Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen I. William Nordling J.

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Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen I - William Nordling J. Razón Abierta

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cualidad autodeterminante de la libre elección es tan central para la personalidad que deben evaluarse la fuerza, libertad y comprensión de la voluntad por parte del paciente. En particular, debe tenerse en cuenta cualquier restricción a la voluntad, como sucede en los comportamientos adictivos. La debilidad y las limitaciones de la voluntad producidas por el miedo y la ansiedad son aspectos adicionales que deben ser identificados. En resumen, ¿cuánta libertad en la voluntad y capacidad de agencia tiene la persona?

      Otra dimensión que evaluar es el estado de la razón de la persona. Entre los aspectos centrales de esa evaluación se incluyen la complejidad de las capacidades racionales (Piaget, 1952; Piaget e Inhelder, 1969), la capacidad para participar en un razonamiento moral (Kohlberg, 1981, 1984) y los tipos de patrones de pensamiento irracional que tan bien identificaron los terapeutas cognitivo-conductuales Beck y Ellis. Se trata de comprender las capacidades racionales de una persona y sus distorsiones. El enfoque católico integrado permite llevar a la terapia también el desarrollo de la razón y el conocimiento de la verdad y la bondad, no solo con respecto a uno mismo y a los demás, sino también con respecto a un conocimiento general de Dios y al amor como entrega de uno mismo.

      Las patologías de las emociones son, por supuesto, comunes, y la ansiedad y la depresión son las más obvias. En este aspecto, el Meta-Modelo Cristiano Católico reconoce muchas de las importantes contribuciones de los enfoques seculares existentes.

      Las patologías incluidas en el dominio sensorial-perceptivo-cognitivo suelen ser neurológicas, y este modelo no tiene nada especial que aportar aquí, salvo reconocer la importancia de este tema, especialmente en lo que respecta a la imaginación.

      ¿Es incapaz la persona de discernir sus llamadas o vocaciones, o existen bloqueos, como la incapacidad para establecer compromisos? Una característica adicional por evaluar es la presencia e intensidad de las principales virtudes en la personalidad del paciente. ¿Qué virtudes parecen estar casi ausentes? ¿Qué virtudes podrían reforzarse para ayudar a superar los problemas psicológicos? Algunos trastornos de la personalidad, por ejemplo, pueden conceptualizarse, al menos parcialmente, como relacionados con la ausencia de ciertas virtudes (por ejemplo, la falta de empatía y justicia en la personalidad antisocial).

      El aspecto final de la persona, que debe considerarse cuando se evalúa la naturaleza de un trastorno, queda implícito en la suposición católica de la existencia de la moralidad objetiva. En este caso, la posición católica es que algunos desórdenes mentales son consecuencia de la violación de la ley moral. Estos trastornos suelen ser de carácter sexual, por ejemplo, la promiscuidad. Sin embargo, el fracaso del amor comprometido con el cónyuge o el hijo y la ausencia de buenas obras realizadas por otros son también fracasos morales que pueden tener consecuencias psicológicas negativas. La posición católica es que la moralidad relevante a los temas que podrían surgir con la mayoría de los clientes y profesiones de la salud mental se aborda claramente en la enseñanza social y moral de la Iglesia (Catecismo de la Iglesia Católica, 2000, y varios documentos del Vaticano II y el magisterio de la Iglesia).

      CONTRIBUCIONES CRISTIANAS CATÓLICAS PARA UNA COMPRENSIÓN INTEGRAL Y SINTÉTICA DE LA PERSONA

      RELACIONES Y TEOLOGÍA

      Como es bien sabido, la palabra «persona» proviene de la palabra latina persona, que significa máscara, tal y como se utilizaba en el teatro romano, y también del papel teatral que acompañaba a la máscara. El término latino traducía la palabra griega proso-pon, que tenía el mismo significado.

      Pero esta etimología de la palabra «persona» no es muy importante o reveladora. Es más importante que el concepto de persona alcanzó su expresión más destacable como una cuestión filosófica y teológica en el pensamiento cristiano temprano. Müller y Haider (1969) han llegado a afirmar que el concepto de persona era «desconocido para la antigua filosofía pagana, y aparece por primera vez como un término técnico en la teología cristiana temprana» (p. 404). No necesitamos estar de acuerdo con esta afirmación extrema para reconocer que el cristianismo tuvo un papel fundamental en el desarrollo del concepto de la persona, y los orígenes cristianos nos ayudan a comprender lo que implica un modelo cristiano de la persona y la personalidad.

