E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan Mallery

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E-Pack HQN Susan Mallery 2 - Susan Mallery Pack

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y a pesar de lo mucho que la enfurecía lo que había hecho Rafe, continuaba deseándole.

      Se decía a sí misma que ese sentimiento no tenía nada que ver con el amor. Era más inteligente que eso. Lo único que sentía era ese estúpido vínculo que las mujeres experimentaban después de haber hecho el amor con un hombre. Se le pasaría.

      –¿Puedo preguntarte en qué estás pensando? –Shane la miró con atención–. Pareces enfadada.

      –Me gustaría que tu madre no me cayera tan bien. De esa forma me resultaría más fácil lisiar a uno de sus hijos.

      –Teniendo en cuenta que seguramente yo soy el hombre más amable que has conocido nunca, supongo que te refieres a Rafe. Te está amargando la vida, ¿eh? No puedo decir que me sorprenda.

      –¿Lo hace muy a menudo?

      –Para ser un hombre tan inteligente como él dice que es, más de lo que debería. A veces presiona demasiado. Otras, demasiado poco. Pero, generalmente, el problema es que siempre espera que la gente haga lo que él quiere.

      Heidi estaba de acuerdo. Probablemente Rafe esperaba que no le importara que le quitara su casa. Y eso probablemente lo entendía. Era el hecho de que se hubiera acostado con ella cuando en realidad estaba proyectando construir casas en todo el rancho lo que realmente la enfurecía.

      –¿Quieres contarme lo que ha pasado?

      –La verdad es que no.

      Shane dejó escapar un suspiro.

      –Mejor, porque solo estaba intentando ser educado.

      –Sí, claro. Ahora la culpa la tendrá tu madre.

      Shane se echó a reír. La miró a los ojos.

      –No sé lo que hay entre tú y Rafe, pero quiero decirte algo. Si permite que te alejes de él, es que es más estúpido de lo que pensaba.

      –Gracias.

      –De nada –Shane fijó la mirada por encima de la cabeza de Heidi–. Y hablando de hombres autoritarios, aquí lo tenemos. ¿Te gustaría fastidiarle de verdad? Pues ríete como si yo fuera el hombre más divertido que has conocido nunca. Se pondrá como loco.

      Imaginar a un Rafe incómodo la alegró lo suficiente como para echar la cabeza hacia atrás y soltar una carcajada. Se enderezó y posó la mano en el brazo de Shane.

      –Gracias –musitó.

      –De nada –contestó él–. Entonces, ¿salimos a montar mañana?

      Formuló la pregunta en voz bastante alta, como si quisiera que le oyeran.

      –Por supuesto –contestó Heidi, esforzándose en parecer entusiasmada–. Lo estoy deseando.

      –En ese caso, quedamos mañana. ¡Eh, Rafe! –Shane volvió a ponerse el sombrero–. Le estaba enseñando los caballos a Heidi. Y alguna que otra cosa.

      –Sí, ya lo veo.

      Fulminó a su hermano con la mirada y él le dirigió una mirada similar. Heidi podría haber utilizado aquel momento para alimentar su frágil ego, pero sabía que no tenía sentido. Shane estaba fingiendo y ella no tenía ni la menor idea de cuáles eran los sentimientos de Rafe. Ni siquiera estaba segura de que estuviera sinceramente interesado en ella.

      –Bueno, supongo que será mejor que me vaya –dijo Shane, guiñándole antes el ojo a Heidi.

      –Sí, será mejor.

      Heidi los ignoró a los dos y continuó caminando hacia el cobertizo de las cabras.

      Rafe no tardó en alcanzarla.

      –Parece que te llevas muy bien con Shane.

      –Sí, es muy amable. Me gusta. Y voy a ocuparme de sus caballos mientras esté fuera.

      –Eso es mucho trabajo.

      –Tengo tiempo y necesito el dinero. Quiero demostrarle a la jueza que estoy esforzándome para devolverle el dinero a tu madre –se detuvo en seco y se volvió hacia él–. Lo entiendes, ¿verdad? Seguro que eres capaz de comprender que esta es mi casa y no quiero marcharme de aquí. De entender lo mucho que Fool’s Gold significa para mí. De lo importante que es pertenecer a un lugar, tener amigos. Supongo que todo eso tiene algún sentido para ti, ¿verdad?

      Heidi esperó en silencio, le observó mientras él la miraba, esperando el mínimo gesto que pudiera indicarle que en realidad Rafe no estaba haciendo lo que ella pensaba. Que pudiera indicarle que se había equivocado con él.

      –Sí, lo comprendo –contestó.

      Le sostuvo la mirada con expresión bondadosa. Heidi no entendía cómo podía hacer algo así. Cómo podía fingir que le importaba y, al mismo tiempo, estar planificando la forma de quitarle todo lo que tenía. En realidad, no podía decir que Rafe le hubiera mentido. Pero sí había omitido una información fundamental. Heidi imaginaba que en su mundo, ganar siempre era una cuestión de matices. La letra pequeña de un contrato, la fuerza de una cláusula. Pero aquel no era solo un asunto legal y lo que estaba en juego le importaba más que cualquier otra cosa en el mundo.

      –Una de las cosas que aprendí al viajar tanto de niña fue que las reglas siempre son diferentes. Rara vez son algo universal. Lo que en un lugar es considerado mentira, en otro se considera como una aceptable tergiversación de la verdad.

      –¿Estamos hablando otra vez de los lugareños?

      Heidi asintió.

      –Tuve una amiga íntima durante toda mi infancia y mi adolescencia. Era la más guapa y, muchas veces, la más inteligente de las dos, pero no me importaba. Teníamos la misma edad y nos gustaban las mismas cosas. Excepto la universidad. Ella estaba decidida a ir a la universidad y yo estaba más que dispuesta a dejar los estudios en cuanto acabara la educación secundaria.

      Tomó aire. En aquel momento se sentía tan frágil que no estaba segura de poder terminar aquel relato. Pero ya era demasiado tarde para detenerse.

      –Me has hablado de ella –recordó Rafe–. ¿No es esa chica que consiguió ir a una buena universidad?

      Heidi asintió.

      –Estaba estudiando veterinaria. Pero entonces, apareció ese chico.

      –Siempre aparece un chico, o una chica, Heidi. Eso no tiene nada que ver con ser o no un lugareño.

      –En ese momento, sí tuvo que ver. Era un chico muy popular. Sus compañeras no se podían creer que se hubiera enamorado de Melinda. Juraba que la amaba y que quería casarse con ella. Ella le entregó su corazón y fue entonces cuando las cosas comenzaron a torcerse.

      Se interrumpió. No sabía cómo contar todo lo demás.

      –Llegó a casa para pasar el verano. Estaba distinta. Destrozada. Yo pensaba que cuando uno se enamoraba, era más feliz, que el amor le hacía a uno más fuerte. Pero no fue así. Me enteré entonces de que algunas de sus compañeras la estaban acosando. Le dejaban mensajes en el buzón de voz y le

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