E-Pack HQN Jill Shalvis 1. Jill Shalvis
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу E-Pack HQN Jill Shalvis 1 - Jill Shalvis страница 22
Aunque la verdad era que no le preocupaba su vida, sino su corazón, un órgano que había creído muerto hasta aquel momento. Kylie era una mezcla de dulzura, encanto y atractivo sexual, y lo desarmaba con cada una de sus sonrisas o sus miradas fulminantes. De hecho, a él le gustaba que le lanzara miradas asesinas, lo cual significaba que estaba perdiendo por completo el control. Y él nunca había perdido el control.
Nunca.
Así pues, estaba metido en un buen lío, y lo cierto era que, aunque lo sabía, no quería alejarse de ella, porque se divertía mucho. ¿No era enrevesado?
–Voy a intentar echar un vistazo dentro –dijo él–. Hazme caso. Conozco esta zona, y no es muy buena, así que deberías…
–Si vuelves a decirme que me quede en el coche, te echo a Vinnie.
Joe miró a Vinnie, que estaba dormido en su regazo, roncando y resoplando plácidamente.
–Sí, tienes razón. Esa rata de dos kilos y medio es terrorífica.
–Te diré que pesa cinco kilos y medio. Pero, bueno, sí, ya buscaré otra forma de vengarme.
–Está bien –murmuró él, y disfrutó al ver que Kylie se ruborizaba. Aquel color brillante de sus mejillas lo distrajo del miedo que sentía. Estaban en el escenario de su pasado, en su antiguo barrio, y era tan duro y tan feo como él lo recordaba. Era el peor sitio de San Francisco, sucio y peligroso, y él hubiera preferido que Kylie se mantuviera alejada de allí.
–Nunca había estado aquí –dijo ella, en voz baja, como si hubiera notado su cambio de humor–. ¿Y tú?
–Yo, sí. Me crie aquí.
Al instante, Joe percibió su preocupación, pero no quería ni necesitaba que ella se preocupara. Así pues, se concentró en aquella noche y en los problemas que podían aguardarlos. El astillero desmantelado que había al final de la calle estaba silencioso. Demasiado silencioso.
La ciudad había hecho esfuerzos por rehabilitar aquella zona y, en algunas zonas, lo habían conseguido. Sin embargo, en otras, no, y la tasa de criminalidad y el tráfico de drogas eran muy elevados.
–No es precisamente un lugar con encanto –dijo Kylie.
No, no lo era. Estaban aparcados enfrente de la nave de los ebanistas. Al norte, delante de ellos, a él lo habían abordado una vez unos amigos suyos que querían entrar en una banda. Para conseguir que les aceptaran, debían robar un coche, pero ninguno de ellos sabía hacer un puente, así que habían intentado que lo hiciera Joe.
Él se había negado y, entonces, ellos le habían robado algo para poder chantajearlo.
A Molly.
Habían tenido secuestrada a su hermana durante tres días, hasta que él había podido rescatarla. Después, se había vengado de ellos y había estado a punto de matarlos. Entonces, un juez le había obligado a decidirse entre la cárcel o el ejército.
Había elegido el ejército y, aunque lo odiaba en aquellos años, con la madurez había llegado a la conclusión de que era lo mejor que podía haberle ocurrido. Había sido la forma de salir de allí. No había sido fácil, por supuesto. Podía decir que le habían metido a palos en el cuerpo la disciplina y la capacidad de control sobre sí mismo.
Y no había duda de que había crecido y madurado. Recordaba perfectamente lo que se sentía allí atrapado, en Hunter’s Point, creyendo que no había escapatoria.
Kylie deslizó su mano en la de él y lo llevó de vuelta al presente que, por suerte, era muy distinto a su pasado. Aunque todavía llevaba armas y era peligroso, así que, después de todo, tal vez no fuese tan distinto.
–¿Tienes algún plan de acción? –le preguntó ella, en voz baja–. ¿Cómo vamos a echar un vistazo en la nave?
Sí, tenía un plan. Siempre lo tenía, desde el día en que había sacado a Molly del zulo en el que la tenían encerrada. Había un plan A, un plan B, un plan C e incluso un plan Z.
En primer lugar, quería vigilar la nave desde allí durante un rato, estudiar su distribución y asegurarse de que estaban solos. No estaba dispuesto a meter a Kylie en algo para lo que no estaba preparado. Ella iba a pensar que estaba siendo excesivamente protector, y tal vez fuese cierto.
Sin embargo, el instinto le había salvado la vida más de una vez y, en aquella ocasión, el instinto le gritaba. Era como si algo amenazara a Kylie, y él no estaba dispuesto a ignorarlo, pensara lo que pensara ella. Aquel asunto había pasado de ser una diversión para él a ser algo mucho más grave.
–Los hermanos cierran el taller a las cinco o las seis todos los días –dijo–. Su nave tiene ventanas. Creo que puedo acercarme, manteniéndome entre las sombras, y echar un buen vistazo sin meterme en un lío.
–¿Cómo? –le preguntó ella.
–Me crie aquí. Conozco la zona como la palma de mi mano.
–Eso es bueno –dijo ella. Claramente, trataba de disimular el horror que sentía al ver todos aquellos edificios ruinosos y las calles sucias que simbolizaban su feo pasado–. Puede que cuando tú eras pequeño esto no fuera tan terrible, ¿no? –le preguntó, esperanzadamente.
Él miró a través del parabrisas, intentando ver el barrio desde su punto de vista.
–Lo han limpiado todo. Entonces era todavía peor.
Kylie le apretó la mano, y él se dio cuenta de que quería consolarlo. Notó que se le hinchaba el pecho de emoción.
–¿Dónde vivías? –le preguntó ella, suavemente.
–Al final de aquella calle –le dijo Joe, señalándola con la barbilla, para no tener que soltarle la mano a Kylie–. Antes, esto era una base de la marina. Entre los antros de las bandas y los grafitis hay casas victorianas antiguas, que antes eran de generales o capitanes.
Ella asintió.
–Me encanta la arquitectura de ese tiempo –dijo–. El trabajo en la madera, las molduras, la atención al detalle. Me habría gustado verlo todo en su momento de esplendor.
Solo ella podría imaginarse la belleza olvidada de un lugar como aquel.
–Deberías estar orgulloso –le dijo–. Saliste de aquí y te convertiste en alguien.
Joe volvió a emocionarse. Aunque sabía que no podía permitirse ese lujo en aquel momento, entrelazó los dedos con los de Kylie, sin poder evitarlo.
Ella sonrió.
–Bueno, entonces, ¿qué hacemos ahora? –le preguntó.
–Vamos a vigilar un rato más para hacernos una idea de cómo son las cosas.
Ella asintió. Sin embargo, comenzó a inquietarse a los diez minutos.
Él la miró.
–Resulta que las vigilancias son aburridas –comentó Kylie.