El futuro comienza ahora. Boaventura de Sousa Santos
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Este capítulo está estructurado en torno a tres preguntas fuertes. ¿Qué factores históricos y político-económicos explican los orígenes y las escalas de impacto de los grandes brotes epidémicos en el mundo, con especial atención a los últimos cinco siglos? Frente a las epidemias, ¿qué respuestas fueron dadas por diferentes formas de organización (instituciones), en diversas escalas (desde el individuo, pasando por la comunidad, a la dimensión nacional e internacional)? ¿Cuál es la relación entre estas epidemias y la memoria histórica y qué subjetividades políticas han generado?
La peste: un fantasma que viaja con los contactos comerciales
Una de las primeras epidemias documentadas es la plaga de Justiniano, un episodio de peste bubónica que se produjo en el siglo vi y que mató a cerca de 20 millones de personas, afectando principalmente a la región mediterránea (Rosen, 2007). «Peste Negra» fue el nombre con el que quedó conocida la epidemia que marcó a Europa en el siglo xiv, probablemente provocada por el mismo patógeno[1]. Esta epidemia se considera uno de los mayores desastres de salud pública conocidos y uno de los ejemplos más dramáticos jamás registrados de enfermedades emergentes o reemergentes. Este brote, que se originó en Asia posiblemente en la década de 1330, tuvo efectos terribles: se estima que murieron en total entre 75 y 200 millones de personas en Europa y Asia (Benedictow, 2004: 383). El tremendo impacto de esta pandemia, que afectó a Túnez en 1348-1349, es relatado por Ibn Jaldún en Muqaddimah (1377). El filósofo, cuyos padres murieron a causa de la peste, escribe que fue como si la civilización hubiera sido devorada y el mundo cambiado por completo. Giovanni Boccaccio, cuyo padre y madrastra también murieron en la peste, escribió el Decamerón (1448-1452) durante este periodo. En la introducción a los diez cuentos del libro, producidos durante la cuarentena en las afueras de Florencia, Boccaccio también habla del terrible impacto de la epidemia[2].
La Peste Negra trajo consigo chivos expiatorios, la estigmatización de diversos grupos minoritarios, como judíos, frailes, extranjeros, mendigos, peregrinos, leprosos y gitanos (romaníes), acusados de propagar la epidemia. Según David Nirenberg (2015), quien estudió en detalle los territorios que hoy son Francia, España y Portugal, hubo episodios de violencia contra miembros de estos grupos, incluyendo persecución y muerte. Estos hechos contribuyeron a establecer los términos y límites de la convivencia de las minorías, una lección sobre los riesgos de discriminación y episodios de violencia asociados al estallido de epidemias.
La cuarentena, como medida de contención epidémica, surge en un contexto europeo asociado a esta epidemia (Sehdev, 2002: 1072). La región mediterránea, una zona de intensos contactos comerciales, se vio afectada con frecuencia por brotes epidémicos que provocaron enormes pérdidas humanas y socavaron la integridad territorial de los Estados. Varias ciudades del sur de Europa buscaron soluciones para combatir y prevenir epidemias que todavía se utilizan en la actualidad (Cipolla, 1981; Tomic y Blažina, 2015). Cuando sonaba la alarma sobre la «peste» –término que en la Edad Media europea era usado para referirse a otras varias enfermedades–, las puertas de la ciudad se cerraban y sólo podía pasar la barrera de protección quien presentara prueba escrita de que no había tenido contacto con la enfermedad. Cuando la enfermedad ya estaba propaganda en la región, varias medidas sanitarias eran rápidamente implementadas para reducir el riesgo de contagio. Destaca el aislamiento de la ciudad y el uso de desinfección como métodos efectivos para controlar la propagación de las epidemias (Abreu, 2018)[3]. Por otro lado, la noción de contagio[4], que se venía desarrollando, está en el origen de varios episodios de guerra biológica.
