Rendición ardiente. CHARLOTTE LAMB

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Rendición ardiente - CHARLOTTE  LAMB Bianca

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por favor, tengo que verte. Seguro que podemos hablar y aclarar las cosas.

      Zoe adelantó la grabación. No quería oír nada más.

      Había sido divertido salir con Larry durante una semana. Pero eso había sido todo. Era un buen tipo. Pero, en cuanto él había empezado a tomárselo en serio, ella había decidido que era mejor que dejaran de verse. Zoe no quería hacer daño a nadie, pero tampoco estaba dispuesta a seguir con alguien a quien no amaba.

      Sin embargo, Larry no parecía dispuesto a dejar las cosas así. Desde que le había dicho que no quería volver a verlo, no hacía sino llamar varias veces al día y le escribía, continuamente, ese tipo de cartas abrasadoras, pero que te hacen sentir vergüenza si tú no compartes lo mismo.

      Zoe empezaba a estar preocupada.

      Ella no era la primera mujer de su vida. Ya había tenido otras novias. Él mismo había insistido en contarle todo sobre ellas, a pesar de que Zoe no tenía ningún interés en oír las historias.

      Al principio, le había gustado Larry porque parecía un tipo divertido. Pero según había ido descubriendo la obsesión que tenía con sus relaciones pasadas, Zoe se había ido distanciando.

      Zoe nunca le hablaba a un hombre de otros hombres. Odiaba que el pasado estuviera presente. Desconectaba los recuerdos como apagaba el televisor. La vida era el presente, el hoy. El futuro no era más que una incógnita y el pasado algo que se había quedado atrás, sin más. ¿Por qué perder el tiempo pensando en lo que se había ido y ya no volvería jamás?

      Al decirlo todo aquello a Larry, él se había limitado a soltar una sonora carcajada triunfal. Acto seguido, le había asegurado que no tenía porqué estar celosa. Ninguna de sus novias habían significado tanto para él. Ella era todo lo que había estado buscando durante toda su vida y preferiría morir a perderla.

      Había sido en ese preciso instante que Zoe había tomado la decisión de decir adiós. Las cosas se estaban poniendo demasiado serias para ella. De hecho, nunca habría salido con él de haber pensado que era tan obsesivo. Ese tipo de actitudes le parecían raras y le daba miedo la gente rara.

      Ojalá no lo hubiera conocido nunca.

      Pero, la realidad era que poco podía hacer deseando algo así, pues no había solución. Lo que tenía que encontrar era el modo de que la dejara en paz. Mañana mismo le escribiría una carta fría y distante y, si continuaba molestándola, tendría que recurrir a un abogado. Si ella no podía lograr que la dejara en paz, tendría que ver las armas legales que la protegían.

      La siguiente llamada del contestador era una voz ya muy familiar.

      –Zoe, no estoy en absoluto contento con el presupuesto de la película…

      –¡Vaya, qué novedad! –se dijo Zoe con una sonrisa burlona en los labios, mientras se dirigía a la cocina. El contable de la productora le estaba haciendo una lista de todos los costes de producción. Zoe apagó la sopa y se puso una gruesa capa de mantequilla en las tostadas.

      Philip Cross seguía hablando cuando Zoe se sentó en el sillón con su sopa y sus tostadas.

      –Por favor, busca el modo de reducir costes como sea, Zoe. Las facturas de esta producción son excesivamente altas. Te envío una lista de sugerencias. Por ejemplo, los gastos de transporte son excesivos. Seguro que hay modos de reducir eso. Por favor, llámame en cuanto puedas y me dices lo que piensas.

      El contestador cesó y Zoe le sacó la lengua.

      –¡Maldita rata! Si quieres te digo lo que pienso, pero no te va a gustar nada.

      Se acomodó en el sillón, dispuesta a disfrutar de su sopa y de su pan con mantequilla. No iba a preocuparse por nada en aquel preciso momento. El calor de la chimenea y la comida hacían que su cuerpo estuviera cada vez más cómodo y relajado.

      Terminó de cenar y se quedó unos segundos allí medio tumbada.

      Sin embargo, si no se movía, acabaría por entrarle sueño, se quedaría dormida y, a la mañana siguiente, se levantaría con unas agujetas terribles.

      Se levantó y se estiró.

      Menudo día había tenido, incluido el broche de oro que había puesto aquel hombre barbudo… ¡Oh, no! Se le había olvidado por completo llamar a un taxi. Zoe miró al reloj y se dio cuenta de que ya había pasado media hora desde que había llegado a casa. ¿Tendría sentido llamar a un taxi aún?

      Bueno, le había dado su palabra y tendría que cumplirla. Agarró el teléfono y marcó el número de los taxis que ella siempre utilizaba. Respondió un hombre.

      –Buenas noches, soy Zoe Collins –dijo y le explicó a su interlocutor lo del automovilista–. No sé si seguirá allí, pero, si no es así, yo correré con los gastos.

      –De acuerdo, señorita Collins.

      Zoe apagó las luces del salón y llevó los platos a la cocina. Los metió en el lavaplatos.

      Subió a su habitación y pensó darse una ducha antes de meterse en la cama.

      Había sido un día de intenso trabajo, con muchos problemas.

      Era un trabajo duro, que exigía muchas horas y mucha dedicación. Le dolía todo el cuerpo y se sentía pegajosa de sudor. Necesitaba quitarse todo aquello de encima.

      Se desnudó en su habitación y se metió en el baño.

      Cuando el agua empezó a deslizarse por su cuerpo, ella comenzó a revivir. Se sentía más humana.

      Después, se secó, se puso un pijama verde de algodón y se dispuso meterse en la cama. Pero, en ese instante, recordó que se había dejado el guión abajo.

      Antes de dormir quería comprobar unas notas que había tomado.

      Bajó y agarró el cuaderno. Pero, cuando se disponía a subir las escaleras, oyó algo en el recibidor. El suelo crujía. Se le puso la carne de gallina.

      Rápidamente, buscó un arma. Podría agarrar un cuchillo de la cocina… No, demasiado agresivo… ¡La bandeja de madera! Con eso podría darle a quien fuera un buen golpe y podría salir a pedir ayuda.

      Dejó él guión en la mesa y se fue a buscar la bandeja.

      De puntillas, se dirigió a la entrada y esperó junto a la puerta.

      En el momento en que la puerta se abría y una sombra comenzó a aparecer, ella levantó la bandeja y se lanzó sobre el bulto.

      Pero lo mismo hizo el extraño, agarró la bandeja y se la arrancó de las manos. La lanzó contra el suelo.

      Segundos después, Zoe reconoció al individuo. Era el mismo tipo del cruce.

      –¡No se atreva a acercarse a mí! –Zoe agarró una silla–.

      –¡Si piensa que quiero algo de usted, lo lleva claro! –dijo el individuo con tal desprecio que ella se ruborizó.

      –¿Qué quiere? ¿Cómo ha llegado hasta aquí?

      –Andando. Y estoy más mojado de lo

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