Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida. Teresa Southwick

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Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida - Teresa Southwick Omnibus Julia

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no había servido para superarlo. En aquel instante sonó su teléfono móvil y ella lo sacó del bolso.

      —¿Hola?

      —¿Emily? Soy Patty.

      Supo por el tono de la joven que algo no iba bien.

      —¿Qué ocurre?

      —Henry se ha caído y se ha dado un golpe en la cabeza. Está sangrando. No llora… parece como si estuviera ido. Jonas quiere llevarle al hospital, pero yo no creo que…

      —Id al Centro Médico Misericordia, Patty —dijo Emily—. Cal está allí. Él se ocupará de Henry.

      —¿Y si no es así? —había pánico en su tono de voz.

      —Lo hará, porque voy a llamarle ahora mismo. Nos veremos en urgencias —Emily colgó el teléfono y miró a su amiga—. ¿Puedes quedarte con Annie?

      —Por supuesto. Me la llevaré a casa conmigo.

      —Gracias. Iré a buscarla en cuanto pueda. Te debo mucho, pero ahora mismo tengo que irme.

      EMILY aparcó fuera de la entrada de urgencias del Centro Médico Misericordia y entró a toda prisa en la abarrotada sala. Escudriñó los rostros y no vio a Patty ni a Jonas, lo que significaba que todavía no los habían llevado a la sala de observación o que no habían llegado aún. Se detuvo frente al mostrador de información para preguntar cuando Cal atravesó la doble puerta y salió a su encuentro.

      Sin decir una palabra, la agarró del codo y la guió hasta un lugar tranquilo en el pasillo que había doblando la esquina. Se había sentido tan sola y asustada durante los veinte minutos que había tardado en llegar hasta allí que le gustó notar su mano en el brazo. Era cálido y seguro, una sensación que nunca había sido familiar para ella hasta que conoció a Cal.

      —Hola —dijo mirándolo a los ojos—. ¿Han llegado ya Patty y Jonas?

      Cal asintió.

      —Los estaba esperando desde que recibí tu llamada.

      —¿Cómo está Henry? ¿Puedo verlo? —Emily trató de leer su expresión, preguntándose si estaba preocupado o sólo cansado—. Ya sé que técnicamente no soy de la familia, pero Patty quiere que esté aquí.

      —Henry no está aquí.

      —¿Dónde está?

      —Le están haciendo pruebas. Escáner y tomografía —Cal se pasó las manos por el pelo.

      A Emily le dio un vuelco al corazón.

      —¿Se trata de algo más grave que un chichón en la cabeza? Patty dijo que estaba sangrando.

      —Una herida en la cabeza puede sangrar mucho, lo que no significa necesariamente que se trate de un trauma severo. Pero…

      —Odio esa palabra —aseguró Emily con rabia—. ¿Por qué le están hacienda pruebas?

      —Para descartar que haya hemorragia en el cerebro que pueda producir una presión intracraneal. Está letárgico. Puede tratarse de una conmoción. Pero no grave —aseguró al ver que contenía el aliento—. No ha perdido la conciencia. Pero…

      Emily se lo quedó mirando.

      —Otra vez esa palabra.

      —Digamos que no es el mismo crío lleno de energía que me agotó en la barbacoa. Sólo quiero asegurarme.

      —¿Te han contado qué sucedió?

      —Estaba corriendo y se tropezó con un juguete. Se golpeó la cabeza contra la mesa. La que Jonas le estaba haciendo —añadió.

      —Oh, no —Emily sintió un nudo en el estómago.

      —Lo que sí es seguro es que va a necesitar puntos —aseguró Cal.

      —¿Cómo están Patty y Jonas?

      —Están haciendo un esfuerzo de valentía para que Henry no pierda la calma. Pero en sus ojos se lee el miedo, como cualquier padre con un hijo en urgencias.

      Había algo en los ojos de Cal que Emily no había visto nunca antes. Tras salir con él durante un tiempo, había llegado a conocerle bastante bien, pero aquella expresión era nueva.

      —Ahora es distinto para ti, ¿verdad?

      —¿Te importaría ser más concreta?

      Emily inclinó la cabeza hacia un lado y lo observó con atención.

      —Ahora entiendes lo que las madres y los padres sienten cuando sus hijos sufren —observó.

      —¿Doctor Westen?

      Ambos miraron a una joven en bata que estaba al lado de una de las puertas dobles que los separaba de la zona de trauma.

      —¿Qué pasa, Gretchen?

      —El niño de los Blackford ha vuelto de radiología.

      —Gracias. Diles a sus padres que enseguida voy —se giró hacia Emily—. Voy a llamar ahora mismo para ver si pueden darme los resultados antes de treinta minutos. ¿Quieres ver a Patty?

      —Sí.

      Para evitar la zona llena de gente, Cal la guió a través de un laberinto de pasillos que daba a la parte de atrás de la sala de trauma.

      Atravesó zonas de cortinas que protegían la intimidad de los pacientes y luego indicó la tercera habitación a la derecha.

      —Quédate con ellos. Yo volveré en cuanto pueda.

      —De acuerdo.

      Emily observó sus anchos hombros hasta que lo vio doblar la esquina y desaparecer. Sintió la pérdida de su calor y de la seguridad que le proporcionaba. Había pasado tiempo allí, trabajando con pacientes a los que Cal había salvado la vida con anterioridad. Pero aquella noche sentía como si estuviera atravesando un país desconocido porque un niño pequeño que le importaba mucho estaba herido. Gracias a Dios que Cal estaba allí.

      Entró en la habitación en la que la joven madre estaba sentada en la cama abrazando a Henry. Su camiseta sin mangas tenía manchas rojizas que sin duda eran la sangre seca de su bebé. Jonas estaba a su lado con expresión furiosa, lo que significaba que se sentía preocupado e impotente.

      Entonces Patty la vio y una lágrima le resbaló por la mejilla.

      —Emily…

      Emily corrió hacia ellos y le dio a la adolescente un abrazo rápido.

      —Hola, niña. ¿Cómo está?

      —No es su mejor día —aseguró Patty.

      Emily se sentó al lado de la joven madre y acarició con dulzura la regordeta pierna del bebé.

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