E-Pack HQN Susan Mallery 1. Susan Mallery

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E-Pack HQN Susan Mallery 1 - Susan Mallery Pack

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gusta asegurarme.

      –Te gusta mantenerlo todo bajo control –Marisol arrugó la nariz–. Necesitas un hombre.

      –Eso llevas diciéndomelo años.

      –Y sigo teniendo razón –comenzó a hablar en español y probablemente lo que estaba diciéndole era que todos sus problemas podrían resolverse con el amor de un hombre.

      –Pero tú no eres nada objetiva. ¿Con cuántos años te casaste? ¿Con doce?

      –Dieciséis. Hace casi cuarenta años y ya tenemos ocho nietos. Tú deberías tener la misma suerte.

      –Debería, pero no la tengo. Y, además, así estoy bien.

      –«Bien» no significa «feliz».

      A ella «bien» le parecía suficiente, pensó mientras se dirigía a la barra. Estar «bien» la hacía sentirse segura y le permitía dormir. Si tuviera mucha felicidad en su vida, le preocuparía que alguna fuerza equilibrante quisiera castigarla arrebatándole algo de esa felicidad. Por eso prefería estar «bien», sin más. Así estaba segura.

      Escribió el especial de la hora feliz del día en la pizarra y encendió la televisión. En la pausa entre el almuerzo y la hora feliz disfrutaba de ese momento de tranquilidad, pero pronto los clientes empezarían a llegar.

      La puerta se abrió y un hombre entró. Jo reconoció a Will Falk y no supo si eso la agradó o la molestó.

      –¿Qué tal? –preguntó él yendo hacia ella.

      –Bien –Jo puso una servilleta sobre la barra–. ¿Qué te sirvo?

      –He venido para ver si podía ayudarte a montar los juguetes.

      –Ya lo he hecho. Hoy han venido dos niños a la hora del almuerzo y lo han pasado genial.

      –Me alegra oírlo –se sentó en un taburete–. Me tomaré una cerveza, de la que tengas en el barril. ¿Quieres acompañarme?

      –No bebo mientras trabajo.

      –Yo no soy mucho trabajo.

      –Lo siento, pero no –le respondió con una leve sonrisa.

      Era un buen tipo, probablemente uno de esos hombres a los que le gustaban los deportes, una buena comida casera y que se conformaba con tener sexo dos veces por semana. Había aprendido a hacer juicios rápidos y acertados sobre la gente, y suponía que él no engañaba ni jugando a las cartas, ni a las mujeres, que tenía muchos amigos y que se regía por un fuerte código moral.

      No era alguien con quien pudiera tener una relación, definitivamente no.

      Dejó el vaso de cerveza frente a él y fue hacia el otro lado de la barra.

      –¿Es por la cojera?

      La pregunta la hizo detenerse en seco. Se giró lentamente y volvió a situarse frente a él.

      –No.

      Will se encogió de hombros.

      –A algunas mujeres no les gusta, les va más la perfección.

      –Pues yo no soy así. No me atrae la perfección.

      –De acuerdo. ¿Entonces por qué es?

      Le parecía un hombre atractivo, a pesar de ser muy normal. Sus amigas se habían enamorado de hombres normales y agradables, de buenos tipos, y las envidiaba por ello.

      –¿Qué te pasó? –le preguntó ignorando su pregunta.

      –Un accidente en una obra. Me caí por un puente y casi me rompí todos los huesos del cuerpo. Me llevó mucho tiempo recuperarme.

      Jo sentía que había algo más en esa historia; seguro que pasó semanas o meses en el hospital y cientos de horas haciendo rehabilitación.

      –¿Tienes mucho dolor ahora?

      –Sé cuándo va a llover, pero estoy bien –esbozó una sexy sonrisa–. ¿Quieres ver mis cicatrices?

      Ella se vio queriendo decir «sí» para seguirle la broma, pero también para permitirse bajar la guardia aunque solo fuera por un momento, para recordar cómo era ser como todos los demás.

      –Tal vez en otra ocasión.

      –Estaré aquí un par de años. Tengo mucho tiempo.

      –Pero luego te irás a hacer otro proyecto.

      Él asintió.

      –Es la naturaleza del negocio. He visto gran parte del mundo y viajar es emocionante.

      –Yo prefiero quedarme en un mismo sitio –dijo ella admitiendo una verdad–. Me costó mucho encontrar este pueblo.

      –¿Qué te gusta de él?

      –La gente. Son muy amables y cálidos, como el clima. Es una ubicación genial.

      Lo que no le dijo fue que ahí podía fingir que todo era verdad, que ella era como todos los demás, que su pasado nunca había sucedido. Ahí era simplemente Jo, la propietaria de un bar.

      –Pues muéstramelo. Soy el nuevo, ¿no me merezco, al menos, una vuelta por el pueblo?

      Ella lo miró y se vio tentada a flirtear, a acariciarlo y dejarse acariciar. Hacía años que no estaba con un hombre, años desde la última vez que se había permitido ser tan vulnerable. La última vez las consecuencias habían destruido a gente y por su gran deseo de amar y ser amada un hombre había muerto.

      –No puedo –respondió con brusquedad–. No es por ti... no es nada personal. Lo siento, pero así tiene que ser.

      Will asintió lentamente y se levantó del taburete lanzando un billete de diez sobre la barra.

      –La cerveza corre por cuenta de la casa.

      –No, gracias. Solo acepto invitaciones de mis amigos.

      Y con eso se marchó. Ella lo vio alejarse cojeando y, cuando la puerta se cerró tras él, le dio un vuelco el estómago y se preguntó si acabaría vomitando.

      Le había hecho daño, y lo sabía. Pero también se había hecho daño a sí misma, aunque no había tenido elección. No podía arriesgarse. En esa ocasión, habría demasiado que perder.

      –Me encanta este pueblo –dijo Tucker al cerrar el correo electrónico–. Nos han aprobado los permisos antes de lo previsto –miró a Nevada–. ¿Has tenido algo que ver con esto?

      –Aunque me encantaría llevarme el mérito, no. Ya te lo he dicho. Todo el mundo está emocionado con el proyecto porque traerá mucho empleo y turistas a la zona. Estas obras no tienen nada negativo.

      Sus palabras tenían sentido, pero la facilidad con que estaba marchando todo le hacía tener cierta aprensión. Cada obra en la que había trabajado había tenido problemas

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