Pack Bianca febrero 2021. Varias Autoras
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Al final, todo fue como habían esperado. La primera división de los bienes se había hecho tras el divorcio de sus padres y la segunda después de su diagnóstico de un cáncer terminal.
La residencia de Luctano sería para Dante, la casa de Suiza para Stefano y la de París para Ariana. Había otra propiedad más pequeña en Luctano que sería para Luigi y su exesposa recibiría las joyas y las obras de arte.
Mia Romano, su esposa recibiría dos apartamentos en Londres, cierta cantidad de dinero y las joyas que le había regalado durante su matrimonio, con el acuerdo de que no reclamaría nada más. Tenía un periodo de gracia de tres meses para abandonar la residencia de Luctano.
Dante había esperado que recibiese algo más, pero imaginó que le habría sacado dinero a su padre durante esos dos años porque no hubo ninguna reacción por su parte. Seguía escuchando a Roberto con su típica actitud fría e inescrutable.
Seguramente impugnaría el testamento y le daba igual. Dejaría que se gastase el dinero de la herencia en abogados.
–Rafael esperaba que su viuda siguiera representándolo en el baile anual de la fundación Romano –estaba diciendo Roberto.
Dante miró a su madre, que tenía los labios fruncidos. Recordaba sus lágrimas cuando supo que no volvería a ser la anfitriona del suntuoso baile. Siempre había sido su noche favorita y su padre solía decir: «Angela no es sola la bella del baile sino la bella de Roma».
Pero la anfitriona sería Mia, su viuda, hasta que volviese a casarse. Ella no reaccionó… o tal vez sí porque le pareció ver que se ruborizaba.
No podía dejar de mirarla.
Esos labios carnosos, esos ojos sin lágrimas. Le gustaría tomar su mano, dejar todo aquello atrás, llevarla a su habitación y perderse en ella.
Pero, por supuesto, no iba a hacerlo.
–Rafael encarga la dirección de la fundación Romano a sus hijos… –Roberto soltó el documento para tomar un sorbo de agua–. Y se hará una donación de un millón de euros a su proyecto benéfico favorito.
Dante tuvo que disimular una sonrisa al pensar que unos caballos de carreras jubilados iban a recibir más que Mia.
Sí, había humor negro hasta en los días más oscuros.
Cuando Roberto terminó de leer el testamento, Stefano y Eloa se fueron con Luigi y su mujer y, poco después, Dante acompañó a su madre y a Ariana al coche.
–Iré a casa de Luigi dentro de un rato. Antes tengo que hablar con Roberto.
–No vayas por mí –dijo su madre–. Ariana, dile a Gian que espere un momento.
–¿Gian?
–Ariana y yo queremos volver a Roma y le he pedido a Gian que nos lleve. Quiero irme lo antes posible. Es demasiado doloroso estar aquí.
Dante se acercó a su hermana para darle un beso.
–¿Estás bien? ¿Vas a dormir en casa de mamá?
–No, creo que mamá quiere estar sola. Me iré a mi apartamento.
–Quédate aquí –sugirió Dante. Pero Ariana torció el gesto–. No quería decir en la casa sino con tío Luigi o en el hotel.
–No, quiero volver a Roma lo antes posible.
Dante decidió que prefería a Ariana peleona y discutidora porque le preocupaba verla tan triste.
–Cuida de ella, mamá.
–Sí, claro.
–En cuanto Mia se vaya de aquí y todo esté solucionado, pondré la casa a tu nombre. Imagino que papá me la dejó a mí por si Mia impugnaba el testamento…
–No quiero la casa –lo interrumpió su madre.
Eso lo sorprendió. Su madre había llorado muchas veces por la casa de Luctano, diciendo cuánto le gustaría volver allí.
–Pero siempre has dicho…
–Dante, este ya no es mi sitio. Es precioso, pero no quiero los dolores de cabeza de una propiedad tan grande. Además, mi amor por esta casa murió hace tiempo. Prefiero mi apartamento en Roma.
–¿De verdad te gustó alguna vez?
Vio que su madre parecía sorprendida por la pregunta y lamentó de inmediato haberla hecho, pero la muerte de su padre había creado tantas dudas. Aunque, evidentemente, su madre no tenía intención de aclarar nada.
Roberto ya se había ido y Dante suspiró, intentando sentirse aliviado porque todo había ido bien. Ningún drama, ninguna escena, ninguna pelea. Y su padre había sido enterrado donde quería.
Entonces, ¿dónde estaba el alivio?
La muerte de su padre había provocado muchas preguntas. ¿Su madre no quería la casa después de haber llorado tanto por ella?
Recordaba las peleas de sus padres cuando era niño, recordaba que su madre iba a visitarlo al internado de Roma a menudo. Siempre sola.
El signor Thomas, pensó entonces. Ese era el hombre al que había visto paseando por la calle con su madre.
Su tutor del colegio.
Dante siempre había tenido la impresión de que le mentían y nunca más que en ese momento.
Capítulo 5
MIA ESTABA haciendo las maletas y, después de guardar la alianza y el anillo de compromiso en el bolso, por fin miró la suite por última vez. La echaría de menos, pensó.
Cuando los coches se alejaron por el camino de gravilla, llamó para que subieran a buscar sus maletas, pero no hubo respuesta, de modo que bajó a la cocina… y volvió a encontrarse con Dante.
–¿Dónde está Sylvia? –le preguntó.
–Les he dicho que se tomasen libre el resto del día –respondió él–. Ha sido un día muy triste para ellos también, pero no te preocupes, yo me voy al hotel, así que tendrás la casa para ti sola.
–No tienes que irte al hotel, puedes quedarte aquí.
Él esbozó una sonrisa sarcástica.
–Tienes tres meses, Mia. Tiempo suficiente para afilar tus garras…
–No sé de qué estás hablando –lo interrumpió ella–. No voy a impugnar el testamento y no tengo intención de quedarme aquí. La casa es toda tuya.
Dante torció el gesto. Había esperado que se quedase hasta el último momento.
–¿Preparándote para el próximo?
–¿El próximo qué?
–El próximo