E-Pack HQN Jill Shalvis 1. Jill Shalvis

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E-Pack HQN Jill Shalvis 1 - Jill Shalvis Pack

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de ganarse la vida. Era mucho más.

      –¿Qué te debe ese hombre?

      –Cinco minutos –respondió él.

      –¿Qué?

      –Has estado cinco minutos intentando contenerte para no hacerme la pregunta. Estoy impresionado.

      Ella puso los ojos en blanco y esperó.

      Él no dijo nada.

      –¿Y bien? –insistió.

      –Fue hace una eternidad –dijo Joe, mientras apuntaba con una linterna al interior de la nave–. ¿Estás viendo lo mismo que yo?

      Había muebles hechos a mano, preciosos, pero no del mismo estilo que los de su abuelo, ni parecidos. No había nada que tuviera similitud con la consola que aparecía en la fotografía que le habían enviado.

      –No creo que sean ellos –susurró.

      –Yo, tampoco –dijo él–. Pero no solo por los muebles. También tienen talleres en Los Ángeles, Nueva York y Londres.

      –Entonces, debe de irles muy bien.

      –Sí –dijo Joe–, y se han creado una buena reputación, de la que están muy orgullosos. Hacen su propio trabajo y utilizan material ecológico. Y donan un porcentaje de lo que ganan.

      –No iban a arriesgar todo eso por jugar conmigo.

      –No, yo tampoco lo creo –convino Joe.

      La llevó a casa y la acompañó a la puerta. Entonces, sucedieron varias cosas. Por segunda vez aquella noche, él la agarró y la puso detrás de sí mismo justo cuando se abría la puerta de su piso. Y, de repente, Joe tenía un arma en la mano, apuntada directamente a la cara del hombre que había abierto la puerta.

      Gib.

      #¿HablasConmigo?

      A Joe no se le ocurría ningún motivo por el que Gib estuviera en casa de Kylie si ella no estaba allí. Así que no bajó la pistola, permitiendo que el arma hiciera la pregunta por él.

      Sin embargo, Kylie tenía otras ideas.

      –Gib –jadeó, y salió de detrás de Joe–. ¿Qué demonios estás haciendo?

      Joe no se movió, y Kylie, al ver que Gib no hablaba, se giró hacia él.

      –¿Y tú? –inquirió, señalando la pistola–. Vamos, baja eso.

      ¿Que qué estaba haciendo él? ¿Lo preguntaba en serio? Había un desgraciado que estaba jugando con ella, con sus emociones, y ¿no entendía por qué había apuntado con un arma al tipo que salía de su apartamento?

      –Me pregunto por qué tu jefe sale de tu casa como si fuera suya –dijo con calma.

      –Oh, Dios mío.

      Kylie se puso entre la pistola y Gib.

      Mierda.

      Inmediatamente, él bajó la pistola, pero no la guardó.

      Kylie puso los ojos en blanco.

      Tal vez, en otra ocasión, él se habría maravillado de su valor o de su estupidez. En su ámbito, era famoso, incluso temido, por su puntería. Y, sin embargo, allí estaba ella, protegiendo al sospechoso, con una mirada llena de furia.

      Él era el que debía estar furioso. En aquel momento, le agradecía mucho al ejército de los Estados Unidos que le hubiera enseñado a mantener el control y a dominar sus emociones.

      Aún no le había explicado a Kylie que había investigado a Gib con los programas de búsqueda de Archer. Sabía cuáles eran los secretos de aquel tipo. Se había casado a los dieciocho años y se había divorciado menos de un año después. Tres años antes, le habían condenado por conducir bajo los efectos del alcohol. Y acababa de gastarse muchísimo dinero en un Lexus nuevo. Y… era exactamente lo que parecía, un buen tipo, aunque un poco egocéntrico, que tenía un estilo propio a la hora de fabricar sus piezas y no copiaba a Michael Masters. Y que gastaba mucho dinero, un dinero que ganaba por sí mismo, no un dinero robado.

      Él no era el ladrón de Kylie.

      ¿Le molestaba a él que Gib cobrara de más por sus trabajos y le pagara tan poco a Kylie? Sí, claro que sí. Y le molestaba que, de repente, hubiera empezado a jugar con los sentimientos de Kylie. Le habría venido muy bien que Gib fuera el malo de la película, pero el instinto le decía que no era él. Sabía que tendría que decírselo a Kylie más tarde o más temprano, pero lo que le convenía era decírselo más tarde.

      Kylie lo miró como si fuera tonto y, después, se giró hacia Gib.

      –¿Qué estás haciendo aquí?

      –Volví al taller y vi que te habías dejado el cheque de la nómina –le dijo Gib, sin apartar la mirada de Joe–. Como sabía que te haría falta, te lo he traído. Te lo he puesto en la mesa de la cocina.

      Kylie asintió.

      –De acuerdo, gracias. Nos vemos mañana.

      Gib no se marchó. Se cruzó de brazos y siguió mirando a Joe a los ojos.

      –Se me ocurrió que a lo mejor podíamos ver la televisión juntos un rato. Alguno de tus programas favoritos. ¿Iron Chef?

      –Qué mono –dijo Joe.

      –Es uno de sus preferidos –respondió Gib.

      Claro. Y él no lo sabía porque no veían la televisión juntos. No hacían nada juntos, porque… Bueno, porque él era un idiota que había permitido que Kylie pensara que no quería nada en serio con ella, que no podía tener una relación seria. Se dio la vuelta para marcharse, pero Kylie lo tomó del brazo.

      –Joe.

      Él se alejó un poco más, de modo que la mano de Kylie cayó.

      –Es tarde –dijo–. Tengo que irme.

      –Joe.

      Él la miró.

      Kylie se acercó a él y le dijo en voz baja:

      –Mira, lo siento. Tiene la llave de mi casa porque, como sabes, a mí se me olvida a menudo dentro…

      –No me debes ninguna explicación, Kylie.

      Ella lo miró fijamente.

      –De acuerdo.

      –Bueno –dijo él.

      Al mirarla a los ojos, se dio cuenta de que estaba enfadada. Y él no necesitaba nada de aquello. Ni siquiera lo entendía. Así que se dio la vuelta y se marchó.

      Oyó

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