E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias Autoras

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      —No es que piense que debería casarme — dijo, puntualizando—. Espera que me case. Si no lo hago, no me dejará ponerme al frente de la empresa.

      Deanna se sentó lentamente frente al escritorio. Parecía aturdida, y ésa debía de ser la única razón por la que no se estaba alisando la falda alrededor de las rodillas, como siempre solía hacer.

      —¿Estás seguro de que…? —tragó en seco y se humedeció los labios—. Bueno, ¿seguro que no estás exagerando un poco? A lo mejor no le entendiste bien. A lo mejor oíste la palabra matrimonio y saltaste sin pensarlo bien.

      Él soltó una carcajada completamente desprovista de buen humor.

      —Oh, creo que lo entendí todo muy bien. Según él, me falta equilibrio en mi vida —se inclinó hacia delante y apretó los puños sobre la mesa—. Para él estoy demasiado entregado a la empresa.

      Golpeó con violencia el escritorio. Un bolígrafo se cayó al suelo.

      —¿Y qué se supone que tengo que hacer en vez de entregarme a la empresa? Esta empresa lo es todo para mí y él lo sabe muy bien. Pero ahora, mi queridísimo padre ha decidido que no soy la persona adecuada para llevar las riendas si no dejo que me echen el lazo otra vez.

      Deanna abrió los ojos, perpleja.

      —Eh… ¿Otra vez?

      Drew casi podía ver el vapor que despedía su palpitante cabeza.

      —Y va a buscar a cualquier mequetrefe para ponerlo al frente de todo. Ni siquiera tiene que ser de la familia.

      Todas esas tonterías del matrimonio con las que llevaba un año martirizándolo no eran nada en comparación con la amenaza de esa mañana. Su padre le había dicho que estaba dispuesto a poner a otra persona en el puesto de director si no cumplía con sus exigencias. La conversación telefónica que habían mantenido había terminado en una violenta discusión por ese motivo.

      Y Drew estaba que echaba chispas desde entonces.

      —No pienso estar a las órdenes de nadie en mi propia empresa.

      Deanna frunció el ceño.

      —¿Lo dejarías todo en ese caso? —dijo y entonces se sujetó un mechón de pelo detrás de la oreja—. ¿Serías capaz de dejar todo aquello por lo que has trabajado tanto?

      —No tengo buenas candidatas para casarme. Mi padre decidió casarse con Lily y mira lo que ha pasado. Ha perdido el juicio.

      —Yo… Estoy muy sorprendida —murmuró ella después de unos segundos—. No sé qué decir.

      Él se frotó la cara con ambas manos y volvió a apoyarse contra el respaldo de la silla, observándola con ojos agudos. En su mente todavía seguía repasando la discusión que había tenido con su padre esa misma mañana. Aunque su boda con Lily fuera al día siguiente, William había tenido la desfachatez de sacar el tema de su madre, Molly. ¿Cómo se atrevía a usar su recuerdo para criticar su vida disipada y licenciosa? Eso había sido el colmo. Y él le había respondido sin contemplaciones. Si aún añoraba tanto a su madre, ¿por qué iba a casarse de nuevo?

      Drew se pellizcó la nariz y cerró los ojos de nuevo. Aquellas palabras envenenadas todavía retumbaban en su cabeza.

      —Como si un certificado de matrimonio tuviera algo que ver con el éxito profesional —masculló—. Es una locura —miró a Deanna.

      Ella seguía sentada en la silla, tan tensa como una cuerda. Tenías las manos cruzadas sobre su regazo y seguía mirándolo con un gesto serio y preocupado.

      —Yo, eh… Me imagino que para ti lo de casarse significa que no hay trato, ¿no?

      Drew apretó los labios. Él nunca había fracasado a la hora de cerrar un trato. Siempre había tenido la habilidad de unir bien las piezas del puzle cuando todos decían que era imposible.

      De repente una idea empezó a tomar forma en su cabeza.

      —Esto es un trato —murmuró, preguntándose por qué no había sido capaz de verlo antes.

      A lo mejor Deanna tenía razón… Al oír la palabra matrimonio su cerebro había sufrido un cortocircuito.

      —¿Cómo? —le dijo ella, arqueando las cejas.

      —Un trato —Drew se echó hacia delante.

      Por primera vez en todo el día sintió que una sonrisa le tiraba de las comisuras de los labios.

      —Lo único que necesito es un certificado de matrimonio, firmado y sellado.

      Ella esbozó una sonrisa, todavía sin comprender nada. Sus ojos seguían serios y circunspectos.

      —Normalmente tiene que haber un matrimonio de por medio para conseguir esos papeles. Pero tú acabas de decirme que no te interesa esa solución.

      —Y así es. Pero un certificado de matrimonio se consigue con una boda. Y todo lo que necesito para celebrar una boda es tener una novia.

      —Exacto —Deanna levantó las manos.

      —Puedo contratar a una novia.

      —Tienes que estar de broma —ella parpadeó, incrédula.

      —A veces necesitas tener especialistas en la mesa para cerrar un trato. Sólo necesito encontrar a una mujer que esté dispuesta a cumplir con las condiciones.

      —¿Y cuáles son esas condiciones?

      —Firmar los papeles, decir «sí, quiero» y fingir ser mi esposa durante un tiempo, lo bastante para que mi padre se calme un poco, se retire y me nombre su sucesor. Después seguimos cada uno por nuestro lado.

      Deanna soltó el aliento bruscamente y le miró con escepticismo, sacudiendo la cabeza.

      —¿Necesitas que te recuerde que las mujeres con las que sueles salir, antes de que alcancen la fecha de caducidad a los tres meses, esperarían sacar una buena tajada de un acuerdo como ése?

      Eso era algo que ella sabía muy bien, sobre todo porque era la encargada de comprar las joyas que él les daba como regalo de despedida cuando se cansaba de ellas.

      —Necesito a alguien convincente… —dijo él con gesto pensativo.

      De repente tamborileó con los dedos sobre el escritorio, como si acabara de encontrar la solución perfecta.

      —Necesito a alguien como tú.

      Capítulo 2

      COMO ella? Deanna se levantó de la silla de un salto.

      —Bueno, definitivamente te has vuelto loco. Drew seguía sentado en su silla con un gesto impasible. De repente agarró la gorra y volvió a ponérsela. Del revés. La pequeña cicatriz que tenía justo al borde del nacimiento del pelo le daba un aire peligroso y gamberro.

      —Es perfecto —dijo. El hoyuelo de su mejilla

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