Pack Bianca febrero 2021. Varias Autoras

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su pelo mientras él separaba sus muslos con las manos, sin dejar de acariciarla con la lengua. Mia no sabía lo que estaba haciendo, pero sus caderas se movían hacia delante como por voluntad propia. Nunca hubiera podido imaginar que el roce de una lengua ahí pudiese hacerle sentir un deseo tan desesperado.

      –Por favor, Dante… –le suplicó, pero no sabía qué estaba pidiendo. Había perdido el control y no sabía qué hacer. Que Dante la tocase de ese modo donde ella nunca se había atrevido a hacerlo era tan extraño, tan abrumador–. Nunca me he acostado con nadie.

      Sorprendido, Dante levantó la cabeza. ¿Estaba jugando con él?, se preguntó. Pero cuando la miró a los ojos vio que parecía frenética, insegura. Sabía que lo deseaba por la presión de sus muslos y de sus manos, pero Mia parecía aturdida.

      –¿Eres virgen?

      Una palabra que despertaba tantas preguntas.

      O, más bien, debería despertar tantas preguntas, pero lo que despertó en él fue un deseo de tal magnitud que le daba igual que aquello fuese algo prohibido.

      –Ven aquí –murmuró, tirando de ella. Luego tomó su cara entre las manos y la miró a los ojos–. ¿Quieres esto?

      –Sí.

      Y entonces, por primera vez, Mia recibió el calor de su sonrisa. Una sonrisa tan sincera, tan íntima, que se llevó el dolor de aquel día. Una sonrisa tan hermosa que se la devolvió, aunque estaba temblando.

      –No pasa nada, tranquila –dijo él, besando su mejilla antes de sentarla sobre sus muslos.

      –Dante…

      Se besaron, besos lentos y húmedos, mientras ella apretaba sus pechos contra el torso masculino y él se bebía su boca, rozándola con su miembro hasta que no pudo más y la tumbó sobre la alfombra. Había perdido la cabeza y le daba igual. Solo quería dejar atrás el dolor y la tensión del día mientras sus cuerpos se encontraban.

      Se colocó sobre ella e intentó penetrarla, pero se encontró con una inesperada resistencia. Empujó de nuevo y la oyó gemir cuando atravesó su virginal espacio.

      Mia lo embrujaba, lo cautivaba y también lo enternecía. La besó mientras se hundía en ella de nuevo, acariciando tiernamente su espalda.

      –No te muevas –murmuró, porque sabía que tenía que acostumbrarse a la sensación de tenerlo dentro.

      La besó tiernamente, jadeando, esperando que ella le diese una señal para seguir.

      –Dante… –musitó Mia, levantando las caderas.

      Aunque parecía increíble, él sabía que todo aquello era nuevo para ella, de modo que se apartó un poco para mirarla. Parecía tensa y dos lágrimas rodaban por sus mejillas.

      –¿Te he hecho daño?

      –No, no, estoy bien. No pares.

      Dante rozó su mejilla con los labios, saboreando la sal de sus lágrimas, y luego buscó su boca mientras volvía a empujar, tragándose sus sollozos.

      Y entonces se convirtieron en uno.

      Mia levantó la cabeza para verlo mientras se enterraba en ella. La sacudía con cada embestida, provocando sensaciones salvajes. Estaba tensa de la cabeza a los pies, pero Dante no se detuvo y ella no tenía el menor deseo de escapar.

      El incesante traqueteo la excitaba y se arqueaba hacia él para acariciarlo. Sin embargo, él le dijo que tenía que darle más. Y luego la llamó por su nombre.

       –Mia… –murmuró–. Mia, Mia… Mia.

      Las últimas embestidas, rápidas y frenéticas, la llevaron al precipicio y, sin embargo, él quería más, exigía que lo dejase ir más allá y siguió empujando hasta que Mia volvió a experimentar un orgasmo que la hizo gritar.

      No podía respirar, tan intenso era el placer, pero Dante no dejaba de moverse mientras ella era incapaz de llevar oxígeno a sus pulmones. Por fin, dejando escapar un rugido, Dante se dejó ir y la explosión provocó una nueva oleada de placer.

      Estaba atónita por lo que había hecho, pero también envuelta en una sensación de pura felicidad. No sabía cómo había podido vivir durante tantos años sin conocer ese gozo.

      O cómo iba a vivir sin volver a disfrutarlo.

      Dante se echó hacia atrás, cubriéndose los ojos con un antebrazo mientras pensaba en el fracaso de su autocontrol en aquel día tan solemne.

      Durante unos minutos, había olvidado que su padre estaba muerto. El invierno que se había instalado en su alma había desaparecido, pero volvía de nuevo y peor que antes porque recordó entonces que no había tomado precauciones.

      –¿Por qué te casaste con él?

      Era virgen y eso lo había vuelto loco de deseo, pero ahora lo entristecía porque demostraba que no había habido una apasionada historia de amor entre Mia y su padre. Todo había sido una mentira y no podía entenderlo.

      –¿Era solo por el dinero? –le preguntó.

      Mia dejó escapar un suspiro. La chimenea estaba casi apagada y tenía frío. Le gustaría tumbarse sobre Dante para recibir su calor, le gustaría volver a besarlo, pero sabía que si lo hacía le revelaría la verdad y no podía hacerlo.

      Era una verdad que había jurado no revelar, un secreto por el que había recibido una recompensa.

      –No tengo por qué responder a esa pregunta.

      –No, es verdad –asintió él. Pero le gustaría que lo hiciese. Dante apartó el antebrazo de su cara, pero seguía sin poder mirarla a los ojos–. ¿Ha merecido la pena?

      –¿Qué parte? –le preguntó Mia mientras miraba al techo, sabiendo que preguntaba por lo que acababa de pasar y también por la mentira que había vivido durante esos dos años.

      –No te entiendo.

      –¿Los insultos de la prensa, que me llamasen buscavidas y cosas peores por casarme con tu padre? ¿Ser despreciada por tu familia o acostarme contigo?

      –Todo eso –respondió Dante–. ¿Ha merecido la pena?

      Podría decir que sí y al infierno con el resto del mundo, pero Mia había sido criticada tantas veces por su matrimonio con Rafael que no pensaba arriesgarse. Nadie debía saber que había tenido una sórdida aventura con su hijo… el día de su funeral.

      –No –respondió por fin–. Si con eso pudiera evitar lo que ha pasado, devolvería el dinero con intereses.

      Era el más horrible final para algo que había sido maravilloso, pero no se atrevían a mirarse.

      Por fin, Mia se levantó y se dirigió hacia la escalera. No se molestó en tomar su ropa del suelo porque no pensaba volver a ponérsela.

      Se duchó a toda prisa y, después de vestirse, bajó al recibidor con las maletas. Había llamado a un taxi, pero cuando iba a salir de la casa Dante apareció en el pasillo abrochándose la camisa.

      –Yo

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