuando se había enterado de lo que había hecho Glen, la había aterrado la posibilidad de perderlo todo. Poco a poco, después de conocer a May y a Rafe, había ido bajando la guardia. Ese había sido su error. Rafe era un hombre despiadado. Conseguía todo lo que quería sin dejar que nada se interpusiera en su camino. Ella tendría que ser tan fuerte y decidida como él. Tenía demasiadas cosas que perder.

      Heidi regresó al rancho justo después de la comida. Esperaba poder escaparse a su habitación durante un par de horas para estar a solas. Necesitaba pensar en el plan que le habían propuesto sus amigas. Ella siempre había sido una persona honesta y no le parecía bien engañar a toda una ciudad. Pero tenía el presentimiento de que si confiaba en que fuera el sistema el que se hiciera cargo de la situación, sus cabras y ella terminarían en la calle. Al fin y al cabo, May era la parte perjudicada en todo aquello.

      Cuando llegó al rancho, vio un enorme camión aparcado fuera de la casa. Pero tanto los letreros como los dibujos dejaban claro que May no había comprado más llamas. ¿Habría muerto definitivamente la cocina? ¿Estaría May reparándola?

      Heidi entró en el vestíbulo y encontró a May vigilando a dos hombres que cargaban una cocina de acero inoxidable completamente nueva. Tenía seis quemadores relucientes y un horno suficientemente grande como para asar un pavo de diez quilos.

      En cuanto vio a Heidi, May juntó las manos con un gesto de emoción.

      –¡Ya estás aquí! Esperaba que se hubieran ido antes de que llegaras. Pero supongo que todavía sigue siendo una sorpresa, ¿verdad?

      May la miró con expresión culpable y complacida al mismo tiempo.

      –No soportaba tener que volver a cocinar en ese horno y Glen me dijo que el pastel de carne es su comida favorita. Espero que no te importe que haya seguido adelante con mi idea. Supongo que debería haber preguntado.

      Heidi estudió atentamente a la madre de Rafe. Vio esperanza y preocupación en sus ojos oscuros, advirtió un ligero temblor en la comisura

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