E-Pack HQN Susan Mallery 1. Susan Mallery
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–No había pensado en eso. Nunca antes había tenido que lidiar con vacas salvajes.
Nevada sonrió.
–Deberías buscarte un guapo vaquero para que se ocupara del problema. Tendrías que importarlo, porque por aquí no tenemos, pero podría ser divertido.
–Tal vez... –Heidi parecía dudosa. Se encogió de hombros y miró a Annabelle–. Bueno, vamos al rancho para que puedas hacer esa llamada –se giró hacia Nevada–. Gracias por parar.
–De nada. Es lo que hacemos por aquí.
–Lo sé. Es una de las razones por las que me alegra tanto que mi abuelo y yo nos hayamos instalado aquí. La gente es muy agradable y cordial, y les encanta el queso, lo cual es muy bueno para el negocio.
–Encantada de conocerte –le dijo Annabelle.
–Avísame si puedo ayudarte en algo mientras estás instalándote.
–Lo haré.
Comenzaron a dirigirse hacia sus coches cuando una gran camioneta se detuvo a su lado y Charlie asomó la cabeza por la ventanilla.
–Un lugar interesante para tener una reunión –gritó la mujer antes de ver el neumático–. ¡No puede ser! No me digáis que ninguna sois capaces de ocuparos de eso.
–Departamento de bomberos –murmuró Nevada mientras Charlie aparcaba delante de la hilera de vehículos.
–Seguro que nos grita –susurró Heidi.
Charlie salió de su camioneta y fue hacia ellas. Medía casi metro ochenta y tenía pinta de poder con las tres. Sus rasgos eran bonitos, pero nunca llevaba maquillaje y la ropa que vestía era de lo más práctica. Incluso Nevada, que solía preferir vaqueros y una camiseta antes que algo estiloso, se ponía un poco de brillo de labios de vez en cuando. Sin embargo, tenía la sensación de que Charlie preferiría hacerse una endodoncia antes que ponerse pintalabios.
–Es una rueda pinchada.
Nevada señaló a las otras mujeres.
–Annabelle Weiss, la nueva bibliotecaria, y Heidi Simpson. Heidi y su abuelo han comprado Castle Ranch.
–La cabrera. He oído hablar de ti. Haces un queso fantástico.
–Gracias.
–Y ella es Chantal Dixon.
Charlie miró a Nevada.
–No me creo que hayas pronunciado ese nombre.
–Es que es muy bonito –dijo Nevada sonriendo.
–No me obligues a hacerte daño –se giró hacia las otras dos mujeres–. Llamadme «Charlie» y todas nos llevaremos bien.
–¿Por qué no te gusta tu nombre? –preguntó Heidi.
–¿Tengo pinta de llamarme «Chantal»? Mi madre tenía delirios de grandeza en lo que respectaba a mí. Esperaba que fuera a ser pequeña y delicada como ella, pero salí a mi padre. ¡Gracias a Dios! –caminó hacia el coche–. Esto parece muy sencillo.
–Íbamos a llamar a la grúa para que nos echaran una mano –murmuró Annabelle, que apenas le llegaba a Charlie a la altura del hombro.
Charlie sacudió la cabeza.
–Es una rueda pinchada, chicas, no el fin del mundo.
Todas se miraron.
–Se me da muy bien reparar graneros –dijo Heidi.
–Pero eso no sirve de nada si quieres conducir –Charlie se giró hacia Nevada–. Tú deberías saber cómo hacerlo, tienes tres hermanos.
–Mis tres hermanos son la razón de que nunca haya tenido que preocuparme por mi coche –dijo alegremente Nevada antes de reírse por el gesto tan serio que puso Charlie–. Sí, podría haber aprendido a cambiar una rueda, pero preferí no hacerlo. Si te sirve de algo, soy genial con las excavadoras.
–Estáis dándole a las mujeres una mala reputación –dijo Charlie–. Tengo que daros clases sobre cómo ser autosuficientes. Seguro que tampoco sabéis arreglar un grifo que gotea.
–Yo sí que puedo hacer eso –dijo Nevada–. Se me dan mucho mejor las reparaciones domésticas que los coches.
–Pero eso ahora mismo no sirve de nada.
Nevada se inclinó hacia Annabelle y Heidi, y dijo:
–No suele ser tan gruñona.
–Sí, sí que lo soy –contestó bruscamente Charlie mientras abría el maletero–. Por lo menos tienes un neumático de repuesto. Vale, a ver vosotras tres, vamos a hacer esto juntas. Os iré diciendo lo que tenéis que hacer.
–Yo ya llego tarde al trabajo –dijo Nevada yendo hacia su coche–, así que no voy a poder quedarme.
Charlie sacudió la cabeza.
–Ni lo sueñes. Hoy todas vais a aprender algo.
–Los chicos de la obra me han metido una serpiente en el coche y no me ha importado. ¿Eso cuenta?
–¿Era venenosa?
–No.
–Entonces no cuenta. Vamos. Poneos a mi alrededor –sacó una herramienta con forma de «X»–. ¿Alguien sabe lo que es esto?
Jo terminó de cargar las botellas de vodka, aplastó la caja y la dobló antes de meterla en el cubo de reciclaje. Era una cálida y soleada tarde de verano, esa clase de día en el que a casi todos les apetecería estar en la calle y no metidos en un bar. A casi todos menos a ella. Dejó atrás el brillante cielo azul y se metió en la tranquilidad de su negocio.
Todo iba bien, pensó contenta. Tenía una buena y constante clientela que hacía que su cuenta bancaria gozara de buena salud y que le permitía ahorrar un poco cada mes para emergencias, para la jubilación y cosas así. Tenía un gato al que adoraba y muchas amigas. Una buena vida, pensó con un leve sentimiento de culpabilidad.
Había oído que la gente que tenía mucho éxito a veces se sentían como impostores. Les preocupaba que les dijeran que su buena fortuna no era más que un error, que no tenían talento, y a veces ella se sentía así. No en lo que concernía a su trabajo, sino en lo que respectaba a su vida.
Nunca se había imaginado que pudiera estar tan tranquila, tan feliz. No se había esperado encontrarse una cálida y hospitalaria comunidad, ni tener amigas y una bonita casa. La verdad era que no se lo merecía, pero no había forma de evitarlo.
Fue hacia la cocina donde Marisol, su cocinera a tiempo parcial, estaba metiendo aguacate en un cuenco para preparar guacamole.
–¿Lo tienes todo?
La diminuta mujer, que tendría unos