E-Pack HQN Jill Shalvis 1. Jill Shalvis

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E-Pack HQN Jill Shalvis 1 - Jill Shalvis Pack

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gracias por la comida con una sonrisa.

      –Bueno –dijo, mientras empujaba las bolsas hacia el centro de la mesa para que todo el mundo pudiera alcanzarlas–. Le prometí a la policía que os diría todo esto. Ahora, cambiemos de tema.

      Por fin. Mientras comían, Archer les informó de los siguientes casos. Él escuchó solo a medias.

      Max le dio a Carl un hueso. El perro observó con melancolía la comida de Max, pero, con un suspiro, tomó el hueso.

      Joe comió todo aquello que pudo alcanzar. En su opinión, lo mejor para bajar la adrenalina era el sexo, pero, como sustitutivo, la comida podía valer. La sala de reuniones se había quedado en silencio, salvo por los sonidos de la comida y algún gruñido. Joe se puso a pensar en una mujer. No en Ciera, la nueva y muy atractiva camarera del pub, que le había pasado su teléfono hacía muy poco tiempo. Ni en Danielle, a la que había conocido en el gimnasio y con la que había pasado tres noches apasionadas antes de que él tuviera que marcharse de la ciudad por una cuestión de trabajo y, al volver, no la hubiera llamado de nuevo.

      No. Estaba pensando en la única mujer que podía volverlo loco sin pretenderlo.

      Kylie.

      Odiaba cómo habían terminado las cosas la noche anterior.

      Y a Gib.

      Kylie y Gib…

      Mierda. Sabía que Kylie y Gib no estaban juntos porque ella se lo había dicho, y él la conocía. Llevaba un año observándola. Ella no había salido demasiadas veces. Necesitaba sentir algo de verdad por un tipo.

      Y, sin embargo, a él lo había besado con toda su alma y su corazón.

      Entonces, ¿por qué lo había dejado pasar? «Porque eres imbécil», se dijo. «Porque sabes que estás aceptando algo de ella que no vas a poder devolverle».

      Sabía que Kylie no le había contado toda la historia de por qué el pingüino de madera era tan importante para ella. Le resultaba frustrante que no confiara en él. Sin embargo, él tampoco confiaba en nadie, y era especialista en mantener a la gente a distancia.

      Pero eso no era cierto con ella. No podía quitársela de la cabeza. Había intentado besarla para librarse de una vez de la atracción, pero el intento había sido un fracaso. Cada vez que la miraba, le parecía la mujer más deseable del mundo. Tal vez, si la besara una última vez, consiguiera olvidarla… Podría apoyarla contra una pared y…

      –Está completamente ido –dijo Lucas con una sonrisa de diversión–. Creo que está soñando. Seguramente, con esa chica tan guapa de O’Riley’s que le metió el número de teléfono en el bolsillo la semana pasada.

      Joe abrió los ojos y vio que Lucas estaba agitando una mano delante de su cara. La apartó de un manotazo.

      –No, no estoy soñando.

      –No sé, tío. Estabas sonriendo, y todo.

      Joe puso los ojos en blanco con resignación.

      Archer enarcó una ceja.

      –¿Quieres contarnos algo?

      No, claro que no. Pero los buitres habían olido la carroña, y estaban volando en círculo sobre él.

      –Puede que sea la chica nueva de la cafetería –dijo Reyes–. Siempre va a recoger su café a la misma hora que él.

      –Seguro que es Kylie –dijo Trev.

      Aunque sabía muy bien que no podía reaccionar, Joe se quedó paralizado.

      Max soltó una risotada.

      –No… Kylie lo odia. Cree que es idiota. Lo sé porque cuando voy a ver a Rory al trabajo, a la tienda de artículos de mascotas, las chicas y ella están hablando. Carl es mi tapadera –dijo, sonriéndole a su perro–. Ellas se lanzan a acariciarlo y a mí no me hacen ni caso.

      –¿Kylie piensa que yo soy idiota? –preguntó Joe, sin poder contenerse. Al ver que Max sonreía, se dio cuenta de que lo habían cazado. Mierda.

      –Si habéis terminado de hablar de vuestra vida amorosa… –dijo Archer.

      –Eso lo dices porque tú ya lo tienes resuelto –le dijo Reyes–. Pero algunos no tenemos ninguna relación, y tenemos que aceptar lo que nos quede.

      –No sé. Puede que sea mejor estar solo –dijo Max–. Yo quiero a Rory, pero, a veces, tener una relación es tener que pedir una ración grande de patatas fritas cuando solo querías una pequeña, pero sabes que tu novia se las va a comer todas aunque haya dicho que no quería ninguna.

      Archer soltó un resoplido, pero se mantuvo en silencio, porque todos sabían que Elle era aún peor que él.

      –Bueno, vamos a volver a trabajar –dijo. El tiempo de descanso había terminado.

      Joe le agradeció la intervención, pero sabía que aquello no había acabado. Las hienas iban a volverlo loco pidiéndole detalles. Podía ignorarlos a todos, pero había algo que no podía ignorar: «¿Kylie piensa que soy un idiota?».

      Aquella noche, Joe fue a casa de su padre. Tomó las dos bolsas de la compra que llevaba en el asiento del copiloto y caminó hasta la modesta casita, que estaba en una calle también modesta, pero tranquila, del Inner Sunset District.

      Joe había comprado aquellas dos casas pareadas hacía cinco años. Como Alan Malone era demasiado orgulloso y terco como para permitir que alguien viviera con él para cuidarlo, recibía únicamente dos visitas semanales de una enfermera que comprobaba su estado de salud. Bueno, cuando su padre le abría la puerta, claro.

      Todo eso significaba que era él quien tenía que vivir en la casa de al lado. Había intentado que su hermana se quedara con la casa sin pagar el alquiler, pero Molly se había negado, y vivía en Outer Sunset, lo suficientemente lejos como para que, según ella, ninguno de los dos tratara de dirigir su vida.

      Se repartían los turnos para vigilar a su padre. Aquella noche le tocaba a él. Las luces estaban encendidas, pero la puerta estaba cerrada con llave. Eso no era ninguna sorpresa. Aquel veterano de guerra siempre tenía las ventanas y las puertas cerradas con llave.

      Joe tenía la llave, pero entrar a aquella casa sin ser invitado no era bueno para la salud. Llamó a la puerta; cuatro golpes fuertes y una pausa y, después, otro golpe. Era un código, porque su padre lo necesitaba.

      No hubo respuesta, así que llamó a su padre por teléfono.

      –Llegas tarde –le dijo una voz malhumorada. Después, colgó.

      –Cabrón –musitó Joe. Intentó enviarle un mensaje de texto.

      Joe: Había mucho atasco.

      Su padre: Qué pena.

      Joe: He traído la comida.

      No hubo más respuesta.

      Joe volvió a llamar.

      –Abre,

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