Reyes de la tierra salvaje (versión española). Nicholas Eames

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Reyes de la tierra salvaje (versión española) - Nicholas Eames La banda

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también tenía la mirada clavada en el barco.

      —¿Cómo? —fue lo único que consiguió articular.

      Moog se rascó la incipiente calvicie de la coronilla.

      —¿Que cómo vuela? ¿Ves esos orbes que parecen de metal que tiene a ambos lados?

      Clay asintió. Había dos de ellos a la altura de la proa y otros dos a la de la popa. Los cuatro estaban rodeados por unas volutas de niebla dispersa.

      —Los veo.

      —Son motores de marea —dijo el mago—. Están formados por una serie de giroscopios hechos de duramantio puro y accionados por la electricidad estática de las velas.

      Clay nunca había oído hablar de los motores de marea, y estaba segurísimo de que no tenía ni pajolera idea de lo que era un “giroscopio”. Del duramantio siempre había creído que dicho metal era un mito creado por los mercaderes para vender espadas diez veces más caras.

      —O sea, que es mágico —murmuró.

      Moog volvió a reír.

      —No se puede decir con exactitud que lo sea, pero algo así.

      Ocho kaskarianos enormes ataviados con faldas plisadas de bronce y sandalias con correas hasta las pantorrillas cargaron con el palanquín que los narmeeríes habían bajado del barco y lo llevaron hasta el montículo. Los norteños, sobre todo los rubios de ojos claros, se ganaban muy bien la vida como guardaespaldas de élite de los nobles narmeeríes. La mayor parte de los que se dedicaban a ello eran parias o criminales, y Clay se dio cuenta de que los guardias de la sultana ponían mucho cuidado en evitar la mirada del Primer Escudo cuando soltaron el palanquín y se apostaron a ambos lados. La líder y enigmática gobernante del reino más meridional se quedó en el interior del palanquín mientras un trío de representantes con barbas trenzadas y túnicas estampadas murmuraban entre ellos.

      Los carteanos llegaron al fin cuando empezaba a anochecer, al trote por el vetusto campo de batalla en unos ponis bien robustos. Los pendones azules y amarillos del Alto Han se sacudían lánguidos, pero cuando llegaron a la cima la intensa brisa otoñal los hizo flamear y agitarse.

      —¡Mi reina! —gritó el jinete que iba delante, que Clay suponía que era Obolon Han, desde la grupa de su montura—. ¡Mirad lo tieso que se me pone el pendón cuando os tengo cerca!

      Este comentario arrancó una serie de carcajadas guturales de los hombres que lo rodeaban y dibujó una extraña sonrisa de satisfacción de los labios de la reina. Clay miró a Matrick y al guardaespaldas, al que ella había llamado Lokan durante el desayuno, y no supo discernir cuál de los dos parecía más ofendido.

      El Han desmontó con la facilidad de alguien que se levanta de una silla y avanzó hacia ellos con toda calma. Iba flanqueado por dos efectivos de la Guardia Córvida, que destacaban a causa de las alas tatuadas que tenían debajo de las clavículas. Los tres hombres lucían una franja negra pintada sobre los ojos y los tabiques nasales, y cargaban al hombro con sendos arcos compuestos y también con un sable desenvainado que les colgaba de la cintura.

      Obolon eran un hombre bajo pero de complexión fuerte, con hombros recios y músculos compactos envueltos por una capa de grasa que evidenciaba que le gustaba comer y beber solo un poco menos de lo que amaba montar a caballo y luchar. Sus brazos estaban llenos con cicatrices de batalla, así como los de los hombres que iban detrás de él, y los tenía morenos debido a la cantidad de días que pasaba bajo la luz del sol. Su cabeza y sus mejillas estaban desprovistas de pelo, pero llevaba una perilla rala que a Clay le resultaba muy ridícula, la verdad.

      Los ojos estrechos y de párpados grandes del Han le resultaban muy familiares, y mientras intentaba recordar si lo había visto antes en algún lugar, Gabriel inspiró con fuerza a su derecha.

      —No me jodas —susurró con tono incrédulo por encima del hombro de Clay—. El gordo.

      Clay frunció el ceño. No...

      “Por la Benévola Doncella —se dijo para sí cuando captó el sentido de las palabras de Gabriel, intentó mantener la boca cerrada. Ese hombre, el caudillo que lideraba las tribus de Cartea, sin duda era el verdadero padre de Kerrick, el hijo de Matty—. No era de extrañar que Matty lo odiase. Esperemos que ambos estén a la altura y no monten un numerito en el concilio”.

      Obolon se detuvo ante el rey y extendió sus fornidos brazos a la espera de un abrazo.

      —¡El viejo rey Matrick! Hace mucho que no nos vemos. ¿Cómo está mi chico?

      Clay suspiró. Parecía que la tranquilidad no iba a durar mucho.

      Moog se encontraba a su izquierda, y arqueó tanto las cejas que le llegaron casi hasta la coronilla.

      Algunos de los guardias del rey intercambiaron miradas furtivas, pero Matrick se limitó a apretar los labios y dedicarle una sonrisa forzada.

      —No tengo ni idea de a qué te refieres.

      El otro siguió hablando, impertérrito.

      —Es un comilón de cuidado, el muy cabrón, ¿eh? Es cosa de familia. ¿Es por eso por lo que no puedes permitirte defender tus fronteras de mis incursiones? ¿Has tenido que vaciar las arcas del reino para alimentar a ese pequeño bastardo mío?

      Matrick fingió no hacerle caso, pero Clay vio cómo la fuerza de la costumbre hizo que los dedos del rey intentaran aferrar las empuñaduras de las dagas que no llevaba encima. No a la vista, al menos. Al fin y al cabo, si el rey quería dejar a alguien hecho un colador, contaba con una docena de guardias que con mucho gusto lo complacerían.

      —¿Y quién es este semental? —La amplia sonrisa petulante del Han se ensanchó aún más cuando vio al resentido guardaespaldas de Lilith—. ¡Parece que no vais a tardar mucho en tener otro guerrerito en la familia feliz!

      Lokan tenía más orgullo y menos sentido común que Matrick, por lo que no tardó en desenvainar la espada.

      Obolon gruñó e hizo lo propio.

      Y Matty, que sí que había estado ocultando un par de dagas, las sacó con una floritura.

      Un instante después, la Guardia Córvida cargó los arcos, los norteños envueltos en pieles de Maladan Pike levantaron las hachas y los piratas ataviados de seda de Etna Doshi desenvainaron las cimitarras. Los cafres rubios levantaron largas lanzas y los fulminaron a todos con la mirada, también a Clay y a sus compañeros de banda, que eran de los pocos que estaban desarmados en la isla.

      Y fue así como la sombra de las alas de un guiverno cayó sobre los lores y damas de Grandual.

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