Reyes de la tierra salvaje (versión española). Nicholas Eames

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Reyes de la tierra salvaje (versión española) - Nicholas Eames La banda

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la paciencia. Su hija de nueve años era más fácil de tratar que este hechicero anciano y senil.

      Por suerte, Gabriel era más listo que ambos. Dio un paso al frente y colocó el espejo boca abajo en el suelo.

      —Gracias —dijo Clay.

      Gabriel le dedicó una sonrisa con los labios apretados y apartó la mirada al momento.

      El torrente de alegría que había emanado de Matrick terminó por convertirse en poco más que un goteo. Soltó una risilla nerviosa mientras se colocaba junto a los guardias y les daba unos golpecitos en la espalda para que envainasen las espadas.

      —Por los dioses de Grandual, pero ¿qué hacéis aquí? —Matrick se acercó a ellos con cautela, como si fuesen un trío de ciervos a los que hubiese pillado bebiendo de un estanque en el bosque y cualquier movimiento brusco fuera a espantarlos.

      Clay se apartó el pelo de la frente sudorosa. El enfrentamiento había sido breve, pero lo había dejado agotado.

      —Es complicado —respondió.

      Moog se sentó en la cama y colocó las manos sobre las rodillas.

      —La hija de Gabe está atrapada en Castia. Vamos a ir a rescatarla y nos gustaría que nos acompañaras.

      Clay se encogió de hombros.

      —Es un buen resumen.

      Matrick se puso pálido.

      —¿Castia? ¿Qué hacía Rosa en Castia?

      —Bueno, eso ya es más complicado de explicar... —empezó a decir Clay.

      —Está en una banda —dijo Gabriel. Había empezado a retorcerse las manos otra vez, como un indigente a las puertas de una capilla—. Marchó hacia allí cuando la República pidió ayuda para combatir a la Horda.

      —Vale, sí —convino Clay—. Se podía resumir así sin problema.

      —¡Estamos reuniendo a la banda! —exclamó Moog—. ¡Piénsalo, Matty! ¡Como en los viejos tiempos! ¡Los cinco reunidos y de camino a la Tierra Salvaje Primigenia!

      Matrick gruñó y se frotó los ojos con la palma de las manos. A pesar de todos los años que había pasado rodeado de todo tipo de lujos, el tiempo no había sido benévolo con el rey de Agria. Su pelo negro tenía mechones blancos y empezaba a ralear, y las canas de su bigote adornaban un rostro rechoncho. Parecía agotado, pero Clay supuso que se debía a que se encontraba dormido cuando cuatro hombres aparecieron de improviso en su dormitorio a través de un espejo mágico y empezaron a golpearse con escudos, mazas y unas erecciones absurdamente incoherentes.

      —¿Matty? ¿Qué te parece el plan, amigo? —Moog parecía muy desconcertado por la falta de entusiasmo del rey.

      —No... no puedo hacerlo, Moog. No puedo. Lo siento.

      Moog se quedó muy alicaído. Clay pensó que Matrick era el único de los antiguos integrantes de Saga que había demostrado algo de sentido común, pero luego empezó a sentir una fría punzada que se extendía por sus entrañas: decepción.

      Clay se dio cuenta de que esperaba que Matrick dijera que sí. Una parte de él había creído (sin tener mucha razón para afirmarlo) que si Gabriel lo había convencido a él para acompañarlo en aquella misión suicida a Castia, entre los dos sin duda podían convencer al resto de miembros de la banda. Tenía sus dudas sobre Ganelon, claro, pero no sobre Matrick, que quería a Gabe como a un hermano y en el pasado había sido el más atrevido de todos.

      A continuación, el rey se dirigió a Gabriel:

      —Lo siento mucho, Gabe, pero estoy ocupadísimo. Tengo que preocuparme de Lilith y de los niños, ya sabes. Eso sin tener en cuenta el reino que tengo que gobernar, una guerra en la frontera que parece inevitable y un maldito concilio que tendrá lugar mañana. Si no fuera así...

      —¿El Concilio de los Reinos es mañana? —preguntó Gabe, que se había puesto alerta de repente.

      Matrick se pasó la mano por el pelo ralo.

      —Sí, mañana. En Lindmoor. Y ese maldito follayeguas de Obolon estará presente. Estuvimos a punto de llegar a las manos la última vez que nos vimos, y las tensiones con Cartea no han dejado de aumentar desde entonces. Mirad, ese “duque de los Confines” ha elegido un momento terrible como un ejército de orcos para... para lo que sea que pretenda con este concilio de los cojones.

      Gabriel lo escuchaba sin dejar de mordisquearse un nudillo con inquietud y con la mirada perdida. Cuando el rey terminó de hablar, preguntó:

      —¿Y podemos ir? Me gustaría ver a ese duque con mis propios ojos. Quizá pueda convencerlo de que deje escapar de Castia a los mercenarios de Grandual.

      —Pues... sí, claro —respondió Matrick—. No veo por qué no. Bueno, primero tengo que comentárselo a Lilith, eso sí.

      En ese momento entró a toda prisa en la estancia la reina de Agria, como un espíritu malévolo que hubiese acudido al oír su nombre. Solo llevaba puesto un camisón y, aunque había envejecido varios años y dado a luz a muchos hijos desde la última vez que Clay la había visto, nada había sido capaz de arrebatarle su imponente (y circunspecta) belleza. Ni tan siquiera el hecho de que la situación con la que acababa de encontrarse estaba muy lejos de parecerle agradable. La seguía un hombre muy musculado que, por alguna extraña razón, no llevaba camisa, aunque sí que traía consigo un gesto protector en el rostro y una espada muy grande en la mano.

      —En el nombre de Vail, ¿qué pasa aquí? —exclamó Lilith.

      —¡Lilith! —Matrick se acercó a su esposa, pero se echó atrás al momento cuando el guardia descamisado se interpuso entre la mujer y él—. Me ha atacado un asesino, pero los chicos... Recuerdas a los chicos, ¿no?

      Dedicó una mirada impertérrita a los hombres que habían arriesgado sus vidas para rescatarla hacía ya unos veinticinco años.

      —¿Qué hacen aquí?

      El rey se retorció las manos de la misma manera que Gabe lo había hecho hacía unos instantes.

      —Bueno, pues lo cierto es que llegaron a través de ese espejo de ahí.

      La voz de Matty había adquirido un tono que se sostenía a duras penas entre la súplica y la calma. Clay se imaginó que era el mismo que usaría un perro parlante para explicarle a su amo por qué había cagado en la alfombra.

      —No te he preguntado cómo han llegado, cariño —dijo Lilith, con voz dulce como la miel envenenada—. Te he preguntado qué hacen aquí.

      —Claro, sí. Bueno, pues se han pasado porque están de camino a Castia.

      —¿Castia? —Articuló la palabra como si le diera asco—. ¿Por qué?

      —Pues... porque... —El rey miró a Clay con nerviosismo.

      —Es complicado —respondió Clay.

      ***

      En el bar de Vegabrupta había un plato llamado Desayuno del Rey. Consistía

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