E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias Autoras

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      —Piénsalo, Dee. Si nombran a otro director general, alguien de fuera, es muy probable que os eche a todos de aquí, ¿no? Si la cúpula cambia, es muy probable que todo lo demás cambie. Así funcionan las cosas.

      Una ola de pánico se apoderó de Deanna.

      —Acabas de decirme que aunque trajeran a un nuevo director, no cerrarían las oficinas.

      —Cerrarlas es una cosa, pero… Supongo que al nuevo director le gustaría meter a su propia gente de confianza —se encogió de hombros—. Si yo fuera a entrar en un sitio nuevo, me gustaría tener a mi gente conmigo. Para entonces mi padre ya estará retirado de forma oficial. Se quedará en Texas. Y es él el que está empeñado en darle un nuevo aire a la empresa. ¿Crees que no sabe lo que eso supondrá para la gente que ha trabajado para él durante tantos años?

      —No me puedo creer que tu padre no lo haya previsto. Yo lo conozco. ¡Es una persona muy cuidadosa!

      —Es un hombre que acaba de dejar bien claro que está listo para empezar una nueva vida, sin importar las consecuencias para los demás, y eso incluye a su propia familia —dijo Drew con contundencia. Su hoyuelo había desaparecido.

      De repente, Deanna sintió que le temblaban las rodillas. Asió con fuerza el respaldo de la silla donde estaba sentada un momento antes. Necesitaba aquel trabajo. Más que nunca. Y aunque estuviera segura de poder encontrar otro empleo en caso de ser necesario, también sabía que no podría aspirar al salario que tanto le había costado conseguir en Fortune Forecasting. No ganaba lo suficiente como para hacerse rica de la noche a la mañana, pero sacaba lo bastante como para mantenerse a flote… hasta que llegaba el último arrebato derrochador de Gigi…

      —Nadie se creería que tú y yo… Que nosotros…

      —¿Podríamos estar enamorados?

      Deanna casi podía ver el engranaje que acababa de ponerse en marcha dentro de su cabeza… Drew agarró un bolígrafo y empezó a golpear la punta contra la mesa.

      —¿Por qué no? —le preguntó—. Creo que nadie se sorprendería. Toda mi familia sabe que eres la única mujer que ha durado más de doce meses en mi vida.

      —Claro. Porque me pagas bien y ¡normalmente me dejas hacer mi trabajo tranquila! —sacudió la cabeza—. Pero si ni siquiera soy tu tipo.

      Él esbozó una sonrisa burlona. El hoyuelo había vuelto.

      —¿Y qué tipo es ése?

      —Un metro ochenta, rubia, pechugona.

      —A mí me ha parecido que estabas describiendo al tipo que lleva el quiosco de prensa que está en la entrada.

      Ella hizo una mueca.

      —Qué gracioso. Ya sabes a qué tipo de mujer me refiero. La única clase de mujer con la que sales más de dos veces.

      Le bastaban los dedos de una mano para contar a las mujeres que sí estaban más interesadas en él que en su cuenta bancaria, o en el beneficio que podrían sacar dejándose ver colgadas del brazo de Drew Fortune. Sin embargo, ninguna de ellas había pasado de la primera cita. Él se había asegurado de ello.

      El bolígrafo seguía golpeando la mesa.

      —Sé lo que quieres decir. Y tienes razón. Tú no eres una cazafortunas —le dijo suavemente—. Nadie podría cometer jamás el error de pensar eso. Llevas cuatro años trabajando conmigo. Eres todo un ejemplo de discreción. Eres sosegada, sensible… Vaya. Si te soy sincero, seguro que mi padre piensa que eres demasiado buena para mí.

      Aquella descripción era más bien la de un perrito faldero. Deanna apretó los labios y sacudió la cabeza.

      —No me puedo creer que esté aquí parada, discutiendo esto contigo. Es una locura. Y mis amigas me siguen esperando, así que, ¿qué se supone que debo hacer? ¿Quieres que mande el artículo o esto sólo ha sido otra demostración de poder por tu parte antes de irte?

      Él le hizo caso omiso.

      —Dame un año de tu vida, Deanna. Es un trato muy sencillo. Un matrimonio de conveniencia. Sin derecho a roce, ¿de acuerdo? ¿Cuánto te parece que vale eso? ¿Una subida de sueldo? ¿Un ascenso? ¿Un nuevo cargo?

      —¡No! ¡No quiero nada de eso! ¡Ese acuerdo sencillo del que hablas implica casarse contigo, aunque tú lo describas de otra manera, y también implica mentirle a tu padre!

      —¿Y crees que lo que él pide es razonable?

      Ella apretó los labios. Si todo lo que le había dicho era cierto, entonces evidentemente aquella exigencia distaba mucho de ser razonable.

      Sí. Drew jugaba duro. Pero trabajaba aún más duro. Y ella llevaba tiempo suficiente trabajando a su lado como para saber que lo más importante para él era la empresa que su padre había fundado. Se mesó el cabello y empezó a caminar por el despacho. Las rodillas seguían temblándole, pero eso no era nada comparado con el revoloteo que tenía en el estómago.

      ¿Casarse con Drew Fortune? Una nueva oleada de temblores la sacudió de arriba abajo.

      Dio un paso atrás.

      —¿Pero cómo sé yo que no estás exagerando?

      —¿Por qué iba a exagerar? —le dijo él, mirándola fijamente—. ¿Para conseguir una esposa? Vamos, Dee.

      Ella se sonrojó. Él tenía razón. Aquello era más que improbable dada su opinión sobre el matrimonio. Si no hubiera sido prácticamente alérgico al compromiso, sin duda hubiera encontrado esposa sin dificultad en la larga lista de mujeres con las que había salido. Que a ella le parecieran todas unas gatitas sin cerebro no significaba que él tuviera que pensar lo mismo.

      Drew se puso en pie y rodeó el escritorio. De repente el corazón de Deanna dio un vuelco al sentir su mano sobre el hombro. El calor que despedía su cuerpo le llegó hasta la piel a través del traje de lana fina que llevaba puesto.

      —Tú siempre juegas limpio, Deanna —le dijo él en un tono persuasivo y dulzón—. Piensa en toda la gente que se va a ver afectada por esto.

      —No trates de chantajearme, Drew Fortune. No te va a funcionar conmigo.

      Deanna encogió los hombros y le hizo retirar ese brazo amigable, poniendo algo de distancia entre ellos.

      —He visto los trucos que utilizas montones de veces.

      —Muy bien —él soltó el aliento y se sentó al borde del escritorio—. Te necesito, Deanna. Confía en mí. Podemos hacer que esto funcione.

      Sus palabras sonaban tan sinceras que casi parecía que realmente trataba de convencerla para que se casara con él.

      El nudo que Deanna tenía en la garganta se convirtió en una piedra de repente.

      —Un año —le dijo en un tono de advertencia.

      Él asintió con la cabeza.

      —No tiene por qué sonar tan terrible. La gente lleva siglos casándose por conveniencia.

      —Jamás

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