Uno de los primeros episodios de guerra biológica ocurrió durante la pandemia de la Peste Negra, en el sitio de Caffa, en 1346[5]. Caffa (actualmente Teodosia), ubicada en Crimea, en la costa norte del mar Negro, estaba entonces bajo el dominio mongol. Un siglo antes, los mongoles habían permitido que un grupo de comerciantes genoveses estableciera un puesto comercial allí. Debido a su éxito, Caffa controlaba el comercio en la región. Las crónicas de la época dan cuenta del estallido del conflicto, tras una lucha entre cristianos genoveses y musulmanes mongoles, con el ejército tártaro asediado por Caffa. La Peste Negra estalló entre los tártaros, devastando a los sitiadores. Desesperados, los tártaros catapultaron los cadáveres dentro de la ciudad sitiada, provocando grandes bajas entre los cristianos. Entre los que escaparon se encontraban algunos marineros infectados que dejaron la peste y la devastación en todos los puertos por donde pasaron (Wheelis, 2002: 973)[6].
La Peste Negra se propagó a través de las principales rutas comerciales que conectaban Asia con Europa, extendiéndose por Asia Menor, África del Norte, Sicilia y Europa. En 1348, los registros de Génova muestran que la epidemia se esparcía entre los habitantes de esta ciudad, extendiéndose la pandemia a Francia y España en 1349, a Inglaterra en 1350, llegando a Europa del Este y Rusia en 1351 (Kohn, 2008). Esta epidemia ha perseguido repetidamente a Europa y la región mediterránea hasta el siglo xviii, siguiendo el movimiento de personas y mercancías (Hays, 2005: 46). Noticias de Argel dan cuenta de un brote epidémico en 1620-1621, que victimizó a entre 30.000 y 50.000 habitantes (Davis, 2003: 18). Esta pandemia también devastó gran parte del mundo islámico y se dejó sentir hasta 1850. Bagdad sufrió varios brotes de peste, que habrán matado cerca de dos tercios de su población (Issawi, 1988: 99).
En la secuencia de los brotes epidémicos que marcaron la Europa medieval, las cuestiones de salud fueron objeto de una intensa actividad diplomática (Cipolla, 1981). Los Estados soberanos establecieron controles interestatales y renunciaron a los poderes discrecionales en favor de la «salud común» hasta parte del siglo xvii[7], un periodo plagado de varias epidemias. Un poco por toda Europa se fueron gestando varias medidas sanitarias, buscando prevenir la recurrencia de brotes epidémicos asociados con la peste, incluyendo una mejor alimentación; mejoras en vivienda, saneamiento urbano e higiene personal; y mejora en los métodos de cuarentena. Los relatos disponibles sobre el impacto de esta epidemia revelan profundas diferenciaciones de clase. Cuando un nuevo brote de peste bubónica azotó Londres en 1665-1666 (la llamada Gran Plaga de Londres), la aristocracia se refugió en el campo; los pobres de Londres, que no pudieron aislarse, perecieron (Harding, 2002). Se estima que unas 10.000 personas murieron en este episodio. Algunos autores sostienen que la enorme devastación provocada por los diversos brotes de Peste Negra, que generó una fuerte escasez de mano de obra, está en el origen del desarrollo de muchas innovaciones económicas, sociales y técnicas, especialmente en la región mediterránea (Benedictow, 2004).
Los brotes de peste continuaron, en siglos posteriores, afectando a los habitantes de Asia, Europa y África. En este último caso, por ejemplo, la biografía de una religiosa etíope del siglo xiv menciona una epidemia que provocó la muerte de varias personas, entre ellas profesores eclesiásticos y miembros del séquito real (Derat, 2018). Una lectura atenta de los archivos revela, en el caso de Etiopía, la creación de una institución encargada de enterrar a los muertos de los brotes epidémicos, que antes eran abandonados por las comunidades en fuga. Revela también la consagración de nuevas iglesias dedicadas a los santos protectores locales, así como el surgimiento de un discurso religioso que asocia la peste con los demonios y promueve la confianza en la protección mágica de san Roque[8] (Derat, 2018; Chouin, 2018). Más abajo, en la Nigeria actual, un verso de un poema laudatorio de finales del siglo xiv habla de una crisis dinástica derivada de una plaga que mató a dos soberanos locales en aproximadamente seis meses. Esta elevada mortalidad, que marcó las memorias de los habitantes de Kano, se prolongó durante varios meses (Chouin, 2018).
Uno de los últimos brotes epidémicos de peste bubónica se produjo a finales del siglo xix, llegando a China e India. En el caso de la India, este episodio, que pasó a conocerse como la «peste de Bombay», tuvo sus primeros casos detectados en la zona portuaria de esta ciudad,