RETOQUECITOS. Gerardo Arenas
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Una de las peores se encuentra hacia el final del célebre apartado relativo a los típicos sueños de muerte de seres queridos. Lacan ha puesto un gran acento en la estructura de uno de ellos: el que inaugura el séptimo capítulo de la Traumdeutung.(30) Es aquel en que el hijo reprocha al padre que no note el fuego que lo consume. Freud nos advierte que, en los sueños que figuran la muerte de quienes amamos, “el pensamiento onírico formado por el deseo reprimido escapa de toda censura y se presenta inalterado”.(31) Pero ¿cómo algo tan horrible puede burlar toda censura y presentarse sin desfiguración? ¿Y no nos habían dicho que la desfiguración era lo que tornaba penosos esos sueños? Acorralado, Freud hace una finta envidiable, un pase de manos magistral: dice que el deseo en ellos es tan enorme que la censura “está desarmada” frente a él, como si “ni en sueños” pudiera ocurrírsenos una cosa semejante. Ahora bien, ¿debemos seguirlo en esto? ¿Qué caso tiene postular una censura que se ocupa de lo pequeño y no de lo grande? ¿Qué censura tapa un escote y deja ver obscenas desnudeces? ¿Cuál impide publicitar banderas rojas y acepta en primera plana el Manifiesto Comunista? Además ¿cómo es posible postular tal inadvertencia de la censura, si la mujer que contó este sueño (que había sido soñado por otro) se apresuró a “resoñarlo”,(32) y, por lo tanto, estaba bien advertida de lo que vendría?
Estas y otras preguntas sugieren la conveniencia de trasladar el principio de placer, junto con el “más allá” que aspira a salvarlo y con el principio de realidad que pretende ser su continuación por otros medios, a un estante del museo de las concepciones psicoanalíticas obsoletas.
Todo esto se condice con lo que el propio Freud dice en una nota agregada en 1909 a La interpretación de los sueños, donde señala algo que observamos con regularidad, a saber, que las personas que “en su infancia sufrieron atentados sexuales […] anhelan su repetición en el sueño”.(33) Es algo que se constata sobre todo en casos de abuso sexual infantil reiterado: así como suele decirse, a medias en broma, que ser paranoico no excluye estar siendo perseguido, haber sido abusado no excluye, a la inversa, que eso forme parte del propio fantasma.(34) Ahora bien, si la persona abusada anhela que el atentado se repita en sueños, el modo en que ese anhelo elude la censura no puede achacarse a la posibilidad de que ésta se encuentre mal preparada para enfrentarlo. Todos estos ejemplos contradicen, pues, la pretendida validez del principio de placer, y lo hacen mucho antes de que Freud intente rescatarlo, en 1920, mediante su “más allá”.
Rutina y aburrimiento
Nuestras primeras indicaciones relativas a los problemas planteados por la inercia conceptual que lleva a conservar en el psicoanálisis ese principio se remontan a una década atrás y atañen a las economías del encuentro y del amor.(35) A eso siguieron planteos sobre la rutina y el aburrimiento que podemos retomar aquí.(36)
El término “rutina” deriva del francés routine, forma diminutiva y peyorativa de route, que significa “ruta”. Una rutina es, entonces, una rutita de morondanga. Por otro lado, route y “ruta” vienen del latín rupta, que significa “rota”, ya que un camino simplemente se hace al andar, mientras que una ruta se abre rompiendo el terreno. En suma, una rutina es una rutita abierta una vez y recorrida hasta el hartazgo. No por ello debe concluirse que romper la rutina sea imposible porque la rutina ya esté rota (al menos etimológicamente), pero sí hay que subrayar que salirse de la ruta es el sentido originario de delirar, y eso confirma que romper la rutina siempre conlleva un grano de locura.
En informática, una rutina es una secuencia de operaciones fija, invariable. Las máquinas no se aburren de repetir una rutina; nosotros sí tenemos esa maravillosa posibilidad. Lacan hizo del aburrimiento el signo de estar habitados por el deseo de Otra cosa.(37) Y si “diversión” es lo contrario de “rutina”,(38) el aburrimiento es signo de un deseo de diversión, de un deseo de romper la rutina.
Según el planteo freudiano, estamos condenados a navegar entre dos rutinas: la de la pulsión y la del deseo. Freud concibió en términos de facilitación la huella que ciertas experiencias dejan tras de sí,(39) y “facilitación” es traducción del alemán Bahnung, que significa “abrir una ruta”. Es decir que una experiencia abre una ruta que luego podrá transitarse con más facilidad. Tal es la rutina pulsional: una ruptura inaugura una rutina que después cuesta romper –tanto que estuvo a punto de conmover la fe freudiana en el principio de placer. ¿Y la rutina del deseo? Para Freud, el deseo es ese núcleo del ser inmortal, indestructible e inconsciente que nos hace ser quien somos y nos acicatea sin cesar.(40) Su rutina hace que tengamos un estilo propio, único, en nuestros lazos libidinales –lo que llamamos “singularidad”.(41) Hay entre ambas rutinas una relación que requiere ser elucidada y sobre la cual volveremos.(42)
La novela Una semana de vacaciones cuenta la historia de un padre que inicia sexualmente a su hija.(43) El lazo entre ambos es tan rutinario como el modo de goce y la novela misma, y lo único capaz de conmover esas rutinas en tres ocasiones es alguna de las formas del deseo de la hija.(44) Una es el aburrimiento, signo de un deseo. La segunda es el anhelo de otra cosa especifica: tomarse un respiro en la rutina del sexo, para dedicarse a la lectura. La tercera se enlaza con un deseo inconsciente: un sueño que la hija cuenta al padre y que no rompe sólo la rutina, sino también el lazo.(45)
Rutina y aburrimiento nos enseñan, acerca de los seres hablantes, algo que está en franca contradicción con el planteo freudiano del principio de placer, incluido su “más allá”. ¿Por qué suponer que pueda regirnos una tendencia a evitar la excitación y a procurar su descarga, en lugar de una tendencia más bien opuesta y que nos distingue de toda otra especie, reconocible en nuestro efectivo gusto por gozar de variadas maneras y en la mayor medida posible? Si algún Lustprinzip nos caracterizara, no sería un principio de placer que busca la descarga, sino un principio de goce que reclama excitación. Si entendemos el placer como una cualidad consciente ligada a la descarga de excitación, es absurdo suponer que vivimos bajo el imperio de un principio que nos inclina a ello. En lugar de corregirlo mediante la referencia a cierto “más allá”, habría que erradicarlo de cualquier consideración seria de la economía de los modos de gozar.
Así planteábamos el problema hace pocos años,(46) apuntando a la inadecuación entre el principio de placer y el mundo humano. Pero más recientemente señalamos una razón más fuerte aún para erradicar el principio de placer, pues se trata de una contradicción interna en el sistema freudiano nacida de la ambigüedad del término “economía”,(47) y esto permite plantear la cuestión de una manera muy sencilla.
La contradicción
Esa contradicción, que recorre la obra freudiana, puede fecharse en 1895, al comienzo del “Proyecto…”. Está situada bien a la vista, pues, como la inhallable carta robada en el cuento de Poe. Freud justifica su plan de hacer un abordaje cuantitativo de los procesos psíquicos (el llamado punto de vista económico) diciendo que procesos como
estímulo, sustitución, conversión, descarga [sugirieron] la concepción de la excitación neuronal como cantidades fluyentes. [Y] se pudo formular un principio fundamental [que] enuncia que las neuronas procuran aliviarse