Reyes de la tierra salvaje (versión española). Nicholas Eames
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Читать онлайн книгу Reyes de la tierra salvaje (versión española) - Nicholas Eames страница 26
Gabriel atravesó el espejo dando una voltereta, como si alguien lo hubiese empujado, y aterrizó sobre Clay, lo que sin duda no mejoró sus probabilidades de que no lo apuñalaran. Luego Moog se lanzó entre gritos, como un niño que se tira por el tobogán en un parque. El hombre del cuchillo recibió otra patada accidental, en la mandíbula esta vez, y se desmayó con la facilidad con la que se apagaría una vela en un huracán.
—¡Por los dioses! —El mago se incorporó y se puso de rodillas—. Discúlpeme, señor...
—Ni te molestes, Moog. Está inconsciente. —Clay señaló el cuchillo que el otro seguía aferrando con su mano flácida—. Y también ha intentado matarme.
—Vaya. Qué maleducado.
—Pues sí —convino Clay.
“Aunque lo cierto es que fui yo quien lo atacó primero”.
Gabriel se volvió para ponerse boca arriba y se apartó el pelo de la cara.
—¿Dónde estamos?
Echaron un vistazo a su alrededor: era una estancia enorme y adornada con muebles caros. De las paredes colgaban cuadros y tapices lujosos, y el techo lucía una pintura que representaba una escena de la Guerra de la Recuperación, cuando la humanidad había conseguido hacer retroceder a las Hordas de la Tierra Salvaje Primigenia que habían empezado a darse un banquete con los restos del Antiguo Dominio. Junto a una de las paredes había una enorme cama cubierta por unas diáfanas cortinas blancas.
—Estamos en el castillo de Brycliffe —dijo Moog—. Es la misma habitación que la última vez: la alcoba real.
—Eso quiere decir que... —empezó a decir Clay.
—Que Matrick estará aquí —terminó Gabriel.
Clay frunció el ceño.
—¿Cómo? ¿Por qué lo dices?
Gabe se encogió de hombros.
—Porque es el rey de Agria y porque está ahí mismo.
Señaló la cama. No cabía duda de que la persona que estaba en ella era Matrick. El rey, que había subido mucho de peso desde la última vez que Clay lo había visto, estaba despatarrado sobre una maraña de sábanas de seda, dormido y roncando.
Moog se giró hacia la cama.
—¿Matty? —Se abalanzó hacia ella, cruzó el hueco entre las cortinas y empezó a agitar a su antiguo compañero de banda, como un niño empeñado en despertar a sus padres la mañana del día de su cumpleaños—. ¡Matty, despierta!
El ladrón inmoral, putañero, borrachuzo y malhablado que ahora se había convertido en el gobernante de uno de los cinco grandes reinos de Grandual se despertó sobresaltado.
—¿Qué? ¿Quién? —Se apartó del mago e hizo aspavientos con los brazos al tiempo que salía a toda prisa de la cama y caía desmañado al suelo. Luego gritó:
—¡Asesinos!
Las puertas dobles de la estancia se abrieron de improviso y entró un par de guardias a toda prisa con las espadas desenfundadas. Al mismo tiempo, un desconocido salió del espejo envuelto en volutas de humo naranja. Era uno de los matones de Kallorek, la mole armada con la maza que había hecho añicos el rostro de Steve.
Clay miró con desesperación tanto a los guardias como al descomunal recién llegado. Su primera reacción fue mirarlo de arriba abajo, pero se detuvo cuando llegó a la entrepierna.
—Esto... ¿quieres que te dejemos solo?
La mole frunció el ceño y luego siguió la mirada de Clay para comprobar el bulto incuestionable que le inflaba los pantalones. Se giró un poco, avergonzado, aunque verlo de perfil tampoco era que ayudase demasiado.
Clay solo pudo empezar a abrir la boca antes de que Moog lo interrumpiera.
—Es la filacteria —explicó—. La tiré, ¿recuerdas? La explosión, el humo... —Rio entre dientes y les dedicó una sonrisa a caballo entre la vergüenza y la petulancia—. De cero a héroe. Tal y como dice la publicidad.
—Vale, eso lo explica todo —dijo Gabe al tiempo que se señalaba el bulto que también tenía él en los pantalones.
—Pues yo también —dijo Moog—. ¡Mirad!
Clay no miró. No necesitaba hacerlo. Tenía muy claro a qué se refería el mago.
Se hizo otro silencio, infinitamente más incómodo que el anterior. Uno de los guardias terminó por romperlo:
—Alteza, ¿qué deberíamos...? ¿Alteza?
El rey estaba encorvado y se agarraba la panza, como si acabaran de atacarlo. Clay oyó un resuello, después un bufido, y luego Matrick echó la cabeza hacia detrás y empezó a reír a carcajada limpia. El matón de Kallorek empezó a gruñir como un perro amenazado. Los nudillos de la mano con la que sostenía la maza se pusieron muy blancos.
Era la única señal que necesitaba Clay. Se soltó Corazón Tiznado de la espalda y lo cogió con un solo movimiento. Empezó a avanzar hacia la mole, quien ya había levantado la pesada maza de metal y se dirigía hacia Gabriel, que aún se afanaba por reincorporarse. El golpe restalló contra el escudo con un retumbar sordo antes de desviarse. La fuerza sacudió los antebrazos de Clay, que sintió latigazos de dolor que se le extendieron hasta los hombros. Había pasado meses sin meterse en una pelea de ningún tipo y años desde que se había enfrentado a algo que tuviera alguna posibilidad de matarlo.
“Más te vale que te sacudas el polvo rapidito, Mano Lenta”, pensó.
Clay vio que la maza volvía a elevarse y, en esta ocasión, detuvo el golpe con antelación y consiguió desviarla bien. El siguiente paso era darle un puñetazo al tipo, pero mientras pensaba en hacerlo recibió una patada en mitad del pecho. Trastabilló hacia atrás y se dio un buen golpe contra uno de los gruesos postes de la cama.
Los guardias del rey no se habían movido porque no tenían muy claro a quién tenían que atacar, un dilema con el que Clay también podía llegar a identificarse. La mole se había recuperado y empezaba a levantar la maza como un leñador que se prepara para volver a golpear un tronco. No tuvo tiempo de hacerse con nada que pudiese servirle de arma, como un candelabro o un libro particularmente grueso, y tampoco podía apartarse porque habría dejado a Gabriel demasiado expuesto, por lo que decidió abalanzarse sobre su enemigo.
El golpe de la maza vino por la izquierda. Clay se colocó Corazón Tiznado en el hombro y se inclinó hacia ese lado para que el fuerte golpe no lo tirase al suelo. Luego esquivó un revés algo torpe que la mole le había propinado de inmediato con la maza y golpeó el rostro de su oponente con la cara retorcida de madera que había en su escudo. La mole dio un paso atrás. Luego otro. Clay aprovechó la ventaja para presionar y le dio un puntapié, lo que obligó a su enemigo a volver a entrar por el espejo, el cual se agitó como una charca a la que acabaran de tirar una roca.
Después, Clay se giró hacia la cama.
—Moog, ¿qué puedo hacer para que no vuelva a entrar?