E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias Autoras

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Sin saber por qué, estaba deseando volver a ver a ese médico de pelo rubio e intensos ojos azules. No había podido dejar de pensar en él.

      Jeremy trató de concentrarse en la radiografía que estaba examinando. Era la de un adolescente que se había fracturado el hueso escafoides de una mano unos años antes.

      La noche anterior, el joven se había caído durante un partido de baloncesto y se había hecho daño en la muñeca. Esa mañana se había levantado aún con dolor en la zona y su madre lo había llevado a la clínica temiendo que se tratara de algo más grave. Acababa de comprobar que la caída había agravado una lesión anterior. Era una suerte que la madre lo hubiera llevado a la clínica. De no haberse tratado a tiempo, el joven podría haber terminado perdiendo la movilidad en la muñeca.

      Iba a tener que operarlo.

      —¿Doctor Fortune? Siento molestarlo, doctor, pero Kirsten Allen ha vuelto esta mañana —le dijo Millie—. Es la mujer por la que me preguntó ayer, ¿recuerda?

      Se le aceleró el pulso al oírlo, pero no dejó que su expresión lo delatara.

      —Gracias, Millie. ¿Dónde está?

      —En la sala de espera.

      Le habría encantado poder ir a hablar con ella, pero antes tenía que contarles al adolescente y a su madre lo que había descubierto al examinar la radiografía de la muñeca.

      —¿Podrías hacerme un favor, Millie? —le dijo Jeremy—. ¿Puedes encargarte de que lleven a Kirsten a una sala de examen? Después, dime dónde puedo encontrarla, por favor.

      —Muy bien, así lo haré.

      —Muchas gracias —repuso Jeremy.

      No solía pedir ese tipo de favores ni tratar a sus pacientes de forma diferente, pero Kirsten se había ido el día anterior sin que nadie la atendiera y no quería que volviera a ocurrir. Antes, quería tener la oportunidad de verla y hablar con ella.

      Millie salió de la consulta para hacer lo que le había pedido y él regresó a donde lo esperaba su paciente.

      Diez minutos más tarde, fue hasta la consulta cuatro, la sala donde esperaba el paciente Anthony Allen, el hijo de Kirsten.

      Llamó con los nudillos y abrió la puerta mientras contenía el aliento. Estaba deseando volver a verla. Pero vio que había un hombre con ella y se le cayó el alma a los pies.

      Por desgracia, parecía claro que estaba casada o que al menos tenía una pareja estable. Se imaginó que era el padre de su hijo.

      No sabía por qué le extrañaba o sorprendía ese hecho.

      Después de todo, si estaba tan obsesionado con ella era porque se parecía un poco a la mujer de sus sueños, nada más. Se dio cuenta de que había dejado que volara demasiado su imaginación. Había creído que su sueño significaba algo más, que era una especie de mensaje de su subconsciente y acababa de ver hasta qué punto había estado equivocado.

      Intentó parecer tranquilo y que su rostro no reflejara lo que estaba pensando. Se acercó al padre y le ofreció su mano.

      —Hola, soy el doctor Fortune.

      —Encantado, soy Max Allen. ¿Va a examinar a Anthony?

      —No, yo…

      Miró entonces a Kirsten y se preguntó si la mujer sabría por qué estaba allí.

      Pero se dio cuenta de que no podía saberlo. Ni siquiera él lo tenía demasiado claro.

      Intentó concentrarse en el padre y aclararle la situación.

      —Verá, conocí ayer a la señora Allen en el aparcamiento. Sé que tuvo que esperar durante bastante tiempo en la sala de espera sin que nadie pudiera atenderla, así que quería asegurarme de que hoy no fuera a pasarle lo mismo.

      Le pareció que a su marido le habían molestado sus palabras.

      —Es que no debería haberlo hecho —murmuró el señor Allen entre dientes.

      No entendía a qué se refería. Jeremy vio que parecía muy molesto con su mujer y no sabía por qué. Quizás estuviera enfadado al ver que nadie había atendido a su hijo, pero cabía también la posibilidad de que le estuviera echando en cara a su esposa que hubiera hablado con él en el aparcamiento.

      —¿Cómo dice? —repuso él tratando de entender lo que pasaba.

      Esperaba que su intervención no fuera un problema más para Kirsten. Le pareció que tenía un marido muy controlador y no le gustó en absoluto.

      —Creo que será mejor que se lo explique —intervino Kirsten—. Max es mi hermano y ayer me quedé al cuidado de su hijo —le dijo mientras miraba al otro hombre—. No debería haber traído al niño para que lo viera un pediatra sin hablarlo antes con él, por eso está molesto.

      Seguía sin entender por qué le molestaba tanto a Max Allen que su hermana se preocupara por el bienestar del pequeño, pero no se le pasó por alto lo que acababa de decirle. Ese hombre no era su marido y, sin saber muy bien por qué, le encantó saberlo.

      Se abrió entonces la puerta de la consulta y apareció Jim Kragen, uno de los pediatras de la clínica.

      —Perdón, me habían dicho que viniera a la consulta número cuatro.

      —No te disculpes, estás en el lugar adecuado —le dijo Jeremy a su colega—. Soy yo el que está fuera del lugar. He venido para hablar con estas personas, será mejor que me vaya y te deje con tu paciente.

      El doctor Kragen pasó a la consulta y Jeremy salió al pasillo.

      —Perdónenme un momento —le dijo Kirsten a su hermano y al pediatra—. Ahora mismo vuelvo.

      Le dio la impresión de que estaba a punto de salir al pasillo para hablar con él y le encantó que lo hiciera. Pero miró entonces a Max Allen y vio que no parecía demasiado contento.

      Le dio la impresión de que su hermano lo estaba estudiando y no parecía muy satisfecho con lo que veía. Pero a lo mejor era sólo su imaginación la que estaba jugando de nuevo con él.

      —Gracias por venir a vernos y ocuparse de que nos atendieran —le dijo Kirsten.

      —No hay de qué. Me pareció que le preocupaba mucho la salud del pequeño y quería asegurarme de que alguien lo viera hoy —repuso él.

      —Sé que debí de parecerle una mujer muy nerviosa cuando lo abordé ayer en el aparcamiento, pero me preocupaba que mi hermano no quisiera llevar al niño al médico. La verdad es que Anthony tiene buen apetito y buen aspecto, me imagino que el pediatra nos dirá ahora que está sano —le explicó la joven mientras se colocaba un mechón de pelo tras la oreja—. Le habré parecido una histérica, pero es que no tengo experiencia con niños tan pequeños. Hasta hace unos días, mi hermano ni siquiera sabía que tenía un hijo. Su exnovia apareció con Anthony y lo dejó a su cuidado. Bueno, en realidad, al cuidado de los dos, ya que mi hermano está viviendo conmigo ahora mismo. Así que hemos tenido que aprender sobre la marcha cómo cuidar de un bebé tan pequeño.

      —Y

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