      El concepto de persona se desarrolló para ayudar a formular la doctrina de la Trinidad-Dios como tres personas. Este uso teológico temprano puso un fuerte énfasis en el diálogo; fue en gran parte a través de la propuesta de un diálogo de amor mutuo dentro de la Trinidad como se reconoció la pluralidad de personas en Dios. El diálogo como comunicación interpersonal explícita era fundamental en la relación de Dios Padre con Israel y los profetas, y por supuesto con el propio Cristo. Debido a que estamos hechos a imagen y semejanza de un Dios trinitario, y por lo tanto interpersonal, nosotros mismos somos interpersonales por naturaleza e intención. Los seres humanos están llamados a relaciones amorosas y comprometidas con Dios y con los demás, y encontramos nuestra plena personalidad en estas relaciones. Según el teólogo protestante T. F. Torrance (1983, 1985), el rasgo esencial de la concepción cristiana del mundo, en contraste con la helénica, es que considera a la persona, y las relaciones de las personas entre sí, como la esencia de la realidad, mientras que el antiguo pensamiento griego concebía la personalidad, por muy espiritual que fuese, como un accidente de lo finito, un producto transitorio de una vida que, en conjunto, es impersonal (Torrance, 1985, p. 172). Torrance identifica dos entendimientos básicos de Dios como persona. El primer punto de vista, que ha dominado la filosofía occidental, proviene de Boecio, que definió a una persona como «una sustancia individual de naturaleza racional». Su definición hace hincapié en la diferenciación de las sustancias. El segundo entendimiento deriva principalmente del período patriótico, principalmente griego, de la Iglesia y también del filósofo y teólogo francés del siglo XII Ricardo de San Víctor. Los Padres de la Iglesia y Ricardo de San Víctor derivan su concepto de persona de la idea de la Trinidad. Torrance describe la situación de Ricardo bajo la condición de una persona «no en términos de su propia independencia como autosuficiencia, sino en términos de sus relaciones ónticas con otras personas, es decir, por una relación trascendental con lo que no es, y en términos de su propia e incomunicable existencia única»; así pues, «una persona es lo que es solo a través de las relaciones con otras personas» (Torrance, 1985, p. 176). La visión de los primeros Padres de la relación como esencial para la personalidad se encuentra también en Agustín, pero fue desplazada en gran medida en el Occidente latino por una interpretación estrecha de Boecio como la que pone énfasis en el individuo.

      El teólogo católico Joseph Ratzinger (1970, 1990; más tarde Benedicto XVI) tomó una posición sorprendentemente similar a la de Torrance. Ratzinger (1970, p. 132) escribió lo siguiente:

      El pensamiento cristiano descubrió el núcleo del concepto de persona, que describe algo distinto e infinitamente más que la mera idea del «individuo». Escuchemos una vez más a san Agustín: «En Dios no hay accidentes, solo sustancia y relación». En ese aspecto se esconde una revolución en la visión del mundo del hombre: la relación se descubre como un modo primordial igualmente válido de la realidad. Se hace posible superar lo que actualmente llamamos «pensamiento objetivador»; por lo que un nuevo plano de ser aparece.

      Según Ratzinger, la sustancia y la relación son cada una de ellas conjuntamente necesarias, pero no suficientes individualmente como determinantes de la personalidad. No obstante, dentro del contexto histórico actual, es necesario hacer especial hincapié en el lugar que ocupan las relaciones en la personalidad. Al igual que Torrance, Ratzinger (1990) señaló que la interpretación dominante de la definición de «persona» de Boecio como «sustancia individual de naturaleza racional» tenía consecuencias desafortunadas para la comprensión occidental de la persona debido a su énfasis en una persona como individuo aislado y ser autónomo. Si la sustancia domina nuestro pensamiento sobre las personas, podemos perder la anterior percepción cristiana de que la personalidad también implica esencialmente la relación.

      Finalmente,

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