RETOQUECITOS. Gerardo Arenas
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42. Véase infra, cap. 3.
43. Angot (2012).
44. Miller (2013) comenta la tercera.
45. Un deseo no siempre tiene tal poder de conmoción, pero jamás es un instrumento desdeñable.
46. Arenas (2017: 23).
47. Arenas (2020b: 60).
48. Freud (1895: 340).
49. Lacan (1972b: 32s).
50. Cf. Bauman y Dessal (2014), Arenas (2018a).
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Nace un principio
El “Proyecto de psicología”, velozmente escrito en 1895, no es sólo la base de todos los modelos freudianos, como Lacan dijo alguna vez; es también la cuna del principio de placer, que en sus primeros ocho apartados nace, crece y se consolida. Al revisar cómo luce el aparato propuesto por Freud si suprimimos ese principio, mantendremos la concepción cuantitativa, económica en el sentido de cierta ley de conservación compatible con el flujo de cantidades, no en el sentido de que éstas tiendan a reducirse. Por otro lado, si bien poco después (en La interpretación de los sueños) Freud remplazará las neuronas por representaciones y, en alguna medida, intentará separar su aparato de la supuesta anatomía nerviosa,(51) no olvidaremos que la construcción planteada se apoya por completo en la arquitectura del arco reflejo.
Ahora bien, si no suponemos la obligatoriedad de la descarga como función primaria del aparato, no hay por qué admitir que éste prefiera huir de todo estímulo (la observación de cualquier lactante muestra lo contrario), los estímulos endógenos (pulsionales) no quebrantan ley alguna, y es innecesario imaginar que deba ponérseles fin mediante una “acción específica”, ya que sabemos hasta qué punto es posible y habitual realizar acciones que incrementen esa excitación. El apremio de la vida –problema biológico– no es algo que el aparato psíquico esté obligado a resolver. Las representaciones pueden ser investidas con cantidad, pero no tienen por qué procurar descargarla. La noción de unas barreras-contacto que inhiben la descarga no es afectada por esto, sino favorecida; lo mismo ocurre con la distinción entre los caracteres pasadero y no-pasadero de dichas barreras(52) y con la noción de una facilitación de éstas. Y, como las facilitaciones no sólo permiten reducir sino también aumentar la excitación, no hará falta asociarlas a una hipotética función primaria de descargar cantidad.
El punto de vista biológico nos tendrá sin cuidado hasta nuevo aviso, en la medida en que se relaciona con una anatomía que no incumbe al aparato psíquico, y también el problema de la cantidad, que sólo responde al intento de armonizar el supuesto afán de descarga con la arquitectura del sistema nervioso. Debemos, sí, detenernos en la teoría del dolor, que es una de las primeras alteradas por la supresión del principio de placer. Freud equipara la inclinación a huir del dolor con la inclinación a evitar excitaciones, entendiendo que ambas son signos de esa tendencia primaria del aparato que aquí dejamos de hipotetizar. Luego, si no postulamos que deba eliminarse toda excitación, el dolor pierde el carácter de fracaso del aparato y adquiere, más bien, el de una señal de que ha sido superado el límite de la excitación (la soportable o la buscada). En cualquier caso, atravesar esa experiencia abre facilitaciones duraderas.
Cuantificar cualidades
El llamado “problema de la cualidad” intenta explicar las sensaciones. Que los procesos psíquicos puedan ser inconscientes no depende del principio de placer, de modo que nuestra discusión no afecta a ese problema. Lo mismo ocurre con las sensaciones y con los caracteres del sistema de la conciencia: si las cualidades son, en última instancia, función de la frecuencia (o periodo) de la cantidad circulante, ello será así con cantidades grandes o pequeñas, ya sea que procuren descargarse o no. Si dejamos de lado los esfuerzos por dar a esta construcción correlatos anatómicos, el problema central abordado en relación con la conciencia es el del placer y el displacer, de modo que aquí deberemos calibrar las cosas con mayor detalle.
Freud considera obvia la tendencia a evitar displacer, y se confiesa tentado a identificarla con el principio de inercia, que es un mero principio de descarga. Hay aquí una brecha que él se apura a cerrar y que por el momento conviene mantener abierta. Ante todo, porque carga y descarga son funciones cuantitativas, mientras que placer y displacer son cualidades. Más aún, él mismo se arrepentirá de tal equiparación treinta años después cuando, por primera y única vez, diga que “placer y displacer no pueden ser referidos al aumento o la disminución de una cantidad”.(53)
¿Cómo entender el placer? Antes de responder, recordemos que, según Lacan, el sedimento, el “aluvión” resultante del manejo, en un grupo lingüístico, de su experiencia inconsciente, es lo que mantiene viva lalengua, hecha del goce mismo.(54) En otras palabras, lalengua es una suerte de precipitado de las experiencias inconscientes de goce en una comunidad lingüística, y por eso conviene apoyarse en ella cuando de esas experiencias se trata. Pues bien, si procedemos así, debemos aceptar que el placer se enlaza con el gusto y que, a diferencia de lo que Freud sostuvo siempre excepto en 1924, no hay principio cuantitativo que regule el placer universalmente. Además, ¿quién no lo sabe? Un mismo plato ofrecido a tres personas puede parecerle delicioso a una, indiferente a otra, y repulsivo a la tercera, de modo que la cualidad (placentera o displacentera) no depende del objeto ni del sensorio, sino de un encuentro contingente. El placer no tiene ley. El displacer tampoco.
Sin embargo, desde 1895 Freud se deja llevar por el afán de enlazar el displacer con una elevación de nivel y el placer con una descarga. Su retractación de 1924 es muy pasajera, por desgracia, ya que sólo un año después insistirá en restaurar esa correlación, cuando se muestre sorprendido de que una descarga produzca un displacer que sólo una excitación debería provocar.(55) Que esa posición suya no sea estable, pues, alienta a no seguirlo en este asunto.
El apartado del “Proyecto…” dedicado a las conducciones ψ toca la cuestión de las pulsiones. Sorteando las analogías neurológicas, cabe sostener, con Freud, que el mecanismo psíquico tiene un resorte pulsional continuo, y también suscribir su conclusión, a saber, que de allí nace la voluntad,(56) pero es necesario evitar de entrada el espejismo de basar la noción de pulsión en la de necesidad –trátese del hambre, la sed o lo que sea. Mantener esa distinción resultará crucial a la hora de concebir lo que allí se inscribe bajo el título de “vivencia de satisfacción”. Y ésta adquiere un carácter radicalmente distinto si se la aprecia apagando la engañosa luz del principio de placer.
Vivencias de excitación
Las necesidades provocan sensaciones que molestan a la criatura hasta el punto de hacerla llorar y berrear, y eso suele mover a otro a realizar la acción específica que le dará el auxilio indispensable. Pero ¿cómo entender lo que entonces ocurre y que Freud llama “vivencia de satisfacción”? Según él, la provisión del alimento o de lo que haga falta cancela el estímulo perturbador, y eso queda