Luz de luna en Manhattan. Sarah Morgan

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Luz de luna en Manhattan - Sarah Morgan Top Novel

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      —Cierto. ¿Me vas a decir que a ti no te gusta esa parte?

      —Me gusta arreglar a la gente —Ethan alzó la vista cuando uno de los residentes entró en la sala—. ¿Problemas?

      —¿Por dónde quiere que empiece? Hay unos sesenta esperando, la mayoría borrachos. Tenemos uno que se ha caído de la mesa en la fiesta de la oficina y se ha hecho daño en la espalda.

      Ethan frunció el ceño.

      —Ni siquiera estamos en diciembre.

      —Lo celebran pronto. No creo que necesite una resonancia magnética, pero ha leído una página de medicina de Google e insiste en que le hagan una y, si no se la hago, me demandará por todos mis ahorros. ¿Cree que puedo disuadirlo contándole cuánto debo en préstamos de estudiante?

      Susan agitó una mano en el aire.

      —Ethan se ocupará de eso. Se le da muy bien guiar a la gente para que tome la decisión correcta. Y, si eso no funciona, también es bueno haciendo de «Poli malo».

      Ethan enarcó una ceja.

      —¿Poli malo? ¿En serio?

      —¡Eh!, es un cumplido. No hay muchos pacientes que se te resistan.

      Dolores de espalda, de cabeza, de muelas… Todos ellos aparecían normalmente por allí, junto con exigencias de que les recetaran analgésicos. La mayoría de los sanitarios experimentados notaban cuándo les tomaban el pelo, pero para los que tenían menos experiencia era un reto constante mantener el equilibrio correcto entre la compasión y el recelo.

      Ethan se dirigió a la puerta, pensando todavía en la etiqueta de poli malo, pero su avance se vio interrumpido por la llegada de otro paciente, esa vez un hombre de cuarenta años que había sentido dolores en el pecho en el trabajo y había sufrido una parada cardíaca en la ambulancia. En consecuencia, pasó otra media hora hasta que Ethan llegó al hombre de la lesión en la espalda y para entonces, la atmósfera en la habitación era claramente hostil.

      —¡Por fin! —el hombre apestaba a alcohol—. Llevo siglos esperando que me vea alguien.

      Alcohol y miedo. En Urgencias veían mucho de ambas cosas. Era una mezcla tóxica.

      Ethan repasó el informe.

      —Aquí dice que lo vieron a los diez minutos de llegar, señor Rice.

      —Una enfermera. Eso no cuenta. Y después un residente, que sabía menos que yo.

      —La enfermera que lo vio tiene mucha experiencia.

      —El que está al cargo es usted, así que quiero que me vea usted, pero ha tardado lo suyo.

      —Hemos tenido una urgencia, señor Rice.

      —¿Quiere decir que yo no soy una urgencia? Yo he llegado antes. ¿Por qué es él más importante que yo?

      «¿Porque él llegaba clínicamente muerto?».

      —¿En qué puedo ayudarle, señor Rice? —preguntó Ethan.

      Mantenía siempre la calma porque sabía que, en un entorno ya tenso, la tensión podía escalar a velocidad supersónica. Lo único que no necesitaban en Urgencias era una dosis de estrés aún mayor.

      —Quiero una maldita resonancia —dijo el hombre con voz pastosa—. Y la quiero ahora, no dentro de diez años. O me la hacen o los demando.

      Aquel era un escenario demasiado familiar. Pacientes que buscaban los síntomas en Internet y estaban convencidos de que no solo conocían el diagnóstico, sino también todo lo que había que hacer. No había nada peor que un aficionado que se consideraba un experto.

      Y las amenazas y los insultos eran solo dos de las razones por las que el personal de Urgencias se quemaba tanto. Había que aprender a manejarlos o desgastaban a alguien como desgasta el océano las rocas hasta que se hacen añicos.

      Y en el periodo de locura entre Acción de Gracias y Navidad, todo aquello empeoraba aún más.

      Los que pensaban que era una época de paz y buena voluntad tendrían que pasar un día trabajando con Ethan. A este le dolía la cabeza.

      Si fuera uno de sus pacientes, exigiría un TAC de inmediato.

      —¿Doctor Black? —uno de los residentes apareció en la puerta y Ethan hizo un gesto de asentimiento para indicar que iría lo antes posible.

      Como jefe de la unidad, todos le pedían respuestas. Residentes, internos, auxiliares, enfermeras, farmacéuticos, pacientes… Todos esperaban que lo supiera todo.

      En aquel momento solo sabía que quería irse a casa. Había sido un turno largo y estresante y no parecía que eso fuera a cambiar.

      Examinó concienzudamente al hombre y le explicó con calma y claridad por qué no necesitaba una resonancia magnética.

      Como era de esperar, el paciente no se lo tomó bien.

      Algunos doctores hacían pruebas para que los pacientes se fueran contentos. Ethan se negaba a ello.

      Cuando el otro empezó a llamarlo inhumano, incompetente y una deshonra para la profesión médica, desconectó mentalmente. Desconectar de lo que sentía le resultaba fácil. Volver a conectar con sus emociones… bueno, eso le costaba más. Sin duda, debido a su desastroso historial con las relaciones.

      Dejó que el paciente se desahogara, pero no cambió de idea. Había decidido hacía tiempo que no permitiría que los insultos ni el grado de satisfacción de los pacientes influyeran en su toma de decisiones. Hacía lo que consideraba que era lo mejor para ellos y eso no incluía someterlos a pruebas o a medicinas innecesarias que no tendrían ningún impacto en su salud o, peor aún, tendrían un impacto negativo.

      —¿Doctor Black? —Tony Roberts, uno de los pediatras más antiguos del hospital apareció en el umbral—. Necesito urgentemente su ayuda.

      Ethan dio instrucciones al residente que se ocupaba del paciente y se disculpó.

      —¿Cuál es el problema, Tony? ¿Tienes una urgencia?

      —Sí —Tony estaba muy serio—. Dime, ¿tú crees en Papá Noel?

      —¿Cómo dices? —Ethan lo miró con incredulidad y se echó a reír—. Si existiera, probablemente me castigaría por decirle que no solo debería perder unos cuantos kilos, sino que además, si insiste en montar en un vehículo tirado por renos a más de diez mil metros de altura, también debería llevar casco. O al menos ropa de cuero.

      —¿Papá Noel con ropa de cuero? Umm, eso me gusta —murmuró Susan, que se dirigía a hablar con la enfermera de triaje.

      Tony sonrió.

      —Justo la respuesta cínica que esperaba de ti, Black, y por eso estoy aquí. Te voy a dar una oportunidad que jamás has pensado que llegarías a tener.

      —¿Un año sabático en Hawái con el sueldo completo?

      —Mejor.

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