E-Pack HQN Jill Shalvis 1. Jill Shalvis

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу E-Pack HQN Jill Shalvis 1 - Jill Shalvis страница 21

Автор:
Серия:
Издательство:
E-Pack HQN Jill Shalvis 1 - Jill Shalvis Pack

Скачать книгу

había fingido que pensaba que ella pudiera cuidarse sola. Tenía que haberse dado cuenta. Sin dejar de cabecear, se dirigió hacia las escaleras. No estaba dispuesta a entrar de nuevo en aquel ascensor.

      –¿Tienes miedo de que nos quedemos encerrados de nuevo, o de que no puedas controlarte y vuelvas a abalanzarte sobre mí? –le preguntó Joe.

      Ella lo ignoró. Cosa que, verdaderamente, cada vez le estaba resultando más difícil.

      #ADondeVamosNoNecesitamosCarreteras

      A las seis de la tarde del día siguiente, Joe estaba agotado, porque llevaba catorce horas trabajando. Sin embargo, se reunió con Kylie en el patio, tal y como ella le había pedido en un mensaje.

      Ella llevaba su enorme bolso al hombro, y a Vinnie en brazos. Al verlo, el perro ladró de alegría. Era, más o menos, lo que quería hacer él al ver a Kylie, pero se conformó con acariciarle la cabecita a Vinnie.

      –Eh, pequeñajo. ¿Qué tal?

      –Ha estado muy ocupado –le dijo Kylie–. Se ha comido uno de mis calcetines y, claro, ahora está estreñido.

      Para confirmar la noticia, Vinnie se tiró un pedo muy sonoro.

      –Bien hecho –le dijo Joe, riéndose–. Seguro que ahora te sientes mejor.

      –Lo siento –dijo Kylie, con un mohín, y abanicó el aire con la mano–. No me atrevo a dejarlo solo en casa. ¿Cuál es nuestro plan?

      Joe hizo caso omiso de la palabra «nuestro».

      –Tengo una pista sobre un par de aprendices. Jayden y Jamal Williams.

      –Sí, son hermanos –dijo ella–. Son los que viven fuera del país. Se fueron a Inglaterra hace unos cuantos años.

      –Volvieron y tienen una empresa juntos, aquí, en San Francisco. Voy a ver su nave.

      Ella se quedó sorprendida, pero asintió.

      –Pues vamos.

      Él le puso una mano en el brazo para detenerla.

      –No, yo voy a ir. Vinnie y tú podéis esperar cómodamente en tu casa y…

      –No se me da bien esperar, Joe. Creo que debería habértelo advertido antes.

      Él no se molestó en suspirar. Tampoco intentó detenerla cuando se encaminó hacia el callejón. Allí, se detuvo para hablar con el viejo Eddie, el hombre sin hogar que estaba sentado en una caja de madera, junto al contenedor de basura.

      Era un verdadero hippie, y se parecía al personaje de Doc de Regreso al Futuro. Llevaba una camiseta tie-dye y unos pantalones cortos que, seguramente, tenía desde los años sesenta. Llevaba toda la vida en aquel callejón y, a pesar de todos los intentos que había hecho mucha gente por darle un techo, él se había mantenido firme.

      Decía que estaba hecho para vivir al aire libre.

      Estaba jugando a un juego del teléfono móvil que su nieto, Spence, le había comprado el año anterior, y le había obligado a tener consigo. Alzó la vista y le guiñó un ojo a Kylie.

      –Hola, cariño.

      –¿Cómo estás? ¿No pasas frío? Ha estado haciendo mucho frío por las noches.

      –Bueno, no me vendría mal tener dinero para comprarme un jersey nuevo –dijo Eddie con melancolía.

      Kylie le dio una palmadita en la mano a Eddie y, con una sonrisa dulce, se puso a rebuscar en su bolso. Joe iba a advertirle a aquella preciosa incauta que no le diera el dinero que tanto le costaba ganar, porque sabía que Spence se ocupaba de que Eddie tuviera todo lo que podía necesitar y porque Eddie utilizaba el dinero que les sacaba con su encanto a las mujeres para comprar marihuana y hacer brownies.

      Sin embargo, Kylie les dio una sorpresa a los dos, porque dijo:

      –Te di veinte dólares la semana pasada, pero tú y yo sabemos que te los gastaste en marihuana, así que esta vez tengo algo mejor que el dinero…

      Sacó una sudadera negra con capucha de su bolsa. Tenía un símbolo de la paz en la pechera.

      –Es de tu talla.

      Vaya, así que era muy dulce y preciosa, pero no era una incauta. Joe cabeceó; se había quedado impresionado.

      Eddie se puso la sudadera y se levantó para darle a Kylie un beso en la mejilla.

      –Gracias, guapa. Ven esta semana otra vez. Ya tendré mis paquetitos con muérdago en rebajas, porque la temporada ha terminado.

      Sí, claro, muérdago. Joe sabía perfectamente que en esos saquitos había marihuana.

      Kylie empezó a caminar de nuevo. Cuando llegaron al coche, sacó una peluca del bolso, que parecía no tener fondo, y se la puso. De repente, tenía una melena morena y ondulada.

      –Bueno –dijo–. Ya estoy preparada.

      Joe se quedó mirándola mientras ella se ponía un brillo oscuro en los labios, cosa que, combinada con el efecto de la peluca, lo dejó boquiabierto.

      –Kylie…

      –Preparada –repitió ella.

      Sí, pero la cuestión era ¿preparada para qué? Joe movió la cabeza de lado a lado para tratar de despejarse la mente y, sin decir una palabra más, empezó a conducir. Sabía que su silencio sacaba a Kylie de sus casillas, pero ella también lo sacaba a él de sus casillas, así que estaban a la par. Sobre todo, cuando se puso unas gafas de montura de pasta gruesa para completar el disfraz, y adquirió el aspecto de una pícara bibliotecaria, mientras que de cabeza para abajo seguía siendo la vecina de al lado. Era como un regalo de Navidad para sus ojos, así que se obligó a sí mismo a dejar de mirarla mientras recorrían el camino hacia Hunter’s Point, un barrio que había junto al mar en la parte sureste de San Francisco.

      –Un barrio interesante –comentó ella.

      Él aparcó, y se quedó inmóvil cuando Kylie se inclinó sobre él para mirar a ambos lados de la calle. Asintió sin decir una palabra, porque su pecho le estaba presionando el bíceps y destrozando su concentración mientras trataba de vigilar el entorno.

      Normalmente, hacía varias cosas a la vez sin problemas, pero Kylie había dado al traste con todo. Con aquella peluca tenía un aspecto tan diferente que resultaba asombroso. Diferente y muy sexy. Siempre era sexy, increíblemente atractiva. Pero aquello de verla tan distinta cuando seguía siendo ella misma le estaba afectando mucho.

      –Bueno –dijo ella–, ¿qué es lo próximo que tenemos que hacer?

      Claro. Lo próximo. ¿Aparte de desear ponérsela en el regazo y llevarlos a los dos al orgasmo? Joe carraspeó, y dijo:

      –Jayden y Jamal trabajan aquí, en Hunter’s Point. Quiero echarle un vistazo a sus piezas y ver si encontramos algo que se parezca al trabajo del banco que se supone que tienes que autentificar.

Скачать книгу