E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias Autoras
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—Fue preciosa —le contestó Deanna con los ojos llenos de emoción—. Tu hermano se esforzó al máximo para que todo fuera perfecto y tuvo muchos detalles. Se encargó de que hubiera champán y fresas en el vuelo privado y un bellísimo ramo de rosas en la limusina que nos llevó a la capilla en la que nos casamos a medianoche. La verdad es que ha sido todo muy romántico.
Le sorprendió lo que su cuñada acababa de contarle y miró a su hermano, que siempre había sido un hombre muy práctico.
—Nunca me lo habría imaginado. ¿Eres romántico?
—Así es. Y estoy seguro de que tú también lo eres, aunque aún no lo hayas descubierto —repuso Drew mientras tomaba la mano de su esposa—. Lo único que necesitas es encontrar a la mujer adecuada.
Jeremy no estaba tan seguro. Estaba convencido de que no era nada romántico, pero no había dejado de pensar en ese tipo de cosas desde que se encontrara con la joven madre en el aparcamiento de la clínica. Tampoco se le había olvidado su nombre, Kirsten Allen. Creía que la culpa de todo la tenía ese sueño. Estaba consiguiendo afectarlo mucho más de lo que podría haber esperado.
Su hermano y su cuñada le detallaron cómo había sido la ceremonia nupcial, pero Jeremy no podía concentrarse en sus palabras y empezó a imaginarse cómo sería su boda si algún día llegaba a casarse. No sabía si tendría una gran boda con muchos invitados o algo más reducido e íntimo. Y, una vez más, terminó pensando en la misteriosa mujer del aparcamiento.
Le gustaba basar todas sus decisiones en la lógica, nunca se dejaba llevar por premoniciones ni presentimientos, pero tenía la sensación de que lo que había pasado esa tarde era importante e iba a volver a verla muy pronto.
—Jeremy, ¿nos estás escuchando? —le preguntó Drew.
Levantó entonces la vista algo avergonzado al ver que lo habían sorprendido pensando en otra cosa.
—Lo siento, perdonadme. Tengo muchas cosas en la cabeza —les dijo Jeremy.
—Te refieres a papá, ¿no? —le preguntó Drew.
—En parte…
—¿Se trata entonces del trabajo? ¿Te han presionado en la clínica de Sacramento para que regreses cuanto antes? —insistió su hermano.
—Bueno, no están demasiado contentos, pero…
—¡No me digas más! —lo interrumpió Drew—. Has conocido a alguna mujer en Red Rock y no puedes dejar de pensar en ella.
—No, no es eso —repuso Jeremy mientras miraba a su nueva cuñada.
Después, bajó la vista y se concentró en la servilleta de papel que había estado cortando en pedacitos.
—Si me perdonáis, creo que iré a empolvarme la nariz —les anunció Deanna con una sonrisa mientras se levantaba de su silla.
Drew miró a su mujer con ojos de enamorado. Le dio la impresión de estar presenciando una conversación sin palabras. Era como si tuvieran su propio lenguaje.
Recordó a sus padres mirándose de esa manera, también ellos parecían haber aprendido a decirse las cosas con sólo una mirada. Se preguntó si alguna vez sería capaz de tener algo así con una mujer.
—¿Qué quieres que te pida?—preguntó Drew a su flamante esposa—. ¿Un vaso de vino?
—Sí, gracias.
Le dio la impresión de que Deanna había decidido ausentarse para que los dos hermanos pudieran hablar en privado. Le pareció un bonito detalle, pero no lo creía necesario. Lo último que quería era tener que contarle a alguien en qué había estado pensando toda la tarde.
—Muy bien, ¿qué es lo que te pasa? —le preguntó Drew en cuanto se quedaron solos.
No estaba seguro de querer contarle a su hermano pequeño lo que le ocurría, pero se dio cuenta de que ya no era un niño. Sin pensárselo más, le explicó el vívido sueño que había tenido la noche anterior, también le habló de Kirsten Allen, la mujer que se le había acercado en el aparcamiento un par de horas antes.
—¿Vas a tratar de localizarla? —le preguntó Drew.
No supo qué decirle, le costaba hablar de ello.
—¿Por qué no llamas a Ross? Estoy seguro de que no le costaría nada dar con ella —le sugirió su hermano.
Ross Fortune era su primo y trabajaba como detective. Sabía que él conseguiría dar con esa mujer, pero le pareció absurdo llegar a tal extremo para encontrar a alguien que no conocía de nada.
—No, no quiero que piense que soy una especie de acosador —admitió Jeremy—. Además, prefiero que Ross se concentre en la desaparición de papá. De momento, no ha conseguido nada.
Le bastó con recordar lo que había pasado para que los dos hermanos se quedaran en silencio.
—Creo que deberíamos aceptarlo, Jeremy. Papá ya no está y no va a volver.
—Puede que tengas razón, pero aún no soy capaz de hacerlo.
—Lo sé —le dijo Drew.
Los dos se enfrentaban a la desaparición de su padre de manera muy distinta. Drew parecía haberse hecho ya a la idea de que su padre había fallecido. Él, en cambio, no podía darse por satisfecho y necesitaba saber qué había pasado.
Deanna volvió entonces a la mesa y se pusieron a hablar de cosas más animadas. Pero Jeremy no podía concentrarse, la conversación con Drew había conseguido sumirlo de nuevo en la desesperanza, una tristeza que lo había acompañado durante meses, antes incluso de que fuera a Red Rock para asistir a la boda de su padre.
Durante ese tiempo, lo único que había conseguido animarlo o distraerlo había sido el sueño que había tenido la noche anterior y la misteriosa mujer del aparcamiento.
No podía dejar de pensar en quién era esa mujer y en cómo sería su vida.
Ni siquiera sabía por qué le importaba tanto. Nunca había conocido a una mujer que le interesara tanto como para competir con sus pacientes y su profesión. Era un médico totalmente vocacional y muy dedicado a su carrera. Por eso no se había casado aún.
Creía que quizá su subconsciente estuviera tratando de mandarle un mensaje a través del sueño y de la mujer del aparcamiento. Quizás hubiera llegado el momento de replantearse su vida y tratar de corregir su situación.
De un modo u otro, tenía la sensación de que la solución a sus problemas pasaba por encontrar a esa mujer, a Kirsten Allen.
Y si para ello tenía que llamar a su primo Ross, estaba dispuesto a hacerlo.
Había estado lloviendo toda la noche, pero la lluvia desapareció al llegar la mañana, dejando un fantástico arcoíris en el cielo y charcos en las calles.
Mientras desayunaban, Kirsten le había confesado a Max que había llevado al niño