Pack Bianca febrero 2021. Varias Autoras

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–Dante tomó su mano y la miró a los ojos–. No hemos usado protección.

      –No, es verdad –asintió Mia.

      Se sentía un poco enferma al pensarlo porque ella era una persona tan meticulosa y organizada que aún no podía creer que hubiese perdido el control de ese modo.

      –Deberías ir a la farmacia. Sé que hay unas pastillas del día siguiente…

      –Sí, he oído hablar de ellas.

      Dante, por supuesto, estaba más acostumbrado que ella a esos asuntos. De hecho, debía ser un experto.

      –¿Tú te encargarás de todo? –le preguntó.

      –Sí, claro –respondió Mia.

      –Porque no querrás estar embarazada, ¿no?

      –Por supuesto que no.

      –Sería un escándalo como ningún otro y, aparte de eso, yo no quiero tener hijos.

      –Lo sé, Dante –dijo ella, intentando sonreír–. Ninguna responsabilidad.

      –Pero no he tomado las debidas precauciones.

      Mia miró al reprobó playboy. No, no quería tener un hijo con él, de ningún modo.

      –Entonces lo haré yo.

      Dante la ayudó a meter las maletas en el coche, pero no hubo beso de despedida y, antes de que la puerta del coche se cerrase, ya había entrado en la casa.

      No, no podía haber un final feliz para ellos.

      Lo que habían hecho era un terrible error y los dos lo sabían.

      FUE DANTE quien alertó a Mia de que podrían tener un problema.

      Después de un turbulento vuelo a Londres, Mia había ido al apartamento que era parte de su herencia y, sin quitarse el abrigo, se tumbó en la cama, agotada.

      Estaba atónita por lo que había pasado y consternada por su falta de remordimientos porque, a pesar de sus valientes palabras cuando le preguntó si había merecido la pena, sabía que si tuviese oportunidad volvería a hacerlo.

      Por la mañana, se duchó y se vistió, jurando borrar el indecente encuentro de su mente y rehacer su vida, antes de ir a visitar a su hermano.

      Michael había conocido a Gemma, una fisioterapeuta, cuando volvieron a Inglaterra después del accidente y durante horas de rehabilitación se habían hecho amigos. Mia había notado el aumento de referencias a Gemma durante sus conversaciones con Michael y luego, por fin, un día apareció en la pantalla del móvil.

      Poco después, su hermano le había dicho que estaban enamorados. La joven pareja lo tenía todo en contra, pero Gemma estaba motivada y Michael había empezado a tener una actitud más positiva.

      Su hermano la había apoyado cuando se casó con Rafael, sin saber que lo hacía por él, para ayudarlo, pero unos meses más tarde se percató de la realidad.

      –No deberías haberlo hecho, Mia.

      Ella apretó los dientes para no decir que no habría tenido que hacerlo si él se hubiera molestado en hacerse un seguro antes de viajar a Estados Unidos. El pobre Michael había pagado un precio muy alto por esa irresponsabilidad.

      Angela Romano se había portado como un rottweiler mientras redactaban el acuerdo, recordando a Rafael una y otra vez que todo lo que le daba a Mia salía de la herencia de sus hijos, pero por fin su hermano y ella tenían un apartamento, el de Michael adaptado para la silla de ruedas, y todas las deudas estaban pagadas. Por fin podían rehacer sus vidas, de modo que Mia decidió buscar trabajo.

      ¿Había merecido la pena?

      En la seguridad de su casa, a solas, podía responder a la pregunta de Dante con más sinceridad.

      Sí, había merecido la pena. Estaba harta de los Romano, de los paparazis, de los insultos. En Londres nadie la reconocía y su hermano, después del trauma, por fin estaba abrazando de nuevo la vida.

      Y, sin embargo, ¿había merecido la pena de verdad?

      Mia no estaba segura.

      Cuando llegó la invitación para el baile benéfico de los Romano, miró el sobre durante largo rato sin saber qué hacer.

      Soñaba con volver a ver a Dante, aunque temía que alguien descubriese su ilícito encuentro la noche del funeral de Rafael.

      Ese encuentro lo había cambiado todo. Ese momento de felicidad había provocado un irresistible deseo de repetir la experiencia, pero guardó la invitación en un cajón, intentando no pensar en un hombre que podía excitarla con una simple mirada.

      Estaba saliendo de una entrevista de trabajo cuando empezó a sonar su móvil.

      –Mia.

      Era la voz de Dante y Mia se detuvo de golpe, provocando un atasco en la acera.

      –Hola –respondió, intentando no traicionar la alegría que sentía al escuchar su voz–. ¿Cómo estás?

      –Bien, estoy bien. Llamaba para saber cómo estás tú.

      –¿Yo? Estoy bien. ¿Por qué?

      –Solo quería saber que no había habido consecuencias de nuestro encuentro –respondió él, tan brusco y directo como de costumbre.

      –Claro que no –respondió ella. Después de todo, había tomado las pastillas–. Todo está bien.

      –Ah, estupendo. Solo quería asegurarme.

      Pero Mia no estaba tan segura y cuando Dante cortó la comunicación, provocó otro atasco en la acera mientras intentaba hacer cuentas. El farmacéutico le había dicho que las pastillas podrían retrasar el periodo una semana.

      Pero llevaba más de una semana de retraso.

      Maldito fuese por estresarla de ese modo, pensó mientras entraba en una farmacia para comprar una prueba de embarazo.

      El indicador le dijo que estaba embarazada. La segunda prueba dio el mismo resultado y el médico se lo confirmó. Estaba embarazada y saldría de cuentas a principios de octubre.

      –Pero tomé la pastilla del día siguiente…

      Había vomitado en el avión. Era algo habitual. Ni siquiera podía hacer viajes largos en coche y su estómago daba un vuelco solo con ver un helicóptero. Normalmente, tomaba unas pastillas para el mareo cuando tenía que viajar, pero ese día estaba demasiado agitada y lo había olvidado.

      Había salido huyendo de Italia y solo quería volver a Londres lo antes posible después de lo que había ocurrido con Dante. Evitar el embarazo solo había sido un pensamiento entre muchos.

      Y ahora estaba embarazada.

      ¿Había

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