E-Pack HQN Jill Shalvis 1. Jill Shalvis
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу E-Pack HQN Jill Shalvis 1 - Jill Shalvis страница 20
–Oh, Dios mío… –dijo ella, y apretó los ojos mientras él se echaba a reír.
–No va a pasar nada, Kylie. Tranquilízate.
Ella se aferró a su camisa con ambos puños y no lo soltó.
–Es culpa tuya –dijo, con la respiración entrecortada por el pánico–. Tengo ganas de darte una torta.
–Respira profundamente –le dijo él.
–¿Y después puedo darte una torta?
Él soltó un resoplido y empezó a hacer algo en el panel.
–¿Es que a ti nada te molesta? –le preguntó ella, con amargura.
–Muchas cosas –dijo él, y la observó como si estuviera evaluando su nivel de pánico. Debió de decidir que era muy alto, porque siguió hablando–: Pero sigo la regla del cinco. Si una cosa no va a tener importancia dentro de cinco años, no paso más de cinco minutos disgustado por ella.
Kylie movió la cabeza hacia él y se dio cuenta de que, como él había inclinado la suya hacia delante, sus caras estaban casi juntas.
«Lo único que tienes que hacer es no besarlo», se dijo a sí misma. Pero se humedeció los labios, que se le habían quedado secos de repente, y a él se le oscurecieron los ojos al tiempo que emitía un sonido gutural. Joe se inclinó aún más hacia ella, pero, justo antes de que sus bocas se tocaran, el ascensor dio un tirón y comenzó a moverse de nuevo.
Kylie soltó un resoplido y se alejó de Joe.
–¡Te dije que no era buena idea!
–Sí, ya. Por eso has estado a punto de besarme otra vez.
–¡Me refería a subir en ascensor! –exclamó ella–. ¡Y fuiste tú el que me besó la última vez!
–Estabas hablando de que un beso podía ser agradable. Pero el beso que me plantaste en el callejón no tenía nada de agradable. Fue duro, sexy y sucio, de la mejor de las maneras, claro. Necesitabas que te lo recordara.
Ella se tapó la cara.
–Oh, Dios mío.
–Dios no tiene nada que ver –dijo él, con petulancia–. Kylie, que me besaras así fue de lo más excitante, y…
Ella se apartó las manos de la cara y lo miró.
–¿Y?
–Y no me gustó que no lo recordaras de la misma forma que yo.
Pero ella sí que lo recordaba exactamente igual que él. Tenía el recuerdo grabado en el cerebro, tanto como las Polaroids que había recibido. Primero, había estado tomando copas con sus amigas y, en algún momento, se había dado cuenta de que la mayoría de ellas estaban emparejadas y enamoradas. Entonces, se había sentido muy sola. Y, como necesitaba tomar aire fresco, había salido al patio.
Joe estaba allí, tan oscuro y atractivo como siempre. Ella había echado unas monedas en la fuente, como si fuera una turista, y él se había reído a su lado, y había hecho que se sintiera menos solitaria.
Y, entonces, ella había cometido una locura. Lo había tomado de la mano y se lo había llevado al callejón. Y el resto era historia.
–No voy a volver a besarte –le dijo.
–De acuerdo. ¿Qué te parece si te beso yo?
Era exasperante. Y demasiado sexy, también. Las puertas del ascensor se abrieron y ella salió rápidamente. Joe la siguió con una gran sonrisa, el muy idiota. Después, llamó a la puerta de uno de los apartamentos.
–Se me ha olvidado preguntártelo –susurró Kylie–. ¿Qué aprendiz es?
Joe no tuvo tiempo de responder, porque la puerta se abrió y apareció un hombre muy mayor. Debía de tener unos noventa años, y estaba encorvado sobre un bastón.
–Señor Gonzales –dijo Joe, respetuosamente.
–¿Eh? –preguntó el señor Gonzales–. ¡Habla más alto, chaval!
Kylie lo reconoció. Había trabajado en el taller de su abuelo porque quería convertirse en ebanista después de trabajar casi toda la vida de carpintero. Ella lo saludó.
–Hola, señor Gonzales. ¿Se acuerda de mí? Fue usted el primer aprendiz de mi abuelo. Yo era muy pequeña, creo que debía de tener unos cinco años.
–Me acuerdo de ti –dijo él, mirándola a través de las gafas–. Siempre tenías la nariz llena de mocos y eras una delgaducha que montaba en bicicleta por todo el taller y me tirabas el trabajo al suelo.
Y él era un cascarrabias ya entonces, pero ella no dijo nada.
–No había vuelto a verte desde que murió tu abuelo –dijo él, en un tono más suave–. Fue horrible lo que pasó. Lo que os pasó a los dos.
Ella notó que Joe la miraba, pero mantuvo la cara girada, porque tenía el corazón encogido.
–Nos preguntábamos si sigue haciendo trabajos de ebanistería –dijo Joe.
El señor Gonzales se echó a reír con tantas ganas, que se habría caído al suelo si Joe no lo hubiera sujetado.
–Hace varios años que no salgo de este apartamento. Lo único que hago con la madera es hurgarme los dientes con un palillo. Ni siquiera puedo cagar en condiciones –dijo, y señaló una bolsa que llevaba atada a la cadera.
Joe hizo un gesto de comprensión, y asintió.
–Gracias por atendernos, señor Gonzales.
–Sí, sí. Si volvéis por aquí, traedme un poco de comida de esa grasienta que sirven en el deli de la esquina.
–De acuerdo –dijo Joe.
El señor Gonzales les cerró la puerta en las narices.
–¿A qué se refería con lo de que sentía mucho lo que os ocurrió a los dos? Tú dijiste que no habías salido herida del incendio.
Kylie no quería hablar de aquello con él. Nunca. Solo con pensar en aquel espantoso incendio de la nave donde su abuelo tenía el taller, tenía pesadillas, aunque hubieran pasado tantos años.
–No, no me ocurrió nada –dijo, y empezó a caminar–. Seguro que se refería a que sentía mucho la muerte de mi abuelo, mi pérdida. Ya te dije que era mayor, y que no era necesario investigarlo.
Joe no se disculpó.
–A mí no me gusta dejar cabos sueltos.
–Y, claramente, ya habías investigado sobre él. Sabías que tiene doscientos años, y por eso me has dejado que viniera.
–Para ser justos, nunca he dicho que pudieras