Pack Bianca febrero 2021. Varias Autoras
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–Tu padre no era ningún tonto –replicó Mia–. Y tampoco era viejo. No tenía sesenta años cuando nos conocimos.
–Demasiado viejo para ti –insistió él, aunque el rencor que sentía no era por la diferencia de edad sino porque su padre la había elegido a ella.
A Mia. Una mujer que despertaba en él un deseo tan poderoso que los últimos dos años habían sido un infierno.
Mia dejó escapar un suspiro. Daba igual lo que Dante dijese. Todo había terminado. En cuanto se fuera de allí sería libre de los Romano para siempre. Nunca más tendría que volver a verlos, nunca más tendría que soportar las pullas de Dante.
Pero, aunque debería subir a buscar sus maletas, Mia decidió que diría la última palabra porque no podía aguantar más.
Verla acercarse con expresión airada, ver por fin una emoción en su inexpresivo rostro, era la nueva versión del infierno para Dante.
–Me crees una fulana, me juzgas, pero eres un hipócrita. Tú pagas por acostarte con mujeres.
–Yo no he pagado por acostarme con una mujer en toda mi vida.
–Por favor. ¿Crees que estarían contigo si no fueras rico? ¿Saldrían contigo si no les regalases diamantes, si no las llevases a lujosos hoteles? –le espetó ella.
Mia había sentido unos absurdos celos cada vez que aparecía en alguna revista con su última novia, pero había algo más recorriendo sus venas mientras se miraban a los ojos.
–Claro que saldrían conmigo –afirmó Dante.
–Te quieren por tu dinero, por tus regalos. No creo que te quieran por tu amabilidad o tu ternura…
–Yo puedo ser tierno cuando quiero –la interrumpió él–. O menos que tierno cuando ellas lo prefieren.
Mia tragó saliva cuando Dante tomó su mano y la examinó durante unos segundos.
–Estabas deseando quitarte la alianza, ¿no? –murmuró, llevándosela a los labios.
Era la segunda vez que se tocaban desde que se conocieron y el ligerísimo roce de sus labios provocó un terremoto. Era como si todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo estuvieran expuestas.
–Verás, mi querida madrastra, yo puedo ser tierno…
–¡Deja de llamarme así!
Cuando Dante se llevó uno de sus dedos a los labios para chuparlo, Mia tuvo que hacer un esfuerzo para no cerrar los ojos.
–¿Qué pasa? –le preguntó entonces, besando la palma de su mano con dolorosa ternura–. ¿Te avergüenza sentirte excitada?
–Yo no te deseo –replicó ella, intentando apartarse.
–Anoche, en la cocina…
–No te deseo –lo interrumpió Mia–. No sé de qué estás hablando.
–Entonces márchate. Deja de jugar con fuego.
Debería irse, pensó ella. Debería darse la vuelta y salir corriendo porque nunca había experimentado un deseo tan brutal. Era algo incontrolable que no le permitía pensar con claridad. Estaba jugando con fuego y Mia descubrió que le gustaba.
Dante acarició su mejilla y colocó un mechón de pelo detrás de su oreja, pero no hizo nada para atraerla hacia él.
–¿Qué es lo que quieres, Mia?
–Que todo esto termine de una vez –respondió ella.
–¿Y en cuanto a mí?
–No volver a verte nunca.
–Sin embargo, aquí estás.
–Sí.
Dante la besó entonces, un beso lento y profundo. Separó sus labios con la punta de la lengua y ella se lo permitió. Daba igual que no tuviese experiencia porque no era necesaria cuando Dante reclamaba su boca de ese modo tan fiero.
El roce de una lengua siempre le había repugnado. Ahora, sin embargo, lo único que la repelía era su propio deseo porque quería más, aunque luchaba para apartarse.
Pero fue Dante quien se apartó y Mia se quedó inmóvil, pasándose la lengua por los labios para saborearlo de nuevo.
–No quieres volver a verme y, sin embargo, aquí sigues.
Mia tragó saliva cuando él inclinó la cabeza para besarla en el cuello.
«Ay, Dios», pensó mientras la besaba.
–Dante…
Estaba aplastada contra su torso y, al sentir el rígido miembro rozando su estómago, se excitó como nunca. No podía apartarse.
–Vete –dijo él, mientras desabrochaba los botones de perlas del vestido, dejando al descubierto el sujetador negro–. Vete antes de que hagamos algo que lamentaremos después.
–No quiero irme.
Tan descarnada, tan sincera, fue esa admisión que sus ojos se llenaron de lágrimas.
–No podemos ir a ningún sitio –dijo Dante.
–Lo sé –murmuró ella.
Aquello era absurdo, peligroso, pero Dante había inclinado la cabeza para rozar sus pechos con los labios y Mia dejó escapar un suspiro de gozo. La saboreó a placer, rozándola con la lengua y los dientes de un modo sublime y cuando levantó la cabeza lo deseaba más que nunca.
El deseo era superior a la timidez y fue Mia quien le quitó la camisa con manos temblorosas para admirar el cuerpo que había ansiado ver durante tanto tiempo. Los oscuros pezones, el vello que cubría su torso y bajaba hasta su estómago plano…
Cuando Dante desabrochó su cinturón, Mia tuvo que apretar las piernas. Y cuando estuvo completamente desnudo, cuando lo vio erecto, se le hizo un nudo en la garganta.
Su mano temblaba mientras la pasaba por la línea de vello oscuro desde el pecho hasta el estómago y luego más abajo, hasta los eróticos rizos negros que rodeaban su erguido miembro.
–Tócame –dijo él con voz ronca.
La fascinación de Mia superó a la timidez. Primero, lo tocó delicada, tímidamente, pero al sentir el acero bajo la aterciopelada piel cerró la mano y se quedó sorprendida cuando él dejó escapar un gemido ronco.
–Mia…
Parecía a punto de explotar mientras ponía una mano sobre la suya y la movía arriba y abajo. Sentirlo crecer bajo su mano hacía que Mia no pudiese tragar, tensa de excitación.
–Necesito verte –dijo él mientras la desnudaba–. Necesito conocer tu olor y tu sabor…
Mia