Nínive. Henrietta Rose-Innes

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Nínive - Henrietta Rose-Innes

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atardecer; pozos de líquido gris centellean entre sus párpados. Tras de sí, Katya percibe a Toby, que juega nervioso con las llaves de la camioneta. Las sombras se alargan.

      –En mi bolsillo superior –señala Katya, inclinándose hacia el hombre. Normalmente, dicho movimiento evidenciaría el escote, pero como usa un atuendo verde rana abotonado hasta el cuello y sostiene una caja de orugas contra su pecho, se trata, más bien, de un gesto agresivo. Lo que logra con eso es abrir la puntita del bolsillo del pecho, lo suficiente como para que él vea un paquete de tarjetas de presentación. El hombre no vacila. Mientras sigue sonriendo con los ojos rasgados, de ese modo que revela tan poco, estira el brazo y arranca, como con pinzas, una sola tarjeta del bolsillo. Sus manos son gruesas, las uñas toscas pero muy cuidadas. Hace repiquetear la tarjeta en torno a la boca desnuda de su vaso y la examina con seriedad.

      Katya se siente orgullosa de la tarjeta, en la que se lee: “ RIP: Reubicación Indolora de Plagas”. Fuente tipográfica sencilla. Nada ornamental, sólo los datos. Rata, paloma, araña. Dibujos de trazos simples, precisos. Le molesta un poco que no hayan sido delineados a escala, pero no es posible lograr mucho más en una tarjeta de presentación. Por debajo, su nombre: “Katya Grubbs.”

      –Grubbs –enuncia el hombre, y ella aguarda su risa. La mayoría de la gente ensaya algún comentario o dice algo sobre la manera en que el nombre concuerda con el trabajo, etcétera.2 Pero él lo contempla con una mueca de contrariedad que sostiene durante demasiado tiempo.

      –Esta no eres tú.

      –Sí, soy yo.

      El hombre la mira, ahora de forma incisiva.

      –Creí haberle dicho a mi esposa que no contratara a los de tu especie.

      –¿Señor?

      –Grubbs, jamás olvidaría ese nombre. Fue el año pasado. Nínive.

      ¿Nínive? Katya sacude la cabeza, perpleja.

      –Grubbs, Grubbs... –el hombre chasquea los dedos–. Len Grubbs.

      Katya aprieta y rechina los dientes.

      –Ese es mi padre.

      –La misma pandilla, ¿no?

      –No, yo soy diferente: empresa diferente, enfoque diferente.

      –¿Cómo?

      –Yo doy un trato humano, compasivo. Indoloro. Diferente.

      Él golpetea los nudillos de sus dedos con el filo de la tarjeta.

      –Bah. Bueno, más te vale que lo seas. Porque tu papá me estafó de modo espectacular, ¿lo sabías? Len Grubbs. Tomó mi dinero, anduvo jodiendo por ahí y se fue a la verga. Puedes contarle que dije eso.

      Katya siente que está de pie en una posición extraña, inerte y tensa. La magia del uniforme comienza a fallar. Se encoge de hombros impasiblemente, con aire forzado.

      –No tengo nada que ver con eso. No he visto a mi padre en años.

      Él la mira, asiente e introduce la tarjeta en el bolsillo de la camisa. El aspecto de su camisa es terso pese al clima caluroso: algodón fino, sin duda alguna. Está transpirando la bebida alcohólica, pero sus prendas resisten. Y ahora se presenta la anfitriona, similar a un jacinto silvestre, en la esquina de la casa, gesticulando con su vaso. El rostro del hombre denota irritación en su momentánea parálisis, pero se levanta y aún sonríe de modo cordial. Sus movimientos son más contundentes y enérgicos de los que, por derecho, ejecutaría cualquier borracho.

      –Bueno, te vamos a dar una oportunidad, supongo. Quizá pronto haya algo más de trabajo.

      A continuación se inclina hacia delante y desliza su propia tarjeta –que aparece como por arte de magia en su palma: un truco– en el bolsillo de Katya. Ella percibe el cartón resbalando a través de la tela.

      –En verdad creo que prefiero a mis combatientes de orugas. Sin embargo, ah... –la observa de arriba abajo; esboza un guiño– tratamiento indoloro.

      En tanto la camioneta de RIP brega para subir por el escarpado sendero que conduce hacia la entrada, Toby se halla inusitadamente inmóvil. Posee una caja llena de orugas en el regazo, sus dedos largos descansan sobre la cubierta y cada cierto tiempo tamborilea en la madera con el índice y el dedo medio: un ritmo íntimo, que genera sosiego. Pobres criaturas, arrancadas a la fuerza, negándoseles su peregrinaje.

      –¿Qué fue eso? –inquiere Toby con bastante acritud–. Ese tipo.

      –Nada. Sólo el patrón.

      Katya cambia a primera velocidad para eludir una conversación más pormenorizada. No obstante, alrededor de la curva del sendero se estaciona a un costado, saca la cajetilla de cigarros y la destapa despacio.

      –¿Para qué son esos bichos?

      Ella gira la manivela de la ventana y arroja las orugas entre los arbustos.

      –Alguna garantía. Nos da un motivo para volver una vez más.

      –¡Tía Katya! –ríe Toby– ¡Malvada! ¿Dónde lo aprendiste?

      Se toma un segundo para responder.

      –Mi papá –dice–. Mi papá me enseñó esa artimaña.

      Notas al pie

      1 Serpiente venenosa cuyo nombre significa “serpiente de árbol” en afrikáans y neerlandés. [N. de la T.]

      2 Grub significa “larva” y, entre otros verbos, “cavar” y “desmalezar”. Por otro lado, el adjetivo grubby significa “sucio”, “asqueroso”, “sórdido” y “gusaniento”. [N. de la T.]

      II. DESPRENDIMIENTO

      Resulta extraño lo que le repugna a la gente. ¿Quién desdeñaría la amistad de un gecko, por ejemplo? Un gecko de ojos dorados, piel traslúcida y dedos extendidos en el muro de una granja. ¿Quién podría resentirse ante una araña de patas largas que teje su entramado de plata en el ángulo de una habitación? Pero las personas lo hacen: pagarán para que los maten, los envenenen, los destruyan.

      Katya no destruye. Ese es su talento y su campo de acción. De manera que reubicará un nido de avispas, desviará una invasión de orugas, despejará un tejado repleto de palomas que anidan en sus rincones, batallará con un tropel de gatos sarnosos. No respinga cuando debe hacer frente a infestaciones de cucarachas, cúmulos de ratones, migraciones anómalas de abejas y puercoespines. Ha lidiado con babuinos, aunque dicha labor es inusualmente ardua. Por lo general, prefiere las bestias más pequeñas. Alienta a las arañas y es amiga de las palomas, a quienes otros llaman, sin piedad, ratas del aire. Su filosofía consiste en respetar a cualquier criatura que se las arregle para subsistir en la ciudad: criaturas que realizan todo tipo de actividades clandestinas, roban bocados de comida y día tras día negocian nuevos armisticios con los humanos entre los cuales viven. Sobrevivientes, ocupantes ilegales e invasores. Seres díscolos y tenaces. Ellos tienen su lugar.

      En su mayoría, no hacen

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