E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan Mallery

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E-Pack HQN Susan Mallery 2 - Susan Mallery Pack

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cocina es preciosa. Estoy emocionada –le aseguró Heidi.

      –¿De verdad? –May corrió hacia ella y la abrazó–. Pues es un alivio. Tenía miedo de que pudieras enfadarte. Pero cuando veo un electrodoméstico, soy incapaz de controlarme.

      Condujo a Heidi a la cocina. Los hombres terminaron de instalarla, May firmó el recibo y los hombres se marcharon.

      Acarició entonces los mandos de la cocina con un gesto casi reverencial.

      –Piensa en todo lo que podremos cocinar. Lo primero que haré será una tarta de fresas. ¿Has visto las fresas que venden en la granja que hay de camino al pueblo? Son enormes y están deliciosas. Primero tendré que preparar la base para que pueda enfriarse. Miró el reloj de la pared.

      –Tengo el tiempo justo.

      En ese momento se abrió la puerta de atrás y entró Rafe.

      –Mamá, tendrás que dejar de darnos este tipo de sorpresas –avanzó hacia el interior–. Cocina nueva, ¿eh?

      –¿No te parece maravillosa?

      Heidi se concentró en controlar su respiración. Si se concentraba en inhalar y en expirar, a lo mejor dejaba de ser tan consciente de que Rafe estaba a su lado. O de su tamaño. O de, cómo, a pesar de todo, se descubría a sí misma deseando acariciarle.

      Las imágenes de la noche anterior invadieron su cerebro. Los recuerdos sensoriales cosquilleaban en sus dedos, recordándole el tacto de su piel. Podía respirar su esencia, sentir la sensualidad de aquellos besos que habían derrumbado sus defensas.

      Sin pretenderlo, le dirigió una mirada fugaz. Rafe le guiñó el ojo y le dirigió una sonrisa de complicidad. Una sonrisa que insinuaba intimidad y conexión. Heidi era incapaz de decidir si tenía ganas de llorar o de gritar. El dolor batallaba con el enfado. Pero antes de que cualquiera de aquellos sentimientos hubiera ganado la partida, llegó otra camioneta enorme a la casa.

      –¿Qué otra cosa has pedido? –preguntó Rafe, mientras salía de la cocina.

      –Nada –May le siguió–. Solo la cocina. Esta semana no tiene que venir ningún animal.

      ¿Significaría eso que la semana siguiente sí lo haría? Heidi no se molestó en preguntar. Sinceramente, no quería saberlo.

      Salió tras ellos y vio a un hombre rodeando la camioneta de la que acababa de bajar para acercarse al remolque de caballos que arrastraba. Era un remolque de lujo, con aire acondicionado, calefacción y mucha ventilación.

      El hombre le resultaba familiar. Era alto, de pelo oscuro y con una complexión muy parecida a la de Rafe. En el tiempo que tardó May en gritar y correr hacia él, Heidi le reconoció por las fotos que había en el cuarto de estar. Shane Stryker había decidido reunirse con su familia en Fool’s Gold. Le deseaba suerte.

      –Mamá me dijo que viniera –explicó Shane, una vez ya en el cuarto de estar.

      –¿Y desde cuándo le haces caso a mamá? –le preguntó Rafe.

      Por supuesto, se alegraba de ver a su hermano. Shane y él siempre se habían llevado bien.

      –Ya era hora de que diera un paso adelante –respondió Shane–. Llevo demasiado tiempo trabajando para otros. Quiero empezar a criar una raza propia. Ya estoy trabajando en ello. He comprado un semental nuevo que es perfecto –Shane dio otro sorbo a su cerveza y se encogió de hombros–. Aunque tiene un carácter endiablado. Pero conseguiré dominarlo.

      Rafe miró hacia la cocina, donde May cocinaba feliz para su hijo.

      –¿Ya te ha dicho mamá que el rancho todavía no es suyo? Teóricamente, la jueza puede dictar sentencia a favor de Heidi.

      –Sí, teóricamente –Shane sonrió–. Vamos, Rafe, tú no vas a dejar que eso ocurra.

      –Es cierto, pero hasta entonces, no deberías hacer planes.

      –Tengo fe en ti, hermanito. Terminarás ganando, como siempre.

      Rafe miró hacia el techo, sintiéndose ligeramente incómodo con aquella conversación. Aunque pensaba ganar, no estaba preparado para que Heidi lo supiera. Sobre todo después de la noche anterior.

      Le bastaba pensar en lo que había ocurrido para que le entraran ganas de sonreír como un estúpido. Estar con Heidi había sido mucho mejor de lo que había imaginado, y eso que era mucho lo que había imaginado. Al recordarla en su cama, le ardía la sangre. Pero no era algo que le apeteciera experimentar estando en la misma habitación de su hermano, así que desvió la atención hacia los caballos que Shane había descargado.

      –¿Has venido conduciendo desde Tennesse con seis caballos de carreras? –le preguntó.

      –En los aviones no me venden asientos para ellos, así que no tenía otra opción. Pero están perfectamente. Ahora podrán descansar un tiempo mientras yo vuelvo al este a terminar un trabajo.

      –¿Te vas?

      –Volveré dentro de unos días.

      –¿Y qué va a pasar con los caballos?

      Shane bebió otro sorbo de cerveza y sonrió.

      –Me extraña que lo preguntes.

      –¡De ningún modo! ¡No pienso hacerme cargo de ellos!

      –Alguien tendrá que hacerlo –Shane parecía más enfadado que preocupado–. ¿Qué tienes que hacer durante todo el día que no te queda tiempo para cuidar a mis caballos?

      –Dirigir un negocio, para empezar.

      Aunque la verdad era que no le estaba dedicando mucho tiempo a su empresa. Aunque solo estuviera a unas horas de distancia de San Francisco, tenía la sensación de que vivía a todo un mundo de distancia. Parecía encajar bien en el rancho. O a lo mejor la clave de todo era Heidi. En cualquier caso, no veía nada malo en ello.

      –Yo me encargaré de ellos –dijo una voz femenina.

      Ambos alzaron la mirada. Rafe vio que Heidi acababa de entrar en el cuarto de estar. Por lo menos no le había oído decir que pensaba quedarse con el rancho. Seguramente eso habría cambiado el tono de su relación.

      Shane se levantó.

      –Buenas noches, señora.

      Heidi se echó a reír.

      –Aunque supongo que May estaría encantada con esta muestra de buena educación, si vuelves a llamarme «señora» les daré tus botas favoritas a las cabras. Yo soy Heidi y supongo que tú eres Shane. Encantada de conocerte.

      Shane dio un paso adelante y se estrecharon la mano. Durante aquel breve segundo de contacto, Rafe se sintió tenso. La necesidad de reclamar a Heidi como suya, de decirle a su hermano que se apartara, estuvo a punto de superarle. Se reprimió porque tanto él como Heidi habían quedado de acuerdo en que nadie tenía que enterarse de lo que había pasado la noche anterior. Pero no le hizo ninguna gracia la forma en la que le sonrió su hermano.

      –Yo también

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