Pack Bianca y Deseo marzo 2021. Varias Autoras
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––¿Y haces esto todas las semanas? ¿Por qué?
–Tú mejor que nadie deberías comprenderlo –comentó ella mientras se quitaba uno de los guantes amarillos. No fue un gesto ni provocativo ni sexy, pero a Paul le aceleró los latidos del corazón.
–¿Por qué crees que debería comprenderlo?
–Por todas las obras benéficas que hace tu familia.
–La filantropía y la riqueza suelen ir de la mano.
–Hay una diferencia entre firmar un jugoso cheque y darle tiempo y energía a una causa. Tu familia participa activamente porque es lo que le dictan sus valores.
Sin embargo, parte de esos valores estaban definidos por el hecho de que, por su buena fortuna, los Watts sentían que debían algo a los menos afortunados. Lia no tenía mucho dinero, entonces, ¿a qué se debía su deseo de ayudar a los demás? A pesar de los hechos que conocía sobre ella, la visita al hospital de aquel día le había demostrado lo poco que en realidad sabía de ella.
–Gracias por acompañarme –dijo ella sacando a Paul de sus pensamientos.
Ya estaban llegando a la casa y Paul no tenía ganas de separarse de ella.
–¿Quieres venir a tomar una copa?
Lia lo miró fijamente, como si se estuviera pensando qué responder. Entonces, sacudió la cabeza.
–No te entiendo.
–El sentimiento es mutuo.
–Llevas toda la semana evitándome y hoy, de repente, decides venir conmigo al hospital y me invitas a tomar una copa. ¿Qué ha cambiado? Ah. Me apuesto algo a que estás planeando emborracharme con la esperanza de que se me escape algo y te diga algo que condene.
–Ahora eres tú la suspicaz –replicó él. No quería poner sus cartas sobre la mesa, pero comprendía que, al menos, tenía que dejarle echar un vistazo con la esperanza de que ambos pudieran extender su tiempo juntos–. Tal vez me ha gustado tu compañía esta tarde y no quiero que acabe.
–¿Cómo? –repuso ella, parpadeando con incredulidad–. ¿Te he escuchado bien? ¿Has dicho que has disfrutado de mi compañía?
–¿Quieres venir a tomar una copa conmigo o no?
Lia comenzó a golpearse suavemente los labios con un dedo, como si estuviera considerando la invitación.
–Bueno, dado que me lo has pedido tan cortésmente, claro que sí. Deja que me cambie y vaya ver a Grady. No tardaré más de diez minutos.
–¿Necesitas ayuda? –le preguntó al ver los complicados lazos con los que se sujetaba el vestido–. Nunca antes he desvestido a una princesa.
–Si pensara que has dicho eso en serio –comentó ella–, aceptaría tu oferta.
Paul abrió la boca para hablar, pero Lia se lo impidió.
–No, no digas nada más –añadió antes de dirigirse hacia la casa–. Volveré dentro de diez minutos. Eso debería ser tiempo suficiente para que averigües cómo salir de esta.
El buen ánimo de Lia la acompañó mientras atravesaba los jardines en dirección a la casa. Cuando se puso el disfraz aquella tarde, nunca se habría imaginado que le esperaban unas horas tan mágicas. Se había pasado una semana ansiosa y triste sobre la exagerada desaprobación de Paul y sin saber cómo enfrentarse a la irresistible respuesta de su cuerpo al atractivo físico de él o cómo mantener bajo control su propio deseo.
Si le hubieran dicho que describiera a Paul, Lia habría dicho antes de aquella tarde que era seguro de sí mismo y autoritario. Sin embargo, en el hospital, había visto un lado muy diferente de Paul, demostrando que podía ser más abierto de lo que había imaginado. Aquel breve respiro en la desconfianza que había mostrado hacia ella era un cambio muy agradable.
Afortunadamente, no se encontró con nadie en el camino a su dormitorio. La puerta de Grady estaba cerrada, lo que indicaba que estaba descansando. No le molestó.
Aunque se dio prisa, tardó más de diez minutos en cambiarse. Tras quitarse el elaborado disfraz, se dio una ducha y se aplicó un poco de rímel y de lápiz de labios. Quería que Paul pensara que era una mujer atractiva. Se recogió el cabello en lo alto de la cabeza para no tener que secárselo y se aplicó unos polvos sueltos sobre la nariz, borrándose las pecas. Notó cómo Paul a menudo se fijaba en aquella imperfección.
Cuando llegó a los antiguos establos, estaba temblando de anticipación. Muchas noches le había costado conciliar el sueño y se había dicho una y otra vez que era una necia por permitir que Paul la afectara de aquella manera. Mientras él la trataba como una ladrona, ella se veía atormentada por fantasías sexuales en las que él le hacía el amor con toda pasión e intensidad. De repente, aquel día, él le mostraba un poco de amabilidad y ella se dejaba llevar.
–Siento haber tardado tanto tiempo. El vestido y la peluca que habían hecho sudar mucho, por lo que me di una ducha –dijo mientras observaba su rostro para ver si él la encontraba atractiva o no.
Paul se acercó a ella y aspiró.
–Maldita sea, qué bien hueles…
Una sensación parecida al rayo de una tormenta recorrió el cuerpo de Lia. Entonces, envalentonada, levantó la mano y le cubrió la mejilla.
–Estás atraído por mí… lo que ocurrió la última vez fue real –susurró.
–Muy real –dijo él mientras le rodeaba la cintura con un brazo y la estrechaba contra su cuerpo–. Y me prometí que no volvería a ocurrir.
–¿Por qué no? –preguntó ella. Ansiaba deslizar las manos por debajo de la ropa y acariciarle la piel.
–Estás haciéndote pasar por mi prima.
–Bueno, mientras tengamos cuidado y no nos sorprendan…
–¿De verdad crees que es eso lo que me preocupa? –replicó él mientras le apartaba las manos con un gesto de frustración–. ¿Que nos sorprendan?
–¿No? –preguntó ella muy confusa.
La expresión del rostro de Paul podría haberla empujado a hacer más preguntas si su cuerpo no estuviera preso de un potente anhelo. Día y noche, se había atormentado recordando aquel beso, yendo más allá de aquel momento cuando él se detuvo. Se había imaginado cien variaciones. Los dos entrando y haciendo el amor en su cama. Que Paul la llevaba al jacuzzi y le hacía correrse mientras ella flotaba rodeada de burbujas. O ella arrodillándose ante él para darle placer mientras él se agarraba a la balaustrada y mostraba a gritos su placer.
–Mira, si lo que te preocupa es que me pueda enamorar de ti… no tienes por qué. Te encuentro atractivo. Es solo sexo.
Desde que empezó a sentir la atracción física, había aceptado que no tenían futuro. Paul la miraba con sospecha y desconfianza. En muchos sentidos, sus caracteres y su pasado eran tan diferentes que resultaban totalmente incompatibles. Nunca hubiera podido