RETOQUECITOS. Gerardo Arenas

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RETOQUECITOS - Gerardo Arenas

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la validez del principio que ellas son llamadas a salvar, pues Freud mismo, pese a afirmar que “las pasiones fácilmente nos hacen padecer”,(26) reconoce que se deja “llevar demasiado por [sus] aficiones”.(27) ¡Ni siquiera él cumple con lo que su amado principio de placer dicta! Sin embargo, en lugar de deducir de ello su propio masoquismo o de descartar sin más, otra vez, el bendito principio, atribuye el carácter displacentero de esos sueños a la desfiguración onírica. Sólo esto le permite mantener, aunque con pequeños cambios, la fórmula general según la cual el sueño es el cumplimiento disfrazado de un deseo reprimido,(28) y justificar la hipótesis de que hay dos instancias psíquicas en conflicto, separadas entre sí por una censura.(29) Pero las contradicciones que esta solución entraña lo asaltan a la vuelta de cada esquina.

      Estas y otras preguntas sugieren la conveniencia de trasladar el principio de placer, junto con el “más allá” que aspira a salvarlo y con el principio de realidad que pretende ser su continuación por otros medios, a un estante del museo de las concepciones psicoanalíticas obsoletas.

      El término “rutina” deriva del francés routine, forma diminutiva y peyorativa de route, que significa “ruta”. Una rutina es, entonces, una rutita de morondanga. Por otro lado, route y “ruta” vienen del latín rupta, que significa “rota”, ya que un camino simplemente se hace al andar, mientras que una ruta se abre rompiendo el terreno. En suma, una rutina es una rutita abierta una vez y recorrida hasta el hartazgo. No por ello debe concluirse que romper la rutina sea imposible porque la rutina ya esté rota (al menos etimológicamente), pero sí hay que subrayar que salirse de la ruta es el sentido originario de delirar, y eso confirma que romper la rutina siempre conlleva un grano de locura.

      Rutina y aburrimiento nos enseñan, acerca de los seres hablantes, algo que está en franca contradicción con el planteo freudiano del principio de placer, incluido su “más allá”. ¿Por qué suponer que pueda regirnos una tendencia a evitar la excitación y a procurar su descarga, en lugar de una tendencia más bien opuesta y que nos distingue de toda otra especie, reconocible en nuestro efectivo gusto por gozar de variadas maneras y en la mayor medida posible? Si algún Lustprinzip nos caracterizara, no sería un principio de placer que busca la descarga, sino un principio de goce que reclama excitación. Si entendemos el placer como una cualidad consciente ligada a la descarga de excitación, es absurdo suponer que vivimos bajo el imperio de un principio que nos inclina a ello. En lugar de corregirlo mediante la referencia a cierto “más allá”, habría que erradicarlo de cualquier consideración seria de la economía de los modos de gozar.

      Esa contradicción, que recorre la obra freudiana, puede fecharse en 1895, al comienzo del “Proyecto…”. Está situada bien a la vista, pues, como la inhallable carta robada en el cuento de Poe. Freud justifica su plan de hacer un abordaje cuantitativo de los procesos psíquicos (el llamado punto de vista económico) diciendo que procesos como

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