Mujeres letales. Graeme Davis

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Mujeres letales - Graeme  Davis

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      MUJERES LETALES

      Obras maestras de las reinas del terror

      Edición de Graeme Davis

      Traducción de Pablo Ingberg

      Que el árbol no tapa el bosque, nos recuerda el legendario dicho. En el tema que nos reúne, la extraordinaria antología de cuentos de terror Mujeres letales, el árbol en cuestión es Frankenstein, la novela de Mary Shelley; el bosque otros relatos de Shelley y de algunas de sus contemporáneas más ilustres y de otras casi desconocidas. Frankenstein parecía ser la excepción, y sin embargo era un índice de lo que otras mujeres estaban escribiendo. Aunque la ficción gótica y de terror es un género literario identificado casi exclusivamente con los hombres, desde prácticamente su nacimiento las escritoras lo hicieron suyo: ensancharon las fronteras del miedo y la premura, se internaron en sueños perturbadores y en fatales profecías; en la profunda noche de la fantasía.

      Graeme Davis realizó una cuidadosa excavación literaria para sacar a luz cuentos exquisitos y olvidados. Hay autoras célebres, como Harriet Beecher Stowe, Louisa May Alcott o Edith Wharton, y hay otras que merecen serlo y sin duda lo serán. Los veintiséis relatos que componen este volumen, publicados entre 1830 y 1906, son una muestra evidente de una práctica fecunda, a la que se ha prestado poca atención. Mujeres letales es un tesoro que merece descubierto y un acto de justicia literaria.

      Shelley, Mary

      Mujeres letales : obras maestras de las reinas del terror / Mary Shelley... [et al.] ; editado por Graeme Davis. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Edhasa, 2021.

      Libro digital, EPUB

      Archivo Digital: descarga y online

      ISBN 978-987-628-605-3

      1. Narrativa Argentina. I. Título

      CDD A863

      Título original: More Deadly Than the Male: Masterpieces from the Queens of Horror.

      Diseño de cubierta: Juan Pablo Cambariere

      Edición en formato digital: abril de 2021

      © de la introducción y compilación Graeme Davis, 2019

      © de la traducción Pablo Ingberg, 2020

      © de la presente edición Edhasa, 2021

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      ISBN 978-987-628-605-3

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      Conversión a formato digital: Libresque

      Dedicado a mi esposa, mi amor y mi mejor amiga, Jamie Paige Davis, que me demuestra todos los días que las mujeres son extraordinarias. Te amo

      INTRODUCCIÓN

       por Graeme Davis

      En los siglos XVII y XVIII, los llamados “manuales de conducta” aconsejaban a los progenitores –en especial a los padres– acerca de cómo educar a su prole –especialmente a las hijas– en los modales de la cortesía refinada. En esos manuales, y en otras partes, se dedicaban ríos de tinta a la influencia corruptora de la novela popular. Las novelas –en realidad, todas las formas de narrativa popular– agitaban presuntamente las emociones hasta extremos insalubres, instilando falsas expectativas de vida y falsos valores en el lector, y el exceso de lecturas sensacionalistas era un paso seguro en el camino a la ruina.

      Y sin embargo, las mujeres no sólo leían narrativa gótica y sensacionalista en general: también la escribían. Clara Reeve –hija de un clérigo, nada menos– publicó una novela gótica titulada The Champion of Virtue (El paladín de la virtud, luego retitulada The Old English Baron, El anciano barón inglés) en 1777, a imitación de la obra seminal de Hugh Walpole, The Castle of Otranto (El castillo de Otranto). La novela de Ann Radcliffe A Sicilian Romance (Un romance siciliano), en dos volúmenes, presentaba al “héroe byroniano” taciturno, modelado a partir del escandaloso poeta: ese arquetipo es el ancestro directo de Edward Cullen y Christian Grey. Radcliffe siguió adelante creando la clásica The Mysteries of Udolfo (Los misterios de Udolfo), en cuatro volúmenes, y se dice que su obra inspiró a escritores posteriores, desde Fédor Dostoievski hasta Edgar Allan Poe y el Marqués de Sade. Su padre era un respetable mercero londinense que se mudó para instalar en la elegante Bath una tienda de porcelana.

      Para los lectores de hoy, sin embargo, un nombre se ubica por encima de todos: el de Mary Wollstonecraft Shelley, la autora de Frankenstein. Aunque se plantó sobre los hombros de Reeve, Radcliffe y otras pioneras, su obra es la primera que alcanzó auténtica inmortalidad. Sin duda no la perjudicó el hecho de que la narración se concibiera durante una tormenta como parte de un concurso narrativo en el que estaban implicados su marido el poeta romántico –Percy Bysshe Shelley–, Lord Byron y el médico de Byron, John Polidori, cuya participación se convirtió en la primera novela de vampiros que haya existido.

      Si la idea de que las mujeres leyeran novelas ponía incómodos a los hombres, entonces el pensamiento de que las mujeres escribieran novelas resultaba más insoportable todavía. Muchas escritoras, como las hermanas Brontë, decidieron publicar con seudónimo masculino –Currier, Ellis y Acton Bell en sus casos–, mientras que otras utilizaban sus iniciales, tal como hizo dos siglos más tarde J. K. Rowling. Otras, sin embargo, se negaron a inclinarse ante la presión social y publicaron audazmente con su propio nombre.

      No obstante, según el escritor y periodista británico Hepzibah Anderson, fue sólo en la década de 1970 que los especialistas y la crítica empezaron a apreciar la manera en que el género de un autor afectaba la narrativa de terror que escribía. En “El empapelado amarillo”, de Charlotte Perkins Gilman, por ejemplo, Anderson ve la depresión puerperal de la autora elevada a niveles casi psicóticos por la reclusión restrictiva, paternalista, que sufrió. En otras partes hay indicios de resentimientos conyugales transformados en sangrientos relatos de asesinato y fantasmas vengativos al acecho de los responsables de esos crímenes, grandes y pequeños, que eran parte integrante de la existencia de una mujer en aquellos tiempos, y muchos de los cuales siguen siendo perturbadoramente

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